jueves, diciembre 04, 2025

ENTREVISTA A BALKAN PARADISE ORCHESTRA — ENERGÍA EN ESTADO PURO

Balkan Paradise Orchestra es una formación que fusiona la energía de las fanfarrias balcánicas con ritmos globales modernos. Su propuesta combina metales potentes, percusión festiva y melodías gitanas, enriquecidas con toques electrónicos y un fuerte sentido de celebración colectiva. En cada concierto convierten el escenario en un viaje multicultural donde tradición e innovación se encuentran para crear un espectáculo vibrante, bailable y sin fronteras.


8 preguntas a Balkan Paradise Orchestra

El proyecto mezcla influencias balcánicas con ritmos globales. ¿Cómo nació esa combinación y qué define el sonido de Balkan Paradise Orchestra?

En nuestros inicios tocábamos principalmente balkan brass de Serbia y Rumanía, con arreglos de temas de grupos como Fanfare Ciocărlia, Goran Bregović, Emir Kusturica o Taraf de Haïdouks, así como canciones tradicionales de varios países de la zona de los Balcanes. Es una música muy festiva que transmite muchas ganas de bailar y pasarlo bien. Como instrumentistas de viento, siempre hemos sido grandes admiradoras de este género, ya que combina virtuosidad en las melodías, tempos vertiginosos y un sonido potente y pegadizo que invita a celebrar la vida. Esta fue la esencia sonora y el origen del nombre del grupo, pero pronto empezamos a mezclarlo con pequeñas referencias más cercanas, como músicas tradicionales catalanas, valencianas o gallegas, y con todo aquello que nos pudiera apetecer o inspirar en cada composición. Actualmente, aunque en algunos temas seguimos tomando como punto de partida los sonidos de raíz balcánica, nuestras propias canciones mezclan distintos ritmos y tradiciones del mundo, dando como resultado una música ecléctica y festiva. Por eso, no nos consideramos estrictamente una banda de balkan brass. El grupo ha ido evolucionando musicalmente en muchos aspectos: poco a poco hemos incorporado más bases electrónicas en el directo, pensamos algunas estructuras de forma más pop o mainstream, pero sin olvidar algún toque más friki. Toda esta mezcla surge de la evolución y del bagaje musical de las integrantes y de la trayectoria del grupo. Por ejemplo, tenemos una baterista que viene del jazz y que también ha tocado rock & roll y punk; una percusionista que domina ritmos latinos y árabes; e instrumentistas de viento con formación clásica o moderna. Todas estas mochilas confluyen en BPO y, además, el hecho de tocar cada vez más en grandes escenarios de festivales y fiestas mayores nos ha llevado a pensar en un show con músicas potentes y bailables.

La sección de metales tiene una fuerza impresionante. ¿Qué papel ocupa en la identidad del grupo y cómo construyen esos arreglos tan característicos?

Los metales ocupan un lugar importantísimo en el grupo, ya que son una de las señas de identidad del género balkan brass y de los inicios de nuestra banda. Las fundadoras del grupo son una tubista, una trompista y una clarinetista que tocaban juntas en una banda sinfónica local. Este amor por el sonido de los metales las llevó a crear una fanfarria distinta en la ciudad de Barcelona. En general, trompetas y clarinetes suelen interpretar la melodía; trompa y trombón tocan los contratiempos; y las tubas hacen los bajos, junto al acompañamiento de la sección rítmica de batería y percusión. No obstante, nos gusta cambiar de roles para enriquecer la composición, así que intentamos que también haya momentos melódicos interpretados por otros instrumentos, como el trombón o la tuba.

Sus conciertos suelen convertirse en celebraciones colectivas. ¿Qué buscan transmitir en el directo y cómo se preparan para mantener esa intensidad?

Las coreografías y la intensidad que transmitimos en el show son el resultado de una evolución a lo largo de nuestros diez años de trayectoria. En nuestros inicios empezamos tocando en pequeños bares y escenarios, alternándolo con conciertos itinerantes en la calle. Tocar en la calle nos aportó una actitud de proximidad con el público, más espacio para la improvisación y la coordinación de coreografías, y un entorno seguro en el que explorar posibilidades, especialmente en los primeros años de la banda. Desde el principio éramos un grupo al que le encantaba disfrutar de lo que tocábamos sin importar si nos equivocábamos, y esa alegría y ganas de pasarlo bien sin complejos es algo que nos gusta transmitir al público. Encima del escenario tenemos la ventaja de estar sonorizadas y de disponer de todo el set de batería y percusión, por lo que el sonido grupal es más compacto, se aprecian mejor los detalles y podemos tocar de forma más cómoda. A lo largo de los años nos hemos centrado en el show de escenario, potenciando y afinando las coreografías. No tenemos una sola front-woman, ya que es un proyecto instrumental con liderazgos compartidos, así que nos gusta que cada una tenga algún momento de protagonismo, sea tocando, hablando o cantando. Además, las ocho instrumentistas de viento cambiamos constantemente de posición en el espacio para aportar dinamismo y una sensación de colectivo. En cuanto al aguante físico durante el concierto, es una cuestión de entrenamiento. Con los años hemos ido aumentando el nivel de dificultad de la coordinación entre tocar y bailar, y en este sentido estamos muy contentas, porque nos motiva mucho mejorar y ver hasta dónde podemos llegar como equipo.

El repertorio mezcla composiciones propias con homenajes a músicas tradicionales. ¿Cómo equilibran la fidelidad a la raíz con la experimentación moderna?

En el directo actual, casi todos los temas que tocamos son composiciones propias, la mayoría de nuestro último álbum, Néctar, que bebe de tradiciones muy diversas. Las pocas versiones que interpretamos son de canciones más o menos conocidas, y el único tema puramente tradicional es «Miserlou», que versionamos a ritmo de drum & bass. En «Miserlou» mantenemos la melodía y el acompañamiento tradicional de fanfarria que tocábamos en acústico en los inicios de la banda, pero en este caso experimentamos un poco con la electrónica. En general, intentamos que el sonido más acústico y de raíz esté ubicado hacia la mitad del concierto, ya que buscamos que esos sean momentos más íntimos, en los que el público pueda escuchar con atención. En cambio, el inicio y el final del concierto suelen ser más bailables y festivos, con temas algo más modernos.

Muchos grupos balcánicos han encontrado públicos muy diversos alrededor del mundo. ¿Cómo ha sido su experiencia conectando con audiencias fuera de ese entorno cultural?

Hemos tocado en países de toda Europa y América del Norte y nunca dejamos de sorprendernos por la buena acogida que tiene nuestro espectáculo. Creemos que conecta con edades, públicos con intereses musicales muy diversos y gente de países distintos por varios motivos: primero, porque tocamos música principalmente instrumental, con algún momento vocal, y esto hace que no nos encontremos con la barrera del idioma. Segundo, porque la música es muy festiva y nos gusta mucho conectar con el público, transmitir alegría, ganas de bailar y pasarlo bien. Esta energía atrae a todo el mundo, tenga la edad que tenga. Nuestro objetivo principal es disfrutar y transmitir ese disfrute. Tercero, porque en nuestros discos hay estilos y géneros diferentes que aportan dinamismo al directo y hacen que sea musicalmente más diverso, atrayendo a público con gustos variados. Cuarto, por el efecto sorprendente de la puesta en escena. Trabajamos muchísimo las coreografías, la presencia escénica y la calidad de la música que interpretamos con nuestros instrumentos, de manera que aparentemente parezca fácil algo que en realidad es muy difícil. Es una propuesta un poco arriesgada que, en general, el público valora muy positivamente. Además, somos todas mujeres, un hecho que por desgracia hoy en día aún sorprende y que para nosotras también es una forma de reivindicación. Como sociedad, todavía no hemos conseguido normalizar una representación verdaderamente diversa encima de los escenarios. Cuesta mucho encontrar bandas formadas íntegramente por mujeres instrumentistas, al igual que personas racializadas o con identidades disidentes, tanto en los escenarios como en la industria musical en general.

Las influencias electrónicas aparecen cada vez más en sus temas. ¿Qué espacio ocupa la tecnología en la evolución del sonido de la banda?

El uso de las bases electrónicas es una herramienta que en el directo aporta potencia y cuerpo al sonido grupal, y también nos ayuda a que algunas canciones con influencias de géneros más modernos tengan más coherencia y puedan lucir mejor. Nosotras tocamos en todo momento, pero el hecho de incorporar otros sonidos, como sintetizadores que apoyen y enriquezcan el sonido de la banda, es algo que nos suma. Según el estilo de cada canción, nuestra baterista toca la batería acústica o la electrónica y el pad. También usamos las bases para crear introducciones o transiciones entre tema y tema que nos permitan respirar, ya que es un bolo muy exigente físicamente. Además, pueden servir como hilo conductor sonoro del concepto estético que queramos transmitir. Por ejemplo, para la introducción del bolo actual y otros momentos del concierto, creamos secuencias de paisajes sonoros de pájaros, abejas y otros elementos de la naturaleza que apoyan la idea de Néctar, el concepto en el que se basa nuestro último disco.

¿Cuál ha sido el concierto más memorable de su trayectoria y qué lo hizo especial?

Hemos tocado en festivales y salas tan diferentes que cuesta mucho quedarse solo con uno… De los conciertos más divertidos, cuando aún hacíamos espectáculos de calle, podemos contar uno que consistió en tocar encima de un tractor en movimiento, con toda la gente siguiéndonos por la zona de Prats de Lluçanès, en el corazón de Catalunya. Nos lo pasamos genial y, de hecho, de ese día salieron un par de vídeos virales. De los conciertos más espectaculares en festivales grandes también hay unos cuantos, sobre todo en Alemania, donde tenemos un público increíble. Incluso hemos tocado en el precioso auditorio Elbphilharmonie de Hamburgo. Fueron conciertos en los que había centenares de personas dándolo todo, como si nos conocieran de siempre. Fue increíble cómo conectamos por primera vez con tanta gente y los disfrutamos muchísimo. Y, por supuesto, no podemos olvidar un concierto muy especial en la sala Apolo de Barcelona, con varias colaboraciones, que también fue totalmente inolvidable.

¿Qué planes tienen para el futuro inmediato: nuevo álbum, giras, colaboraciones…?

Durante este 2025 hemos ido publicando varios singles del que será nuestro nuevo EP, Game Sessions Vol. II. Igual que el Vol. I, está formado por remixes de algunas canciones del álbum Néctar, en los que han participado distintos productores y artistas. Y, relacionado con esto, el año que viene iniciamos una gira nueva, llamada Game Sessions Tour. Ya tenemos publicadas las primeras fechas para febrero y marzo de 2026 en salas de Barcelona, Madrid, Zaragoza y Reus. ¡Si os pilla cerca, ya sabéis: las entradas están disponibles y serán conciertos especiales para nosotras! Además de estar preparando el directo, llevamos ya unos meses componiendo música nueva y grabando maquetas de lo que será el cuarto disco de Balkan Paradise Orchestra, una nueva etapa que seguramente empezará a ver la luz entre finales de 2026 y principios de 2027. El año que viene será intenso y tenemos muchas ganas de poder compartirlo todo pronto con vosotros.



martes, diciembre 02, 2025

FANFICTION — WATERWORLD: «EL MUNDO SUMERGIDO», PUBLICADO EN PORTAL CIENCIA Y FICCIÓN

No tiene nombre para que la muerte no lo encuentre. No tiene hogar ni familia que cuidar. No tiene miedo de nada y menos de los hombres. Es rápido y fuerte como el viento...

Enola

 

1

EL MARINERO

La bóveda celeste, colmada de pesadas nubes, albergaba un océano en calma. En la inmensidad de las olas, el trimarán era un diminuto punto en la distancia que se fundía con la soledad de su entorno. La vieja embarcación de tres cascos se deslizaba a ocho nudos con las velas desplegadas, trazando una estela espumosa e irregular. Encima del flotador de estribor, en la silla de mandos, un hombre nervudo controlaba el rumbo de la nave. El sol rompió los nubarrones, recorrió la superficie del mar e iluminó al capitán del barco. El Marinero se llevó la mano a los ojos, cegado por el molesto resplandor. Sus pies desnudos, cuyos dedos estaban unidos por membranas, afianzaron su posición sobre el casco: le esperaba una larga jornada al timón.

Impasible, recorrió con la mirada los contornos familiares del navío: el mástil de treinta pies de altura; la vela mayor, el foque y la trinquetilla; un par de redes metálicas unían ambos flotadores al casco principal. Dentro de las mismas se balanceaban objetos curiosos, reliquias que había conseguido durante sus viajes: cubos de plástico, garrafas, balones de rugby y botellas de cristal; un desalinizador de sofisticada manufactura que le servía para reciclar sus propios fluidos corporales; una tumbona donde descansaba en sus ratos de ocio, y su tesoro favorito: un limonero que empezaba a dar frutos. Los ojos verdes, fríos y melancólicos, se posaron en la roda de la nave. Al final del puente que conectaba con la quilla descansaba una pistola arpón oculta debajo de un toldo. En la popa, una grúa que alcanzaba los ochocientos pies de profundidad le servía para conseguir botín del fondo del océano: capturas que vendía a los comerciantes de los atolones a cambio de suministros. La apariencia del Marinero, después de trece meses de travesía por el Mundo Acuático, lo hacía parecer un elemento más de la embarcación: pantalones de piel de pescado, chaleco de neopreno sin mangas y un cuchillo enfundado en una vaina de cuero.

El Marinero tiró la caña a la banda y amuró por estribor, situándose en el centro de la corriente. El aire soplaba con fuerza y hacía crujir la botavara. Por el través de babor vislumbró a unos delfines chapoteando en las aguas. El horizonte, veteado por las cálidas temperaturas, era un lienzo en blanco que se extendía hasta el infinito. La brisa agitó sus cabellos decolorados por el sol, refrescó su físico y le despejó los sentidos enrarecidos por el olor del mar.

El Marinero llevaba demasiado tiempo a la deriva; necesitaba encontrar una ciudad lo antes posible o terminaría perdiendo la cabeza, tal como había visto en muchos Errantes. Involuntariamente, la idea le erizó los pelos de la nuca: sabía que el aislamiento y la escasez de comida podían acabar con su cordura; no quería sufrir aquel horrible destino. Su diestra agarró el timón auxiliar, corrigió la travesía y se dirigió hacia el este: una ruta era tan buena como otra; no tenía apuntes sobre aquella zona en sus mapas. En caso de encontrar un atolón, debía tomar precauciones: sus habitantes solían ser individuos supersticiosos y degenerados, vencidos por un pasado hundido bajo los grandes mares; no dudarían en matarlo si descubrían que era un mutante. Los supervivientes de la raza humana le producían un profundo aborrecimiento: despreciaba sus creencias religiosas vacías de sentido, en las que se refugiaban para continuar sus lamentables existencias. Por ello, entre otros motivos, era un solitario: nunca encajaría en ninguna comunidad.

El Marinero recordó su infancia, cuando vivía en una ciudad flotante situada en lo que antiguamente se conocía como California, siendo blanco de burlas y desprecios. Su madre, una mujer triste y hermosa, procuró protegerlo de su progenitor, un pescador cruel y pendenciero que detestaba la condición de su único vástago. Durante largos años, tuvo que soportar los constantes maltratos que su padre infligía a su madre, derrotado por su propia incapacidad de defenderla. Al poco tiempo de cumplir los trece años, después de una discusión etílica, su padre asesinó a su esposa clavándole un puñal en el corazón. Nunca más volvió a hacerle daño a nadie: el Marinero le pagó con la misma moneda; su cadáver estrangulado dio de comer a los peces del puerto.

La nave se balanceó y lo arrancó de sus pensamientos. Una punzada de hambre le recorrió el estómago: llevaba sin alimentarse desde el día anterior; debía hacer una pausa para saciar su apetito. Con largas zancadas recorrió la red, sorteó el timón principal y entró en la carlinga. El habitáculo le proporcionó una sensación de paz: un camastro de hierro, una vieja mesa de madera, cajas de música, mandíbulas de tiburón, gafas de submarinismo, lámparas de aceite, bujías y armónicas colgaban del techo; objetos valiosos rescatados de las ruinas de la civilización. A su derecha, encima del torno donde afilaba sus armas, había un plato con varios salmones. Eligió uno al azar, salió al exterior, cruzó la cubierta y volvió a la silla de mandos. Sentado, raspó las escamas, abrió al animal de la cola a la cabeza, extirpó las vísceras y branquias, y lo dividió en dos filetes. De inmediato, limpió el salmón en un barreño y lo colocó sobre una parrilla que previamente había encendido: el delicioso olor le hizo la boca agua. Quince minutos más tarde terminó el desayuno tardío, lanzó un eructo satisfecho y se reclinó hacia atrás: la comida le había dado sueño. El Marinero entrecerró los párpados, medio adormilado por el vaivén del barco, mientras el calor aumentaba. La brisa estremeció el oleaje perezoso que chocaba contra los flotadores gemelos de veinte pies de longitud. Durante un momento, las imágenes del pasado se desvanecieron y la serenidad de su entorno lo tranquilizó: disfrutaba de su solitaria existencia.

Su memoria retrocedió cincuenta lunas atrás, al día en que encontró un atolón abandonado en mitad del océano. La metrópoli había sido arrasada; nada quedaba de sus habitantes, excepto huesos blanqueados que brillaban al sol, traspasados por disparos de gran calibre. Automáticamente, el Marinero sacó conclusiones: las pruebas eran irrefutables. La ciudad flotante había sido asaltada por los Smokers, piratas que asediaban el Mundo Acuático con sus incursiones. La decadencia que lo rodeaba lo sumió en un estado de tristeza: aquellas personas no merecían un final tan espantoso; los asaltantes habían terminado con cualquier rastro de vida.

Volviendo al presente, una mancha en la lejanía llamó su atención: ¿qué flotaba sobre las olas? El Marinero se incorporó, se dirigió a proa y aferró el catalejo. Una balsa oscilaba a unas diez millas de distancia. Curioso, entornó el ojo y buscó a los tripulantes: parecía que la embarcación estaba abandonada. Con desconfianza, escudriñó el navío una vez más: no sería la primera vez que un Errante intentara tenderle una trampa; la prudencia era la actitud más sensata que podía adoptar. El Marinero retrocedió, centró el timón a la vía y se dirigió hacia el bote: podía que encontrara una presa entre los despojos que arrastraba la corriente.

 

2

NATIONAL GEOGRAPHIC

Al alcanzar su objetivo, el Marinero arrió las velas, trabó el timón y lanzó un cabo a la lancha: el trimarán quedó abarloado junto a la embarcación. Cauteloso, apretó la culata del arpón y accedió a la balsa: el familiar hedor de la muerte le impregnó las fosas nasales. A estribor, entre las jarcias destrozadas, encontró varios bidones de agua; a babor, un batiburrillo de nasas, redes, boyas y una caña de pescar de fabricación casera con el carrete reventado. Revisó el estado del timón, la flaccidez del velamen y el símbolo pintado en el mástil: al parecer, había tropezado con una balsa de esclavistas.

Al sudoeste, un enorme cúmulo de nubes se cernía sobre el océano, vaticinando tormenta. El Marinero recorrió la cubierta de madera y se aproximó a la carlinga con los nervios en tensión. Dentro del habitáculo podía haber un enemigo, alguien oculto en la oscuridad con un puñal en la mano, preparado para rebanarle el cuello. Se detuvo en la entrada y estudió el interior, sumido en la penumbra: no distinguió movimiento ni sonido que corroborara sus sospechas. La fetidez aumentó y le revolvió el estómago. Involuntariamente, ladeó la cabeza y observó el dibujo del palo mayor: un pez espada color escarlata, de proporciones grotescas, que parecía burlarse de su incertidumbre. ¿Qué diablos hacía una embarcación esclavista en aquellas aguas? Por norma, estos actuaban en grupo; no se separaban bajo ninguna circunstancia, un detalle a tener en cuenta al evaluar la posibilidad de una emboscada. El Marinero inspiró una bocanada de aire, dio un paso inseguro y penetró en el camarote con el arma por delante.

La atmósfera enrarecida le causó ganas de vomitar: era imposible que un adversario lo esperara entre las sombras; ningún ser humano podría soportar aquella pestilencia sin perder la cordura. En la puerta, medio cegado por el sol, esperó a que sus ojos se habituaran a las tinieblas. Segundos más tarde percibió un cuerpo tirado en el suelo, boca abajo, sobre una mancha de aspecto nauseabundo. El Marinero miró alrededor y comprobó que todo estaba en orden. ¿Qué le habría pasado a aquel hombre? Se inclinó sobre el cadáver y lo volvió para mirarlo a la cara. La expresión de agonía del capitán del barco le hizo lamentar su decisión. Una corriente gélida recorrió su espina dorsal y le produjo un escalofrío.

 El esclavista había muerto de una forma espantosa: tenía los rasgos desfigurados por un sufrimiento que escapaba a su comprensión. Morboso, analizó las facciones repulsivas: piel quemada por el sol, tabique nasal roto y recolocado en un ángulo inverosímil, boca putrefacta, dentadura amarillenta y lengua negra que asomaba como un pedazo de cuero podrido. Con una mueca, el Marinero se incorporó y apartó la vista del muerto: le horrorizaba imaginar que podía sucederle lo mismo. Por su mente pasaron varias hipótesis —insolación, disentería, asfixia, fiebres tropicales, hipotermia—. Se encogió de hombros y olvidó el cadáver: tenía cosas más importantes que hacer.

Acto seguido, registró el camarote en busca de objetos que pudieran serle de utilidad. Durante un momento sopesó la idea de tirar el cuerpo por la borda, pero el simple hecho de tocarlo le dio náuseas. Respirando por la boca, revisó los anaqueles con dedos expertos: una bobina de cobre, envases de vidrio, anzuelos de diversos tamaños, una gorra de béisbol —en la visera aparecía el nombre Detroit Tigers—, un señuelo con forma de calamar, unas aletas de buceo, un reloj de arena, un juego de pesas, una bombona de oxígeno, un maletín de oficinista, una escafandra y un botiquín de primeros auxilios —con el emblema desteñido de la Cruz Roja en el centro—. En cinco minutos sacó todas las pertenencias del esclavista a la cubierta y las metió en un barril vacío: quería abandonar el barco lo antes posible.

Utilizando los obenques, trepó por el mástil y cortó las anillas de hierro que unían la vela al palo mayor. La enrolló en un apretado bulto y la colocó junto al resto del botín. El Marinero se detuvo, limpió el sudor que descendía por su frente con el dorso de la mano y observó la entrada de la carlinga: sabía que había pasado por alto algo importante.

Al regresar al camarote, la corrupción que emanaba del esclavista volvió a agitarle las entrañas. Ignoró el ambiente angustioso e inspeccionó con la mirada todos los rincones del habitáculo. Sus ojos se detuvieron sobre un camastro sucio; era lo único que no había revisado. Le daba dentera manipular el lugar donde había dormido aquel hombre. Pasó por alto sus escrúpulos y levantó el jergón. Debajo, sobre la alfombra manchada de vómitos, halló una caja de acero oxidada. El Marinero se la echó al hombro y salió a cubierta: no volvería a pisar el camarote aunque le fuera la vida en ello.

Arrojó el cofre y el tonel al trimarán. Después, revisó los barriles de agua potable para descubrir que estaban secos; el clima caluroso los había evaporado. Al retornar a su embarcación, soltó amarras y haló de las drizas para desplegar el velamen. A cinco nudos, con el viento por la aleta de estribor, se alejó de la lancha. Había obtenido más de lo que esperaba.

Cuando la balsa desapareció en el horizonte, el Marinero abandonó su puesto y reventó el candado que cerraba la caja con una palanca. La sorpresa le hizo un nudo en el vientre y le arrancó una diminuta sonrisa de los labios: la primera que esbozaba desde que podía recordar. Nervioso, desparramó las revistas sobre el casco central y las examinó con una expresión extasiada. ¿Cómo era posible que el esclavista hubiera conseguido aquellos tesoros?

Abrió la primera que cayó en sus manos —un número de National Geographic— y las imágenes impresas en las páginas ajadas le humedecieron los ojos: montañas cubiertas de nieve, bosques, desiertos barridos por la arena, animales exóticos de pelajes rayados, edificios de piedra triangulares —había leído que los llamaban pirámides—, colinas perladas de hierba... El Marinero pasó las páginas con avidez, una detrás de otra, ansioso por averiguar los misterios de la antigua civilización.

Cuando terminó con aquel ejemplar, pasó a otro completamente distinto: rascacielos infinitos de acero y cristal, vehículos resplandecientes, fábricas que soltaban humo por sus chimeneas, avenidas aglomeradas de tráfico... Un pergamino arrugado llamó su atención y lo apartó de la revista —titulada People— que estaba estudiando. La carta náutica dibujada en un papel antihumedad mostraba una región del océano indocumentada en sus propios mapas.

El Marinero corroboró los puntos de referencia que conocía: los atolones situados al oeste, los puestos comerciales ubicados en el sur, la metrópoli destruida por los Smokers al este y... Sus dedos estrujaron el plano: una ciudad llamada Oklahoma resaltaba, circundada por una marca desigual. Una sensación extraña invadió su interior: había encontrado algo importante. Comprobó los grados de longitud y latitud, las anotaciones tomadas al margen del pergamino y llegó a la conclusión de que el lugar quedaba a unas dos mil millas en dirección norte.

Una ligera llovizna empezó a caer del firmamento. Decidido, soltó la carta, torció el timón y eligió un nuevo rumbo.

 

3

CONTINENTES HUNDIDOS

La niebla, que se extendía en todas las direcciones, cubría los aparejos del barco y confería un aspecto espectral al océano. Erguido sobre la bancada de popa, el Marinero escudriñó su entorno, intentando elegir una ruta segura. A un cable de distancia, por la amura de babor, formas imponentes destacaban en la penumbra. Un chapoteo llamó su atención y lo obligó a desviar la vista: un objeto impreciso —¿una rama?— había golpeado la quilla. El capitán del barco ahogó sus escrúpulos y apretó el timón: había navegado demasiadas horas como para retroceder en el último momento. Le costaba respirar con naturalidad; la bruma pastosa le hería los pulmones y apretaba sus miembros como una garra fantasmal. Conforme arrumbaba con las velas arriadas, las siluetas aumentaban de tamaño y adquirían dimensiones gigantescas. Encendió una linterna de aceite y la colgó del palo mayor. ¿Dónde había ido a parar? Una corriente de aire levantó la neblina y le permitió observar su entorno: la sorpresa lo dejó con la boca abierta y los ojos como platos.

Los edificios descomunales asomaban entre las aguas y elevaban sus perfiles abruptos hacia el cielo ensombrecido. La bruma volvió a descender y ocultó aquella visión inesperada. El Marinero se mordió los labios hasta que el dolor lo hizo regresar a la realidad: aquello era imposible, sabía que la Tierra había sido sepultada por el Diluvio Universal. Segundos más tarde, los rascacielos reaparecieron, mostrándole la grandeza de una civilización extinta. El navío se internó en una avenida y levantó pequeñas ondas que penetraron por las ventanas destrozadas que daban al nivel del mar. A su diestra, una construcción con la fachada cubierta de espejos le hizo bajar la mirada, medio deslumbrado por los centelleantes reflejos del agua. A su siniestra, una serie de edificaciones de desigual tamaño mostraban cientos de terrazas oxidadas, coronadas por vegetación desconocida. El Marinero distinguió un armazón metálico que sobresalía en mitad de la laguna; torció el timón principal y lo evitó por un metro de distancia. Irritado, estudió las líneas corroídas por el salitre: ¿era una grúa de construcción, como las que utilizaban en el pasado para levantar viviendas?

Gracias a su mutación, había descubierto las ciudades sumergidas en el fondo del océano, donde la raza humana habitó antes de construir los atolones. Durante años, el Marinero se había sumergido para contemplar las metrópolis aniquiladas por el mar, impulsado por una curiosidad que iba más allá de su comprensión. Por ello averiguó cómo conseguir capturas que ningún Errante podría obtener para intercambiar con los humanos. Ahora, después de tanto tiempo, encontrar aquellos edificios lo llenaba de un respeto atávico que jamás pensó que experimentaría. Debajo del trimarán descansaban los restos del pasado sepultados por el mar implacable: vehículos, almacenes, estaciones de autobuses, puertos, torres de alta tensión, centros comerciales, supermercados, barcos, farmacias, fábricas, aeropuertos... No quedaba nada, solo los desechos que las olas se dignaban a devolver: los supervivientes del Apocalipsis habían pagado un alto precio por los crímenes de sus antepasados.

En la carlinga, dentro de una caja de madera, guardaba las revistas, libros y documentos que lo habían ayudado a averiguar la verdad. Un artículo publicado en una revista —con fecha de septiembre de 2009— aclaró sus dudas hacía tiempo:


¿Qué es el cambio climático?

La gente habla mucho del tiempo, y no debe extrañarnos si tenemos en cuenta la influencia que tiene en nuestro estado de ánimo, en cómo nos vestimos e incluso en lo que comemos. Sin embargo, no debemos confundir el tiempo con el clima. El clima es la media del tiempo que hace en una determinada zona durante un largo periodo.

Las variaciones climáticas han existido en el pasado y existirán siempre, a consecuencia de diferentes fenómenos naturales, como los cambios fraccionales en la radiación solar, las erupciones volcánicas y las fluctuaciones naturales en el propio sistema climático.

Sin embargo, durante el último siglo, la temperatura media global ha aumentado 0,6 ºC, llegando a subir 1 ºC en Europa, lo que supone un calentamiento inusualmente rápido. De hecho, el siglo pasado fue el más cálido, y la década de los noventa la más calurosa de los últimos mil años. Según la NASA, los cinco años más calurosos han sido, en este orden, los siguientes:

  1. 2009
  2. 1998
  3. 2002
  4. 2003
  5. 2005

Las causas naturales pueden explicar solo una pequeña parte del calentamiento. La inmensa mayoría de los científicos coinciden en que se debe a las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero, que retienen el calor en la atmósfera como consecuencia de las actividades humanas.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) —un foro científico establecido en el marco de las Naciones Unidas en 1988 para reunir a miles de expertos en clima de todo el mundo— prevé que la temperatura global media puede subir a lo largo de este siglo entre 1,4 y 5,8 ºC como consecuencia de las actividades humanas.

Es posible que esta diferencia no parezca alarmante, pero durante la última Edad de Hielo, hace más de 11.500 años, la temperatura global era de solamente 5 ºC menos que en la actualidad, ¡y fue cuando una gruesa capa de hielo cubría la mayor parte de Europa!

Hoy en día, el cambio climático está teniendo muchos impactos apreciables, que van desde el aumento de la temperatura hasta la subida del nivel del mar como consecuencia del derretimiento de los casquetes polares, pasando por tormentas e inundaciones cada vez más frecuentes.

Si no tomamos medidas, el cambio climático provocará daños cada vez más costosos y afectará al equilibrio de nuestro entorno natural, que nos provee de alimentos, materias primas y otros recursos vitales. Esto perjudicará a nuestras economías y podría desestabilizar a las comunidades de todo el mundo.


Aunque la mayoría de los términos eran desconocidos para el Marinero, no tardó en comprender que el Mundo Acuático había sido un error humano, no una creación divina como muchos santones afirmaban. ¿Y si hubiera encontrado Tierra Seca? Un gesto irónico cruzó sus rasgos: aquella leyenda era una estupidez, ideal para los imbéciles que agonizaban en las islas flotantes, víctimas de su propia degradación genética y moral.

El sol ascendió, rompió el manto de bruma, iluminó los edificios monstruosos y proporcionó a la ciudad una belleza fúnebre. A unos trescientos pies, la calle formaba un ángulo de noventa grados y desembocaba en una laguna cubierta de algas. El Marinero se adentró por aquel sitio. Encima de un rascacielos semisumergido, sobre una pista de aterrizaje, reposaba un helicóptero con las aspas rotas. Automáticamente, estudió el vehículo, que solo conocía por las fotografías de las revistas militares que habían caído en sus manos. En la cabina de vuelo, un esqueleto apergaminado le sonrió con una mueca macabra.

La atmósfera melancólica de la ciudad estuvo a punto de arrancarle las lágrimas. Los edificios cubiertos de musgo transmitían una sensación de tristeza infinita que le recordó la expresión de su madre. El Marinero ignoró sus pensamientos y sorteó un bloque punteado por una antena parabólica de diez metros de diámetro. ¿Para qué serviría? Quedaban tantos misterios por resolver, tantas maravillas por descubrir, tantas preguntas por contestar... Aunque viviera mil años, nunca podría explorar todos los edificios, descubrir los secretos de los apartamentos ni saquear los objetos de las habitaciones vacías.

El calor agobiante difuminó los bancos de niebla. Tenía la sensación de que los rascacielos se derrumbarían de un momento a otro, sepultándolo bajo sus trazos de cemento. Inquieto, abandonó el canal y entró en un círculo de agua de varias millas de ancho. Una inmensa construcción dominaba la laguna con su presencia. En lo alto de la fachada, un letrero destruido anunciaba el nombre del edificio: Tulsa World. El hedor de la laguna, una mezcla de sal, madera podrida y humedad, le impregnó las fosas nasales. El Marinero rechazó el ambiente putrefacto y mortecino que lo rodeaba: prefería la libertad del océano interminable.

 

EPÍLOGO

Al atardecer, cuando la ciudad sumergida se desvaneció en la distancia, no se molestó en volver la cabeza para echarle una última ojeada. En el firmamento, las primeras estrellas anunciaban la llegada de la noche temprana. Después de trabar el timón, cruzó el flotador central y ascendió por el palo mayor. En la cofa, a treinta pies sobre el agua, contempló el cielo enrojecido y las franjas de nubes que se arrastraban por el oeste. La brisa vespertina acarició su cuerpo mientras el trimarán cabeceaba sobre la corriente. Quizá, más allá del horizonte, se encontrara el secreto de volver a empezar...



lunes, diciembre 01, 2025

«DELIVER ME FROM NOWHERE — LA HISTORIA Y CREACIÓN DE NEBRASKA DE BRUCE SPRINGSTEEN» (NEO PERSON, 2025), WARREN ZANES

En Deliver Me from Nowhere — La historia y creación de Nebraska de Bruce Springsteen (Neo Person, 2025), Warren Zanes reconstruye el nacimiento de un disco improbable: un elepé grabado en soledad, con medios mínimos, que terminó convertido en una de las obras más influyentes y enigmáticas de la música norteamericana. Nebraska demostró que no era necesario contar con una banda ni con un estudio de grabación. Bastaban una grabadora de cuatro pistas, una armónica, una guitarra y la voluntad de mirar hacia adentro. Sonido casero, baja fidelidad y letras que retratan la vida de los márgenes: esa fue la esencia de un álbum que nunca estuvo pensado para ser publicado.

El técnico Mike Batlan proporcionó a Springsteen una TEAC 144, micrófonos Shure 57, una J-200 y algunos instrumentos de percusión. Bruce grabó sentado en la cama de su dormitorio, en su rancho de Colt Necks, utilizando cintas Maxwell y pasando todo por una Echoplex para recrear el eco crudo de los primeros discos de Elvis en Sun Records. En ningún momento creyó tener un disco terminado: aquellas canciones eran simples maquetas destinadas a servir de base para la E Street Band en un estudio profesional, lo que además permitiría ahorrar tiempo y dinero.

Sin embargo, Nebraska nació envuelto en la depresión incipiente que Springsteen comenzaba a padecer sin saberlo. El álbum está habitado por imágenes de desiertos interiores: vallas publicitarias, autopistas eternas, moteles vacíos, patrulleros, asesinos, sueños rotos del Medio Oeste y perdedores que, pese a fracasar una y otra vez, insisten en seguir adelante.

El paso del tiempo

Con los años, el elepé se convirtió en una pieza mítica de su discografía. En 1982 nadie esperaba un trabajo sin sencillos, de sonido austero y espíritu maquetero; un proyecto que nadaba a contracorriente en una industria obsesionada con los superventas. ¿Suicidio comercial? ¿Acto de integridad? ¿Necesidad vital? Tal vez un poco de todo.

Además, no había nada parecido en el mercado. Mientras álbumes como Thriller de Michael Jackson o Are You Ready de Bucks Fizz dominaban las listas con producción brillante, múltiples singles y presencia masiva en los medios, este disco avanzaba en sentido opuesto: sin artificio, sin hits, grabado como un cuaderno íntimo en una habitación. Ese contraste subraya su singularidad y explica por qué, pese a su aparente fragilidad comercial, terminó convirtiéndose en una obra de culto.

Zanes describe el agotamiento de Springsteen: el interminable The River Tour, la presión de la fama y las exigencias del negocio lo habían dejado exhausto. Nebraska se convirtió en un refugio, un disco grabado para sí mismo, sin pensar en el público ni en la industria. Más que un trabajo de la E Street Band, surgió como un proyecto solista en el que dejó a un lado el rock para adentrarse en el folk.

La historia y creación de Nebraska de Bruce Springsteen: las influencias 

Las influencias de Woody Guthrie, Bob Dylan o Hank Williams se perciben en el tono de trovador que adopta aquí. Las letras, melancólicas y meditativas, exponen su alma y sus viejos fantasmas en un ejercicio de introspección: heridas no cerradas, cicatrices que laten en el subconsciente e impiden conciliar un sueño apacible.

Ese nivel de desnudez contrastaba con el perfeccionismo obsesivo que había marcado sus discos anteriores. Darkness on the Edge of Town y The River llevaron al grupo al límite; este último, especialmente, exigió tanto tiempo en el estudio que Bruce tuvo que financiar parte de la grabación, rozando la bancarrota. Paradójicamente, The River fue su primer número uno en Estados Unidos, y el sencillo «Hungry Heart» llegó al puesto 5 del Top 10.

El contexto tampoco ayudaba. Ronald Reagan acababa de ganar las elecciones y se abría paso una era conservadora que favorecía a las clases altas y dejaba a las trabajadoras cada vez más desprotegidas. Springsteen, hijo de familia humilde, observaba aquel cambio con inquietud. El éxito tampoco le resultaba cómodo: el dinero no le importaba y la compra de su primer coche nuevo, un Camaro Z28, incluso le provocó vergüenza. A esto se sumaban las agotadoras batallas legales contra su antiguo representante, Mike Appel, que lo dejaron casi en la ruina.

Los personajes 

Por las noches vagaba por Freehold, pasando por la antigua casa de sus padres, perseguido por el peso del pasado. De ahí surgieron muchos de los personajes de Nebraska: figuras turbias, violencia como única salida, recuerdos infantiles y estampas del ayer, todo narrado sin juicio alguno y desde una distancia redentora. Bruce había perdido el vínculo tanto con sus orígenes como con ese inesperado estatus de superestrella que ahora lo rodeaba.

Incluso la sesión de fotos de David Michael Kennedy buscaba esa misma sencillez: retratar al cantante sin artificios, como un elemento más del paisaje. La portada —una autopista solitaria bajo la nieve— sintetiza a la perfección un proyecto influido por Malas tierras de Malick, «Frankie Teardrop» de Suicide, La noche del cazador de Charles Laughton, los relatos de Flannery O’Connor y las fotografías de Robert Frank. La historia de los fugitivos Charles Starkweather y Caril Ann Fugate, base del filme de Malick, también marcó profundamente el tono del disco.

Los estilos musicales 

El country, el blues y el folk aportaron el marco ideal para contar la vida de personajes anónimos. En un gesto de principios, el Boss decidió publicar Nebraska antes que Born in the U.S.A., pese a que ambos álbumes nacieron prácticamente al mismo tiempo. El primero se convertiría en obra de culto; el segundo, en el trabajo que lo disparó hacia el estrellato mundial. Se barajó incluso la idea de un disco doble, pero la experiencia de The River lo llevó a descartarla.

La mezcla de Nebraska fue un reto considerable. Durante meses se intentó que las cintas caseras —llenas de ruidos y limitaciones propias de una grabadora doméstica— sonaran de forma aceptable en distintos estudios y configuraciones. Nada lograba preservar su crudeza sin sacrificar claridad, hasta que Dennis King, mediante equipos analógicos y un trabajo minucioso, consiguió una versión final que equilibraba la aspereza original con la mínima limpieza necesaria para publicarla.

Nebraska 

Columbia Records, acostumbrada a éxitos comerciales, comprendía que Nebraska sería difícil de vender. Su mánager, Jon Landau, el presidente de la discográfica, Walter Yetnikoff, y el resto de ejecutivos asumieron el riesgo y apostaron por un elepé que quizá no arrasaría en las listas, pero cuyo prestigio crecería con los años hasta convertirlo en un clásico. A partir de entonces, el público descubrió una faceta distinta de Springsteen. Todos conocían su poderío en directo; Nebraska reveló al narrador valiente dispuesto a sacrificar las imposiciones del mercado para mantener vivo su arte. Quizá por eso evitó el circo promocional: ninguna gira, ninguna entrevista, ninguna aparición mediática. Prefirió que el público llegara a sus propias conclusiones.

Tras la publicación, Bruce emprendió un viaje en carretera hacia Los Ángeles con su amigo Matt Delia, en un Ford XL de 1969. A mitad del trayecto se derrumbó. Como relata en su autobiografía Born to Run, fue entonces cuando comprendió que atravesaba una crisis nerviosa y que necesitaba ayuda profesional. Durante la creación del disco había volcado, sin darse cuenta, los traumas de su infancia, especialmente la relación conflictiva con su padre alcohólico. A partir de ese momento comenzó a acudir a terapia de forma regular.

Zanes demuestra que Nebraska no fue una estrategia ni un gesto excéntrico, sino un acto de supervivencia. Un diario íntimo transformado, casi por accidente, en obra maestra. En un mundo saturado de ruido, este álbum recuerda que lo más poderoso puede nacer en silencio, cuando un hombre decide enfrentarse a su oscuridad con una grabadora barata y una historia que narrar. 



viernes, noviembre 28, 2025

CRÓNICA FIRA B! 2025

Fira! B 2025 fue el latido mediterráneo de la creación contemporánea. Un punto de encuentro donde la música y las artes escénicas dialogan con el mundo, donde la tradición se reinventa y la vanguardia cobra forma.

Durante varios días, Mallorca se convirtió en un escenario abierto, un cruce de caminos donde artistas, programadores y público compartieron un mismo impulso: descubrir, experimentar y conectar. Fira! B no solo exhibió talento; lo celebró, lo impulsó y lo proyectó más allá del mar.

Esta edición miró al futuro con la energía de lo local y la visión de lo global. Una invitación a escuchar nuevas voces, a dejarse sorprender por la diversidad y a entender el arte como un territorio sin fronteras.

Primera jornada musical (jueves 6 de noviembre, Teatre Municipal Xesc Forteza)

La tarde del jueves 6 de noviembre, el Teatre Municipal Xesc Forteza acogió la primera jornada dedicada a la música dentro de Fira! B 2025. Sobre el escenario, una cuidada selección de formaciones mostró la riqueza de los sonidos vinculados al jazz y sus múltiples ramificaciones.

El evento abrió con Pere Bujosa, quien presentó una propuesta que mezcla folclore balear, jazz moderno y música electrónica. Luego actuó Carmen Vela, fusionando flamenco, swing y ritmos latinos con un enfoque jazzístico. El Cuarteto de Clélya Abraham ofreció una combinación de músicas caribeñas, de La Reunión, clásica y jazz moderno. Ovella Negra aportó una puesta en escena donde la tradición y el jazz interactuaron con un fuerte componente teatral. Finalmente, el Biel Ballester Photonic Quintet cerró la jornada con una interpretación del jazz del siglo XX, ampliando el formato manouche con trompeta y trombón para crear un sonido sofisticado sin batería.

El jazz es clásico y, al mismo tiempo, moderno. Cuna de grandes músicos, donde la improvisación constituye una parte ineludible de su esencia. Evoca clubes llenos de humo, copas de bourbon y barras solitarias. El jazz es Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane y Billie Holiday. Es romanticismo, bares de carretera, y sueños suspendidos en un solo interminable. Es Dean Moriarty y Sal Paradise en un Buick, devorando millas en busca del sueño americano. Es precisión, sobriedad y elegancia.

El evento continuó en el ático del Hotel Saratoga con un ambiente cercano. K12 abrió con una actuación enérgica y espontánea, resaltando la esencia del género en la proximidad con el público. Luego, The Apple Thief aportó frescura con una mezcla de soul, funk y hip hop. El cierre estuvo a cargo de Endless Trio, que presentó su elepé New Horizont en un clima íntimo marcado por un piano envolvente, poniendo un broche de calma a la jornada.

La velada evidenció la variedad inabarcable de subgéneros del jazz y la vitalidad de una escena que, partiendo de los instrumentos esenciales del género —piano, contrabajo y batería—, continúa reinventándose con creatividad.

Segunda jornada musical (viernes 7 de noviembre, Teatre Municipal Maruja Alfaro)

Al día siguiente, en el Teatre Municipal Maruja Alfaro (Mar i Terra), y en paralelo a las ponencias sobre la industria musical, actuaron Anna Colom —cantaora con influencias flamencas— y Two Little Rooms, un proyecto íntimo y delicado, cuya voz, la de Aina Zanoguera, podría encajar perfectamente en cualquier disco de dream pop de los ochenta.

Por la tarde, el resto de la jornada tuvo lugar en Es Gremi, repartida en tres salas y marcada por un notable eclecticismo. La programación incluyó a Mòpia, Pascuale Caló, Theorem of Joy, Blau Salvatge, Pedro Rosa & Lakki Patey, Kosmonauci y Roseye —en clave jazz—, así como a Tamara Kramar —soul y pop—, los potentes Cool Aid —indie rock— y los psicodélicos Brama —con una puesta en escena anfetamínica—. También actuaron Saïm y Peligro!, representantes del pop rock.

En el ámbito de la música tradicional destacó Ella Crevani, L’Aranná, Toc de Crida, Ganna —cuyo estilo evocaba a la Björk de los noventa—, Boc —new age con aires de espagueti western— y el dúo Carmen y María, que fusionó flamenco y rumba con gran acogida del público. Para cerrar, Lyras Hëll aportó un estallido de glam metal con influencias de bandas como Mötley Crüe o Poison: un desenlace tan inesperado como contundente.

Fue una jornada intensa, cargada de buena música y de estilos muy diversos que, lejos de chocar entre sí, encajaron a la perfección dentro de la propuesta del festival.

Tercera jornada musical (sábado 8 de noviembre, Motorworld)

Durante la mañana del sábado, nuevamente en el Teatre Municipal Maruja Alfaro, se celebraron nuevas ponencias sobre festivales de música y la audiencia moderna, alternadas con dos conciertos: When the Robin Sings y Anouck, ambos situados entre el folk, el formato acústico y las canciones emotivas con bonitos juegos de voces.

La siguiente parada fue en Motorworld, donde tres escenarios y una exposición de coches creaban un ambiente vibrante. Entre los vehículos destacaba un espectacular Dodge Charger del 67, capaz de eclipsar incluso a los modelos más modernos. A diferencia del día anterior, la programación musical se centró en el pop, el indie y el rock.

David Cabot abrió la jornada —el cronista aprovechó para adquirir álbum Collage en la zona de merchandising, donde se echó en falta un catálogo más amplio de los grupos participantes—. Le siguieron Alejandra Burgos Band —blues clásico—, el estupendo R&B de Miss Blanche, Komodo García con su energía discofunk y Sara Azurza aportando matices soul.

También actuaron Victoria Lerma, enérgica y rockera, O’o, Nadia Sheik y Marta Knight, dentro de coordenadas más indies; así como las jóvenes Al·lèrgiques al Pol·len, Go Cactus y Niños Raros, formaciones con influencias del pop noventero patrio.

En el terreno electrónico destacaron Jordi Maranges, Soy David Goodman y Damasso. En el caso de Soy David Goodman, una bailarina acompañó sus atmósferas de estética espacial. Damasso —mi combo favorito de todo el festival— ofreció un sonido que recordó a Tame Impala, con un estilo bailable ideal para un chill out playero. Cabe destacar el trombón, que llegaba a eclipsar la parte sintética. Impresionantes.

Y como colofón, actuaron Pau Walters i els AvantGardistas, una propuesta de hip hop con letras combativas y críticas hacia la sociedad. Igual que el día anterior, fue un cierre imprevisto.

Fira B! 2025 celebró su décimo aniversario por todo lo alto. Un festival heterogéneo, con un ambiente excelente y una organización impecable en todos los aspectos —desde el catering, los horarios de los conciertos hasta el funcionamiento de las barras—. La calidad de los grupos convirtió esta edición en una experiencia magnífica que no dudaría en repetir y que puede servir como referencia para el resto de festivales españoles. Dudo que los asistentes se sintieran decepcionados.



lunes, noviembre 24, 2025

NOEL GALLAGHER’S HIGH FLYING BIRDS: «WHO BUILT THE MOON?» (SOUR MASH RECORDS, 2017)

Who Built the Moon? (Sour Mash Records, 2017) no constituyó la reinvención sonora que muchos esperaban de Noel Gallagher. El músico, precavido como siempre, no hizo sino actualizar viejas propuestas como Fuckin’ in the Bushes (de la que Kasabian tomarían buena parte de su sonido), Setting Sun y Let Forever Be (ambas con The Chemical Brothers), aportando un empaque electrónico y psicodélico acorde a aquella etapa de su carrera. En cualquier caso, si hubiera abandonado el estilo clásico que lo caracterizaba, le habrían llovido críticas por todas partes. El público y los medios, independientemente de la calidad de su trabajo, siempre encontraron motivos para protestar. Los dos primeros elepés de Oasis dejaron una huella tan profunda que ninguno de sus miembros pudo desmarcarse de ellos por mucho que lo intentara. Los fans seguían esperando himnos como Supersonic, Wonderwall, Cigarettes & Alcohol o Don’t Look Back in Anger. Seamos realistas: los buenos y viejos tiempos no volvieron.

Gallagher comentó en entrevistas que el productor David Holmes lo obligó a trabajar desde cero en el estudio; nada de rescatar canciones antiguas que no habían visto la luz. A pesar de la larga lista de colaboradores y músicos de sesión, el disco destacó por su propuesta compacta: luminoso, pegadizo y con grandes estribillos. Todos los cortes rayaron a gran altura y no aburrieron en ningún momento. «Holy Mountain» funcionó como carta de presentación: saxos, glam, surf de la Costa Oeste, coros infecciosos y Paul Weller al órgano. Un caballo ganador desde la primera escucha; aires setenteros que encajaron perfectamente en la obra del mancuniano. El sencillo definió lo que el público encontraría en el nuevo trabajo de los High Flying Birds.

«It's a Beautiful World» fue una de las mejores canciones del álbum: bailable y jovial, con recitado francés incluido, remitía a los años noventa cuando la cultura dance dominaba las listas británicas. Contó con un estribillo irresistible y una atmósfera festiva propia de New Order. «Fort Knox» funcionó como extensión de Fuckin’ in the Bushes: comenzaba con una alarma y un sintetizador ominoso para desembocar en una sección rítmica atronadora, coros y guitarras afiladas. Un mantra lisérgico que recordó a piezas de Primal Scream. Ideal para la vuelta a casa cuando la rave fue un fracaso y se necesitaban estímulos para contrarrestar la mala química en el cuerpo.

«Keep on Reaching» pudo haber encajado en Dig Out Your Soul (2008): sección rítmica urgente, piano, cuerdas, voces femeninas. El tema más rockero del disco, con sabor soul, en el que Gallagher puso toda la carne en el asador como cantante. «She Taught Me How to Fly» tuvo madera de clásico: nuevamente regresábamos a las pistas de baile, entre luces estroboscópicas y humo de hielo seco. Coros efectivos y un estribillo demoledor. Madchester siguió con vida. «Be Careful What You Wish For» bebió sin tapujos de Come Together de The Beatles. Pulso blues, coros, puente con teclados y tempo incisivo. Muchos le reprocharon dejarse influenciar (una vez más) por la banda más famosa de todos los tiempos. ¿Acaso eso suponía una novedad a esas alturas de su carrera?

«Black & White Sunshine», jangle pop con sección de vientos, remitió —como «Holy Mountain»— a los Beach Boys. Quizá fuera el tema más asequible del álbum. Riff de guitarra efectivo, estructura circular y fondo surfero. Los instrumentales «Interlude (Wednesday Part 1)» y «End Credits (Wednesday Part 2)» sirvieron como puente y despedida del disco. Piezas tranquilas y atmosféricas, con cierto aire melancólico, que no aportaron gran cosa al elepé. Un recurso utilizado, por cierto, en el célebre (What’s The Story) Morning Glory (1995). «If Love Is the Law» contó con guitarra y armónica de Johnny Marr. Colaboración de lujo que, igual que la de Weller, demostró que Gallagher estaba muy bien conectado en el mundo discográfico. Rock de toda la vida, aunque en este caso la producción llegó a saturar hasta el punto de que el trabajo de Marr no se apreciaba en su esplendor. Como despedida, la orquestal «The Man Who Built the Moon» resultó tan grandilocuente que podría haber pertenecido a Be Here Now (1997). A diferencia de los temas de aquella época, la megalomanía inducida por la cocaína no apareció. El corte, que no superó los cinco minutos, se escuchó con agrado.

Who Built the Moon? recibió críticas muy positivas y, con razón, fue considerado el mejor trabajo de los High Flying Birds. Gracias al Black Friday, vendió una cantidad generosa de ejemplares en Inglaterra. Noel Gallagher jugó bien sus cartas al despachar una propuesta a la altura de As You Were (2017) de Liam. El punto justo entre nostalgia, clasicismo y experimentación. Transitó caminos ya recorridos, pero aportó un empaque sonoro que lo hizo parecer novedoso. Comparar ambos trabajos —publicados casi en las mismas fechas— fue inevitable. Los hermanos Gallagher ya no competían contra Blur en las listas; ahora lo hacían entre ellos mismos. Poco había cambiado desde antaño y, para bien o para mal, seguía resultando estimulante.

Mientras tanto, tras años de rumores, desavenencias y comentarios ácidos en las redes sociales, Oasis finalmente regresó a la carretera con una gira que ha batido récords y que, tras conquistar estadios en todo el mundo, llegó a su fin hace apenas hace unas horas. 




sábado, noviembre 22, 2025

BUNBURY: «EXPECTATIVAS» (WARNER MUSIC, 2017)

Hasta la llegada de Expectativas (Warner Music, 2017), la carrera de Bunbury había sido tan variada y prolífica como tenía acostumbrados a sus seguidores. En aquellos años publicó tres álbumes de estudio: Las consecuencias (2010), Licenciado Cantinas (2011) y Palosanto (2013); además de los directos Gran Rex (2011), Madrid, Área 51 (2014), Hijos del pueblo (2015) —en colaboración con Andrés Calamaro— y MTV Unplugged: El libro de las mutaciones (2015), junto con el documental El camino más largo (2016).

Independientemente de la consistencia de cada giro estilístico de su trayectoria, nadie podía negar al maño su amor por la música, su afán por experimentar nuevas texturas y su disposición a arrojarse al vacío. Ese espíritu mutable había descolocado al público desde Radical Sonora (1997), donde abrazaba la electrónica, las cajas de ritmos y la música árabe. Entre lo sublime (Lady Blue) y lo dudoso (Hay muy poca gente), la sombra de Héroes del Silencio seguía proyectándose incluso en la actualidad.

Al igual que Loquillo, Santiago Auserón, Jaime Urrutia o Calamaro, Bunbury demuestra ser un músico ajeno a los dictados del mercado, a las radiofórmulas y a las exigencias de las discográficas. Su meta es la superación y la autenticidad, no la venta masiva de discos ni el llenado de recintos. Quizá por eso orienta su carrera hacia el mercado latino, donde siempre ha sido mejor valorado que en España.

Junto a Los Santos Inocentes, la formación que lo había acompañado durante los últimos años tanto en estudio como en la carretera, Expectativas se presentó como un trabajo que se desmarcaba de sus recientes incursiones latinas para abrazar un espíritu glam que evocaba a Bowie —una de sus mayores influencias—. Lo hacía a través de canciones cargadas de contenido social, compromiso, pesimismo y actitud combativa. Era la extensión lógica de temas que ya había explorado anteriormente en elepés como Avalancha (1995), El viaje a ninguna parte (2004) o el mesiánico Palosanto.

Lanzados como sencillos, «La actitud correcta» —ácido ataque al postureo y a los aires de estrella de algunos compañeros de profesión, plenamente aplicable a la escena indie patria— y «Parecemos tontos» —un medio tiempo dylaniano con letra reivindicativa— definían perfectamente el núcleo lírico del disco. «La ceremonia de la confusión», la bailable «En bandeja de plata» y «Lugares comunes, frases hechas» podían considerarse los temas más críticos del álbum. En cambio, «Cuna de Caín» —que los medios se empeñaron en asociar con el conflicto catalán, algo que el zaragozano desmintió repetidamente—, «Supongo» —amarga y esperanzada a la vez— y «La constante» —una balada romántica dedicada a su esposa Jose Girl— mostraban su faceta más sensible y reflexiva. Por primera vez en mucho tiempo sobraron las estridencias vocales: el tono se ajustó a las necesidades de cada tema. Bunbury no sintió la necesidad de sobresalir por encima de sus músicos.

Llegados a este punto, hubo que destacar también el gran trabajo de Santiago del Campo: su saxo apareció prácticamente en todas las canciones, enriqueciendo un disco que contó con una producción excelente, variada y madura, sin altibajos y, a diferencia de anteriores elepés, nunca monótona. «Bartleby (mis dominios)», « Al filo de un cuchillo» —la pieza más oscura del álbum, marcada por la tensión entre culpabilidad, dolor y placer— y la nihilista «Libertad» mostraron el lado más rebelde e inconformista del músico.

Para entonces habían pasado veinte años de constante reinvención desde su primer disco en solitario. Bunbury entregó con Expectativas su mejor trabajo desde Las Consecuencias y, por extensión, uno de los más sólidos de su dilatada trayectoria discográfica. Un verso quedó para el recuerdo: «La calle va por dentro y no tienes ni puta idea de rock and roll». ¿Alguien se atrevió a llevarle la contraria?



martes, noviembre 18, 2025

GARBAGE: «STRANGE LITTLE BIRDS» (STUNVOLUME, 2016)

Tras la fría acogida de Not Your Kind of People (2012), parte de la crítica no tuvo más remedio que rendirse ante la calidad del nuevo trabajo de Garbage. La banda, encabezada por Shirley Manson, entregó un álbum dirigido a su núcleo más fiel, dominado por baterías programadas, riffs incisivos y densas bases industriales. La voz de la escocesa, áspera y sin grandes arreglos, alternaba entre rabia, tristeza, sensualidad y desesperación. Strange Little Birds (Stunvolume, 2016) tenía poco que envidiar a las viejas glorias de los noventa en las que la prensa y los fans parecían haberse quedado estancados. ¿Tan difícil era disfrutar del presente y evitar comparaciones odiosas?

La vuelta de Garbage no fue una maniobra de marketing destinada a engrosar las arcas del grupo, sino un paso necesario para la dinámica interna de sus miembros tras una etapa de distancia y reflexión. La mejor prueba es que, desde entonces, han seguido publicando material con regularidad, realizando giras y encabezando festivales. El combo no ha perdido ni un ápice de la rebeldía, la actitud y el compromiso de antaño. Basta con leer las declaraciones de Manson en los últimos meses: la cantante continúa plantando cara al sistema y, sobre todo, a la industria musical. Al fin y al cabo, Garbage siempre han sido —y serán— unos outsiders.

«Empty» (primer corte destinado a las radiofórmulas) había servido como avanzadilla de un álbum cuya secuenciación arrancaba despacio (con medios tiempos y baladas como la orquestal/industrial «Sometimes») y reservaba sus temas más potentes para el final. «Blackout» era una de las mejores composiciones de la historia del grupo, con su atmósfera opresiva, bajo pesado y un destacable juego de voces. «If I Lost You», al igual que «Teaching Little Fingers to Play» y «Amends», recordaban a los U2 de la etapa Achtung Baby (1991) gracias a unos cuidados arreglos, sintetizadores envolventes y lírica melancólica. La cinemática «Night Drive Loneliness» destacaba por sus teclados, estribillo y sensación de nocturnidad, abandono y liberación, al igual que el segundo sencillo, la asfixiante «Even Though Our Love Is Doomed», que avanzaba en crescendo con su piano y sonido perlado de ecos hasta un amargo colofón.

Por último, «Magnetized» (quizá la más explosiva de todo el trabajo), «We Never Tell» (con un sonido próximo a Nine Inch Nails) y «So We Can Stay Alive» (con un final de pura distorsión) resultaban crudas y enérgicas; ideales para haber sido interpretadas en directo junto a sus clásicos noventeros. Garbage consiguió un trabajo descarnado, oscuro y experimental, en el que la electrónica brilló por encima de las guitarras, consolidando una nueva piedra angular dentro de su discografía reciente. Todo un logro tras una carrera tan extensa.