lunes, septiembre 08, 2025

SUEDE: «ANTIDEPRESSANTS» (BMG, 2025) — CRUDEZA EN BLANCO Y NEGRO

«Estaba convencido de que ninguna otra banda de nuestra generación continuaba publicando discos tan significativos como los que hacíamos nosotros».

Brett Anderson 

Resulta inspirador que, en pleno siglo XXI, Suede atraviese una etapa de plena madurez creativa, firmando una serie de discos que amenazan con eclipsar incluso su legendaria época dorada.

Tras más de treinta años sobre los escenarios, la banda sigue en plena forma, ofreciendo espectáculos electrizantes. Suede rehúye de la nostalgia: su mirada está puesta en la excelencia, disfrutan lo que hacen y se niegan a ser un simple grupo de revival —la gira en curso de Oasis sería un buen ejemplo— en contraste con tantos otros. Existencialismo, glamur, determinación y resiliencia. Si algo funciona...

La portada rinde homenaje a Francis Bacon: Brett Anderson, oculto en la penumbra y descamisado, con el rostro velado por la oscuridad. Al fondo, dos piezas de carne que se abren como alas. El mensaje es inequívoco: un nuevo renacimiento. Y ya son varios.

Antidepressants (BMG, 2025) prolonga el camino iniciado con «Turn off Your Brain and Yell», de Autofiction (BMG, 2022), y expande su universo sonoro mirando hacia el pasado, en concreto al post-punk de finales de los setenta. El grupo suena honesto y carente de artificios, pero al mismo tiempo, épico y teatral.

La influencia de The Fall resulta innegable en «Desintegrate», donde Anderson ruge como un animal herido: «Come down and disintegrate with me, we're cut down like the daisies». La sombra de Mark E. Smith planea sobre la canción, un pildorazo punk demoledor.

La contagiosa «Dancing with the Europeans» tiene madera de clásico, en la estela de «Beautiful Ones» o «Life is Golden». Un estribillo infeccioso, marca inconfundible de la casa: «I got a European stain within me, and a European suffering, I want to be, dancing with the Europeans». Podría ser el tema que defina cómo será recordado este álbum.

«Antidepressants» es puro PiL: la forma de cantar de Anderson evoca a John Lydon —roto y combativo a la vez—, mientras que las guitarras afiladas remiten a Keith Levene. «I’m on antidepressants I just lie awake, singing a song while I’m happy». Fue presentado como primer adelanto del álbum, acompañado por un vídeo en directo grabado durante un concierto en Alexandra Palace. Una auténtica declaración de principios. 

«Sweet Kid» y «Somewhere Between an Atom and a Star» reverberan con ecos glam que navegan por océanos góticos. Material que remite a su debut con Suede (Nude, 1993), filtrado ahora por la experiencia acumulada.

El sonido es árido y urgente, despojado de cualquier orquestación. Las guitarras de Richard Oakes y Neil Codling asumen el protagonismo absoluto, con resonancias de Siouxsie and the Banshees o Magazine. «Broken Music for Broken People» es un ejemplo paradigmático. A diferencia de las primeras producciones del veterano Ed Buller para la banda, aquí todo es áspero y minimalista, en perfecta sintonía con la dureza lírica del álbum.

«The Sound and the Summer», uno de los cortes más destacados del conjunto, combina un gancho melódico eficaz con una palpable sensación de urgencia. Opción evidente para un cuarto sencillo. «Trance State» remite a Coming Up (Nude, 1996); de hecho, podría haber funcionado como una cara B perdida de aquel disco.

Energía oscura y letras que abordan relaciones tóxicas, crisis de mediana edad y la adicción a los antidepresivos. Anderson vuelve a retratar a outsiders y personajes dañados, tan característicos de su prosa a lo largo de los años. Muestran el declive del mundo contemporáneo, el impulso de escapar del caos del presente y el amor como fuerza motriz en tiempos aciagos. También laten la fragilidad emocional, la autodestrucción y la eterna búsqueda de belleza en medio de la decadencia.

«Criminal Ways» y «June Rain» —piezas destinadas para ser coreadas en vivo— también conquistan. «So I close my eyes and walk into the traffic flow»... Energía, músculo y vehemencia: no sobra ni una nota. La sección rítmica de Matt Osman (bajo) y Simon Gilbert (batería) mantiene una precisión de metrónomo. Con un minutaje breve, el álbum va directo al grano, sin concesiones a la experimentación. Su sonido áspero remite más a pubs de mala muerte que a teatros o festivales veraniegos. Un terreno ideal para que Anderson se lance de lleno entre el público: al fin y al cabo, el escenario siempre ha sido su hábitat natural.

Suede, como cualquier formación con una larga trayectoria, ha cometido errores. Pero esos tropiezos han servido para crecer. En comparación con otros grupos de los noventa —Pulp, Blur, Supergrass, Radiohead— su camino ha sido constante, sin rendirse jamás. Antidepressants —quinto álbum tras su resurrección— no está concebido para la radiofórmula ni para agradar a todos los públicos: ahora la banda compone para sí misma, ajena a la presión de las listas de éxitos.

Si bien las comparaciones resultan inevitables, donde A New Morning (Epic, 2002) intentaba sobrevivir con optimismo algo ingenuo, Antidepressants se erige como una declaración artística plena: cruda, urgente y emocionalmente intensa. Si el primero representó un renacimiento frágil, el segundo es un renacimiento pleno, con Suede reconciliado consigo mismo y con su historia.

La introspectiva «Life Is Endless, Life Is a Moment» pone el broche de oro a otro trabajo notable de los londinenses. Se perciben claros reflejos de The Cure en su período The Top (1984). Letra sobria y melancólica: «Formless, as a cloud, weightless, as a sound»... La única tregua en un elepé desafiante.

La crítica especializada, antaño tan presta a despachar a Suede como un producto prefabricado, hoy se deshace en elogios. Cuatro y cinco estrellas a mansalva, como si siempre hubiesen creído en ellos. Qué rápido se entierra el cinismo cuando toca subirse al carro ganador... El elepé alcanzó el número uno en las listas británicas, un logro que la banda no conseguía desde Head Music (Nude, 1999). Solo queda esperar el tercer volumen de esta «trilogía en blanco y negro», tal como el propio combo la ha definido. Que llegue cuanto antes.



jueves, julio 04, 2024

RESEÑA «TUMBA DE GRAVEDAD», CORTESÍA DE ROCK THE BEST MUSIC

Tumba de gravedad es el nuevo libro de Alexis Brito. Hasta la fecha hemos tenido ocasión de leer y reseñar sus anteriores trabajos. Después de su anterior trabajo, Choca contra el sol, el que hasta el momento era su último trabajo, la verdad es que tenía curiosidad para saber por dónde nos haría transitar, y, la verdad, es que me ha sorprendido.

Cuatro personajes, uno de ellos, Spike, el protagonista absoluto sobre quien se centra la historia. Un momento especial a finales de los noventa en el Reino Unido cuando la juventud tuvo que compaginar presente y futuro bajo el yugo de Margaret Thatcher. Una ciudad ya de por si es especial, Manchester, y una espectacular banda sonora que nos acompaña a lo largo de una rave un fin de semana, lo de rodearse de buenas bandas sonoras no es nuevo, Alexis ya nos lo había mostrado en sus anteriores novelas, son el eje de la novela.

Todo lo que acontece ese fin de semana se nos presenta bajo la narración de uno de los cuatro miembros de ese cuarteto que va transitar a todo tren y sin frenos por esas horas de liberación que supone el fin de semana, antes de que llegue el lunes y vuelvan a ser presos de una sociedad que nada parece ofrecerles. En esta primera parte del libro asistimos a un viaje donde solo tiene cabida la música, el sexo y las drogas de todo tipo. Quien espere un ejercicio de contención por parte del escritor, que se vaya buscando otro libro con el que pasar la tarde.

En esta primera parte de Tumba de gravedad el autor no escatima absolutamente nada para meternos de lleno en las carnes, o mejor dicho miserias de los cuatro protagonistas. Y esto, por muy crudo que alguno le pueda parecer, es necesario para abordar la segunda parte del libro. He de reconocer que aquí Alexis me ha sorprendido. Llegados a ese punto de la historia no vi llegar el espectacular giro que da la novela. Un cambio de guion que eleva la novela a un nivel superior. No puedo dar más detalles para no fastidiar la sorpresa que nos depara el autor. Será mejor que el futuro lector llegue a este punto totalmente virgen.

Diría sin dudar de que estamos ante el mejor libro de Alexis Brito y también, sin duda alguna, ante su apuesta más arriesgada.



sábado, junio 22, 2024

CRÓNICA: «JANE'S ADDICTION EN LA RIVIERA - LA VIEJA GUARDIA NUNCA MUERE», PUBLICADA EN ROCK THE BEST MUSIC

Siempre se habla de Nirvana, Soundgarden y Pearl Jam a la hora de definir el soundtrack de la Generación X. Sin embargo, Jane's Addiction fue pionera, abrió la puerta para que el resto alcanzara el mainstream. Inclasificable, con su mezcla de hard rock, punk, psicodelia, funk y postpunk, se mantuvo en la periferia. Los californianos nunca fueron un grupo para las masas; puede que por ello continúen conservando su condición de outsiders.

Tener la oportunidad de disfrutar de la formación original —Perry Farrell (cantante), Dave Navarro (guitarra), Eric Avery (bajo) y Stephen Perkins (batería)— no tiene precio. Mucho ha llovido desde 1991. Por el combo han pasado diferentes bajistas —Flea, Duff McKagan, Chris Chaney, etcétera— y editado material —Strays (2003) y The Great Escape Artist (2011)— que los ha mantenido en la brecha hasta el presente. Discos correctos, no obstante, palidecían en comparación con las glorias del pasado. Durante los últimos tiempos, Navarro se mantuvo alejado de los escenarios debido al COVID, Avery trabajó con Garbage, Farrell y Perkins salieron a la carretera a principios de año para la gira de despedida Horn, Torns, En Halos Farewell Tour de  Porno For Pyros.

Con el regreso de Avery, la banda ha centrado su repertorio en los tres primeros elepés por lo que siempre serán recordados. No es difícil imaginar que una de las condiciones del bajista fue que el material perteneciera a la etapa en la que formaba parte del combo. Elección lógica que el público agradece. Al fin y al cabo, la música se ha convertido en un ejercicio de nostalgia. La gente asiste a conciertos para disfrutar de los temas clásicos, aquellos por los que amaron al grupo en cuestión y que les recuerdan los viejos tiempos, antes de que las redes sociales y el auge de la tecnología cambiara nuestra forma de disfrutar el arte. La primera gira europea de Jane's Addiction en ocho años con fecha en la Sala Riviera de Madrid. Sold out desde hace meses... Una oportunidad entre un millón. 

Abrieron los teloneros, Neon Delta, banda con influencias del hard rock y glam metal ochentero, que despacharon temas propios y covers en español de «God Save the Queen», de The Sex Pistols; «Man in the Box», de Alice in Chains; y el homenaje «Just Because», de Jane's Addiction como despedida. 

Cambio de instrumentos. Apagaron las luces y los angelinos empezaron con la mística «Kettle Whistle»: una elección estupenda. «Whores», «Pigs in Zen» y «Ain't No Right» encendieron a los presentes. «Ted, Just Admit It...» cayó como una bomba, siendo coreada —Sex is Violent— hasta la saciedad. Sin duda, cuando el grupo suena como The Doors pasados de anfetaminas, lo borda. 

Farrell —delgado y frágil— estuvo a la altura. No desafinó en ningún momento, se lanzó en una serie de speechs hilarantes —incluido su deseo de disfrutar de un «coño español» (sic)— jugueteó con sus pedaleras de voz y se ventiló una botella de vino durante el show. Hablamos de un señor de 65 palos que ha pasado por todos los excesos posibles. Resulta milagroso que continúe al pie del cañón. Genio y figura... Mención especial para Perkins: disfrutaba como un niño detrás de los bombos, riendo y pulverizando la batería. No dejó de sonreír en ningún momento.

El espectáculo continuó con «Summertime Rolls» y la acústica «Jane’s Says». Por muchas décadas que pasen, no pierden su condición de himnos. Conmovedoras. En «Up the Beach» el protagonismo recae sobre los solos de Navarro. Para cerrar los ojos y dejarte llevar a otro universo junto a las líneas sólidas de Avery, que continúa tocando su instrumento a la altura de las rodillas como un chaval.

Una sección rítmica engrasada, Farrell radiante y Navarro —uno de los guitarristas más infravalorados de la historia— que actuó en todo momento como un Dios de las seis cuerdas. La banda sonó madura y compenetrada. Si nos ceñimos a la leyenda, pocas han sufrido tantas disputas internas como los angelinos. Se notaba que el combo lo estaba pasando genial, existía gran química entre ellos y, por extensión, con el respetable.

«Three Days» fue el momento álgido del concierto. Once minutos de metal, rock progresivo, psicodelia y desbarre. Farrell se marcó unos bailes de chamán, tocó las congas y las maracas. Obra maestra indiscutible que dejó al público temblando.

Sin un segundo de respiro, sonaron la épica «Mountain Song» y «Then She Did...» completa. Seis minutos sobre la pérdida de los seres queridos. Joya escondida en los surcos del Ritual de lo Habitual (1990) que se agradece escuchar en vivo. Señores y señoras. Nosotros tenemos más influencia con sus hijos... «Stop!» estuvo a punto de volar el techo de La Riviera. Un corte que nunca falla a la hora de hacer bailar el pogo al respetable.

Para los bises, la festiva «Been Caught Stealing» sin los ladridos de los canes y, como cierre sorpresa, «Chip Away», con la banda al completo a la percusión. Pura locura tribal. Entre bambalinas, las señoras del combo se sumaron a la fiesta. Imposible pedir más.

No puedo imaginar lo que hubiera significado ver a Jane's Addiction en los noventa, en pleno festival Lollapalooza. Pese a la opinión de los más cínicos, la formación continua en plena forma. Temas interpretados con arte y oficio, carentes de nostalgia, que nos trasladaron durante una hora y media a otros tiempos, cuando todo apuntaba a que el rock alternativo conquistaría el planeta. Repetiría sin dudarlo.

Setlist

Kettle Whistle

Whores

Pigs in Zen

Ain't No Right

Ted, Just Admit It...

Summertime Rolls

Jane Says

Up the Beach

Three Days

Mountain Song

Then She Did...

Stop!

Encore:

Been Caught Stealing

Chip Away



jueves, junio 13, 2024

RESEÑA «TUMBA DE GRAVEDAD», CORTESÍA DE TRABALIBROS

A finales de los noventa, el Reino Unido vivió una etapa de efervescencia cultural y musical propiciada por las drogas de diseño y la búsqueda de libertad. Hastiados de la política represora de Margaret Thatcher, en un acto de rebeldía, los jóvenes ingleses invadieron los clubs y organizaron fiestas ilegales al aire libre.

Tumba de gravedad, de Alexis Brito Delgado, está ambientada en aquella etapa de hedonismo y desenfreno conocida como El segundo verano del amor. Los protagonistas —cuatro amigos que deciden pasar un fin de semana de raves— representan un retrato de la juventud de entonces: divertidos, lúbricos y desencantados del sistema capitalista que solo quiere laminar a sus habitantes.

Con grandes dosis de humor negro, cinismo e irreverencia, a través del narrador del que nunca llegamos a conocer su nombre, Brito relata los acontecimientos de la noche; la misma que los cambiará para siempre. La obra funciona a dos niveles: el primero, una ácida crítica al modo de vida británico y el estudio de una sociedad sumisa y complaciente; y el segundo, una mirada introspectiva sobre las emociones del protagonista, el anhelo de escapar de una existencia que aborrece, la relación con sus compañeros de juerga y el efecto del éxtasis sobre su personalidad. 

Un fragmento de la novela que ejemplifica las reflexiones del narrador:

«La vulgaridad y la hipocresía eran la moneda de cambio en un mundo que se jactaba de abrazar lo nuevo y dejar atrás todo lo inservible. Aquello, cosa que no tardé demasiado en descubrir, era una terrible mentira. De haberlo querido, con aceptar los designios de la mayoría habría sido admitido como uno más. Me negué rotundamente y elegí mi camino. Me aferré a mis aficiones, a la música en general, para formar mi personalidad. Me enorgullecía saber que me había hecho a mí mismo, en todos los sentidos, como un superhombre nietzscheano. Logré escapar de la tontería de mi familia, de la estrechez de miras de mis vecinos, de la mediocridad de mis profesores, compañeros del colegio e instituto. Fui firme, no cedí en ningún momento, a pesar de que todo estaba en mi contra».

Entre alcohol, todo tipo de sustancias ilegales y un burlón análisis del mundo nocturno, destaca el gurú del grupo —el Terence McKenna de la pérfida Albión— Spike: un alma errante inmerso en el lado salvaje de la vida que, gracias a la química, ha ampliado los horizontes espirituales de —tal como se denominan a ellos mismos— Los cuatro jinetes del Apocalipsis.

La música, como no podía ser de otro modo, es un personaje más de la obra. Como si se tratara de una película, las canciones de las bandas más emblemáticas de la Movida Madchester The Stone Roses, Happy Mondays, The Charlatans, Primal Scream, The Soup Dragons, Inspiral Carpets y The Verve— nos acompañan mientras transcurre la historia. El Britpop se encontraba a la vuelta de la esquina dispuesto a arrasar en las listas de ventas de Inglaterra.

Aunque las comparaciones resulten odiosas, Tumba de gravedad es un viaje iniciático al estilo de El guardián entre el centeno que, a diferencia del clásico de J. D. Salinger, resulta mucho más desolador: el mundo no ofrece demasiadas expectativas, el futuro está agotado y la sociedad implacable aniquila a los débiles. En especial, los sueños y ambiciones del narrador, cuya máxima aspiración es escribir un libro que refleje las vivencias que ha experimentado. A pesar de ello, siempre quedará un resquicio de esperanza al final del túnel.

Tumba de gravedad es una novela cruda y arriesgada: cuenta con una prosa electrizante, una exhaustiva labor de investigación y una serie de personajes atípicos en un mercado editorial que busca lo “políticamente correcto” para agradar a todos los públicos. Sin un ápice de nostalgia, nos sumerge en una etapa en la que los jóvenes pensaban que iban a conquistar el planeta. Por desgracia para ellos, tal como sucedió con otros movimientos musicales del pasado, Madchester tuvo las horas contadas.




martes, mayo 28, 2024

RESEÑA «TUMBA DE GRAVEDAD», CORTESÍA DE EL BLOG NEFASTO DE CONDILOMA EDICIONES

Ahora que tengo un momento porque mis niñas están sobando aprovecho para contaros aquello que os comentaba acerca de las editoriales independientes, las comidas de rabo y toda esa mierda. No es nada nuevo, simplemente quería insistir en lo que ya he dicho otras veces: que nadie os va a regalar nada y que si queréis conseguir algo os tenéis que buscar la vida haciéndolo por vuestra cuenta.

Uno podría pensar que, como contrapunto al mercado editorial que vende sus libros en la FNAC, Corte Inglés, Casa del Libro y etcéteras debería existir también un submundo llamémosle andergráund donde quienes se rebelan contra el orden establecido por las principales marcas comerciales habrían decidido crear una alternativa rompedora pensando, digo yo, en nosotros los lectores; a los que no nos gusta la bazofia que publican la editoriales consolidadas, vamos.

Bien pues, lo que he sacado en claro a través de Facebook y Twitter es que la peña que está metida en el rollo andergráund, en vez de romper con las normas del mercado, lo único que están haciendo es reproducir un engendro comercial similar al de las grandes marcas pero a pequeña escala y de una calidad lógicamente inferior.

Llevo desde el viernes leyendo el último libro que escribió mi colega Alexis Brito. El trabajo en cuestión se llama TUMBA DE GRAVEDAD y detrás de un nombre que puede ser poco evocador para la mayoría de nosotros se encuentra una novela bastante atractiva por su temática: borracheras, drogas de diseño, polvos en el asiento de atrás, anécdotas musicales y reflexiones del escritor interpretadas a través de unos personajes que viven las juergas nocturnas del Manchester de los noventa. Celebro su trabajo, de verdad; leo mucho y puedo decir que llevaba tiempo sin leer un libro medianamente interesante.

El bueno de Alexis lleva ya unos cuantos años escribiendo, así como también lleva unos cuantos libros ya a sus espaldas. Le conozco virtualmente desde 2007 y, la verdad, con la dedicación y empeño que le pone a lo de escribir me jode ver que aún sigue en las mismas condiciones que nosotros. Existe una barrera infranqueable, para cualquiera que pretenda conquistar el olimpo de los escritores remunerados, por cuyo filtro tan sólo pasan unos pocos elegidos de los tantos cientos de miles que somos los que quisiéramos hacer de nuestro hobby un verdadero oficio. Obviamente esos puestos de privilegio son concedidos, por mediación de una editorial, a un determinado de tipo personas comúnmente cercanas al propio círculo de influencia que entrarán a formar parte de una sociedad altiva y esnob donde hay que acatar unas normas, censurarse, portarse bien, comerse rabos y tratarse con falsa amabilidad tan solo por satisfacer los intereses de la marca comercial que les permitirá poder seguir viviendo del cuento.

No os creáis que las editoriales andergráund son una excepción, pues hacen exactamente lo mismo. Así que, bajo mi criterio, no molan una puñetera mierda. No sé qué idea tendréis vosotros, pero cobrar 16 pavos por un libro de 200 páginas me parece un auténtico atraco a mano armada cuando a mí me salen a 2 euros cada ejemplar... y eso que sólo imprimimos tiradas de 100 unidades, que si hiciéramos tiradas de 10.000 copias como las editoriales de verdad apenas nos saldría por 10 o 15 céntimos cada libro. Que no, que así no vamos bien. Esos precios hacen que los libros sean prohibitivos y autores como Alexis Brito no puedan conseguir la difusión/repercusión que se merecen.

Algo habrá que hacer. De momento nosotros estamos por sacar nuestra tercera publicación consecutiva y seguiremos vendiendo los libros según las leyes de los narcos literarios. Y bueno, que sí, que a esto es a lo que me dedico ahora los sábados a la una y media de la mañana. Quién me ha visto...

 -R-



RESEÑA «TUMBA DE GRAVEDAD», CORTESÍA DE CINEFAGIA80

Muy buenas a todos. Hoy traemos un libro de un autor que pese a que ya lleva en su haber unas cuantas obras, esta es la primera novela que me he leído suya, pero ya os puedo adelantar que no será la última. Si bien según he podido hablar con él el resto de sus novelas se encuentran enclavadas dentro del género de aventuras, la que hoy se analiza aquí es pelín dura y te deja algo tocado una vez has acabado su lectura. Pero no avancemos más por ahora, vamos a tomar un respiro que hoy es más necesario que nunca para vivir un fin de semana bastante desenfrenado en compañía de cuatro amigos. Vamos que nos vamos.

Publicada recientemente, el autor Alexis Brito Delgado nos cuenta la siguiente historia: cuatro amigos, diferentes entre sí pero con el denominador común de salir de fiesta, deciden ir a una rave que tiene lugar en el Reino Unido. A través de este fin de semana les conoceremos algo mejor, y una vez acaben estos dos días no volverán a ser los mismos.

Cada cierto tiempo sale una novela donde se nos narra las vivencias de unos jóvenes con el alcohol, las drogas y el sexo. Pasó con Trainspotting de Irvine Welsh o con Historias del Kronen. Si bien en estos dos ejemplos el tiempo es más amplio, en el libro que hoy se analiza la acción transcurre de forma más breve, como se ha indicado en el párrafo anterior en tan solo dos días.

Uno de los puntos a favor de esta novela es el buen gusto musical del que hace gala el autor a lo largo de las páginas. Nos nombra grupos que nos suenan y otros que es la primera vez que oímos su nombre, pero que te dan ganas de buscarlos para ver como son y el motivo de que se les nombre tantas veces en el libro. También merece la pena destacarse el uso que hace de la narración, si bien esto puede considerarse una pequeña pega.

Es decir, al ser la narrativa tan rápida estás viendo como la acción transcurre casi sin descanso, por lo que no puedes dejar de leerla una vez que comienzas la lectura, así de adictivo resulta. Pero al ver tanto desenfreno de alcohol, drogas y sexo uno parece estar viviendo los sucesos en primera persona como hace el narrador anónimo que nos cuenta sus vivencias desde que comienza la novela. Por eso digo que esto se puede considerar también una pequeña desventaja, pese a que haya momentos de relax uno no puede evitar desconectar del todo, puesto que poco tiempo después los protagonistas vuelven a las andadas.

Los personajes están bien construidos, y cada uno de ellos tiene su particular momento de lucimiento. Pero si hay uno que destaca por encima de todos este es Spike, el conductor del coche que parece vivir la vida como si no hubiera un mañana, pero que en un determinado momento del libro, que obviamente no se va a desvelar, todo lo que creíamos saber de él cambia por completo y nos lleva a replantearnos nuestra opinión sobre el mismo.

Una vez has acabado de leer el libro dos alternativas se te plantean: la primera es intentar mantenerte alejado de las situaciones que viven los protagonistas para no acabar tan hecho polvo como ellos, tanto física y psicológicamente como en el bolsillo, y la otra hacer todo lo contrario, pegarte un fiestón como el que se pegan sin importante cómo estarás al día siguiente.

Es un libro duro, como se ha mencionado anteriormente, los personajes de la novela parece que únicamente tengan en común el salir de fiesta y no tienen problema alguno en airear sus trapos sucios entre ellos, para luego olvidar que les han hecho daño y seguir la fiesta como si nada hubiera ocurrido. En su parte final vemos un rayo de esperanza para el narrador anónimo después de tanto desfase y el conocer mejor a Spike.

Os recomiendo su lectura para conocer el lado amargo de las raves y las fiestas donde todos los vicios hacen acto de presencia. Si la leéis no os arrepentiréis en absoluto.



lunes, abril 01, 2024

TUMBA DE GRAVEDAD: «UNA TEMPORADA EN EL ABISMO» — LA CARTA DE SPIKE

«Había perdido, lo sabía… pero no estaba derrotado. Estoy un poco lastimado, pero no estoy muerto. Me recostaré para sangrar un rato. Luego me levantaré a pelear de nuevo».

 John Dryden

 

Cada vez que cierro los ojos, tengo la desagradable impresión de que algo —confuso, informe— me acecha desde las tinieblas. Desde niño, siempre he estado en conflicto conmigo mismo. Mi carácter es angustiado, autodestructivo. Nunca he conocido la paz de espíritu, salvo en ciertos instantes breves, fugaces, que jamás resultan suficientes. Esa parte tenebrosa de mi alma —la que aguarda agazapada en un rincón sombrío, lista para arrastrarme al infierno— está siempre alerta, dispuesta a actuar cuando menos lo espere. Los días se suceden, uno tras otro, lentos, cargados de miseria, sin que logre sentirme satisfecho del todo. Mis ambiciones desentonan con este mundo en el que me toca vivir. Ser un lunático no es fácil de sobrellevar.

Abro los párpados enrojecidos, sumido en una negrura aplastante. Escucho el repiqueteo de la lluvia contra las paredes de piedra. Afuera, detrás de los barrotes, hay una sociedad a la que jamás podré pertenecer. Vencido por el insomnio, pienso que, por mucho que intente ignorar las circunstancias, los remordimientos siempre terminan derrotándome. Tiritando, con el cuerpo encogido, estudio el fondo de la celda. Mi mente me juega malas pasadas: tengo la horrible sensación de no estar solo. ¿Qué clase de demonios preternaturales, provistos de garras afiladas y bocas supurantes, aguardan a que baje la guardia? Por el rabillo del ojo creo vislumbrar figuras enmohecidas, de rostros putrefactos y vestimentas polvorientas, deslizándose por los rincones del calabozo. Trago saliva, reprimo un escalofrío y me subo las sábanas heladas hasta el cuello. Sé que, tarde o temprano, cobrarán sustancia y se volverán reales. Alguien debe castigar mis pecados de la peor forma posible.

Fantasmas… Los conozco demasiado bien; me atormentan desde que tengo memoria, convirtiendo mi existencia en un calvario insoportable. ¿Por qué me cuesta tanto aceptarme? La gastada pregunta —la misma que me he planteado un millón de veces— vuelve a recorrer mis pensamientos. «Tú me has mantenido cuerdo», reflexiono. «Sin ti me habría suicidado hace años». Como de costumbre, hablo con ese porcentaje de mí que soy incapaz de controlar; con el escritor que vigila mis actos a todas horas con su malévola presencia. Aunque he intentado aniquilarlo, borrarlo de mi vida como si nunca hubiese existido, está tan enraizado en mi personalidad que me sería más fácil amputarme un brazo o una pierna que librarme de él. Siempre he temido esa faceta retorcida, la misma que me impulsa a narrar lo que estoy escribiendo; es demasiado lóbrega para admitirla con ecuanimidad. ¿Por qué no puedo cambiar? Por mucho que luchara, aunque me fuera la vida en ello, siempre seguiría siendo el mismo. El sueño —para bien o para mal— me estaba vetado. Jamás, desde mi infancia temprana, fui capaz de conciliarlo con naturalidad. Las pesadillas asaltarían mi conciencia en cuanto me sumergiera en el olvido.

Cuando recuerdo mis fotografías —imágenes en blanco y negro, descoloridas y marchitas por el paso del tiempo— un nudo me atenaza las entrañas. Mi propia imagen, pálida y angulosa, terriblemente delgada, vestida de negro, parece la de un espectro. La bilis amarga se agolpa en mi garganta: a nadie le gusta contemplar su propio declive. Lo que más me sobrecoge, independientemente de mi lamentable estado físico, es la mirada: vidriosa, fría, distante. Estaba totalmente colgado del peyote en aquellos tiempos. ¿Cuánto podía pesar? ¿Cincuenta kilos? Esa es mi especialidad: ser autodestructivo hasta límites insufribles. Es mi don y mi maldición. Si no fuera por el lado tenebroso de mi personalidad, jamás habría logrado escribir nada. Siempre he pensado que tiene que haber sangre en las páginas; de lo contrario, todo esto es una pérdida de tiempo, una puta mierda. ¿Sangre? No creas que lo que estoy contando es un papel. Conmigo no existen las medias tintas: o te involucras sin tener en cuenta las consecuencias, o revientas como un perro rabioso. Como he comprobado, muchos recurren a formar una familia, abonarse al psiquiatra o engancharse a los antidepresivos para llenar el vacío. Nada tiene sentido y la vida es una batalla perdida de antemano. ¿Sangre? Las fotos me recuerdan lo hecho polvo que estaba, lo bajo que puedo caer cuando me lo propongo. Por mucho que crea que he madurado, terminaré teniendo un fin doloroso y mezquino. De nada sirve negar lo inevitable.

Nadie conoce la tormenta que se libra en mi interior, incansable, durante todos los días de mi vida. Siempre he mantenido en silencio los traumas que destrozan mi psique. Sé que nadie estaría dispuesto a escucharlos; quizá por eso recurrí a la escritura para desahogarme. ¿Cómo sobrevivir a tus propias obsesiones? Yo opté por volverme frío y egoísta: no confío en nadie y solo creo en lo que veo. Si la raza humana fuese exterminada, no derramaría una sola lágrima. Bueno, quizá exagere un poco; hace más de una década que no consigo llorar. Solo ha quedado el vacío del mañana, la muerte de la esperanza, el dolor inenarrable que no podrá ser sanado. La vida no concede segundas oportunidades, aunque la mayoría afirme lo contrario. ¿Acaso soy negativo? ¿Piensas que soy pesimista? Prueba a llevar treinta años hundido en tu propio infierno, ignorado y despreciado por todos, rodeado de gente zafia e ignorante, y a lo mejor comprendes mi punto de vista. No opté por este camino porque no tuviera nada mejor que hacer, o porque creyera que ser un artista torturado y melodramático gustará a las generaciones venideras. Era la escritura o la muerte. Punto final.

La literatura es un negocio asqueroso. No existen amigos ni consideraciones de ninguna clase; lo único que encontrarás son puñaladas por la espalda y mentalidades obtusas encerradas en el pasado. La misma persona que antes alababa tu obra, que comentaba que eras un genio y que había que seguirte la pista, cuando monta una revista dice que tus historias no encajan en la temática de la misma. La gente suele estar más preocupada por pagar la hipoteca o salir de tiendas que por cultivarse a sí misma. La lectura, como afición o simple pasatiempo, se limita a los éxitos que dentro de un año nadie recordará. Escritores mediocres que alcanzan el Olimpo con una obra y jamás vuelven a escribir nada que valga la pena durante el resto de sus patéticas carreras. Hoy en día no puedes ser profundo o trascendental; la banalidad lo domina todo. Cuanto más simple y prosaico seas, perfecto. ¿Qué futuro pueden tener mis personajes? Los antihéroes oscuros y turbados, analíticos y autocompasivos, que jamás encuentran la paz, según el criterio de los editores, fracasan. Cuando veo los cuatro o cinco libros que publican las editoriales de turno —las mismas que opinan que lo que yo escribo es basura—, me dan ganas de arrojar la toalla. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué el género ha caído en manos de individuos narcisistas que se creen importantes? ¿Dónde está el talento y la inventiva de mis compatriotas? Los ingleses son cobardes: se limitan a copiar a los clásicos, no se arriesgan a ofrecer algo nuevo. Publicar se ha convertido en una tarea prácticamente imposible. Lo único que les importa a las editoriales es que la obra dé dinero y nada más. ¿Qué posibilidades tendrían hoy en día hombres de la talla de Homero o Virgilio de sacar un libro al mercado? Ninguna, me temo.

Nueve años… Ha transcurrido casi una década desde mi caída en los abismos. Cuando miro atrás y pienso en todas las horas que he perdido intentando huir del pasado, tengo la sensación de que han transcurrido siglos. Me siento viejo, consumido, como si hubiese experimentado todo lo que la vida podía ofrecerme. Nueve putos largos años… Me aproximo a los cincuenta y continúo siendo un fracasado; nadie toma en serio mi obra y el futuro no parece que vaya a mejorar. ¿Qué puedo hacer al respecto? A pesar de mi situación, aunque las rachas de improductividad aumenten con el paso del tiempo, en un lugar remoto de mi conciencia sigo aferrándome a la literatura como tabla de salvación para mantenerme cuerdo. Pese a despreciar mi propia obra, disfruto creándola: una paradoja imposible de comprender. Pienso que he quedado suspendido en mi propio universo, poniendo negro sobre blanco las mismas estupideces que escribía cuando era adolescente, atrapado en un círculo vicioso. Pero ¿qué otra opción tengo? ¿De qué puedo hablar, si no es de lo que conozco íntimamente, de primera mano? La tormenta barre las calles con su masa aplastante. Parece que ha llegado el Día del Juicio Final. Espero que el Señor me haga trizas y condene mi alma para toda la Eternidad. Lo merezco por mis crímenes.

Esto no es una confesión gratuita ni una terapia de cara al público; menos aún, una mascarada. Es jodidamente real, como la vida misma. La terapia electroconvulsiva me ha machacado física y espiritualmente; los loqueros continúan afirmando que lo hacen por mi bien. Necesito salir de este sanatorio, viajar, conocer gente nueva, experimentar emociones distintas, ampliar el abanico de posibilidades que me ofrece la vida. Estoy cansado de vivir entre mis ruinas humeantes. Debo afrontar el futuro con entereza, sin remordimientos; soy demasiado inteligente como para consumirme de una manera tan repulsiva. No tengo miedo: he tocado fondo demasiadas veces como para que algo me importe.

Pienso que, por mucho que me esfuerce en cambiar las cosas, todo continuará exactamente igual. Gracias a las cenizas de mi juventud, al pasado del que tanto me avergüenzo y del que llevo huyendo una década, he forjado mi obra. A veces me siento orgulloso de ello; no fue fácil sobrevivir a la autodestrucción que me infligí, a las noches de cocaína, a las depresiones constantes, a la soledad nacida de la incomunicación. Por otra parte, quisiera que mi destino hubiese sido distinto; evitar este sendero tortuoso que ha estado a punto de conducirme a la locura. Sí, sé que caigo al vacío, sin nada a lo que aferrarme, volviendo a cometer los mismos errores de siempre. ¿Por qué, después de tantos años, siento la necesidad de hablar sobre ello?

La respuesta es muy sencilla: tengo que desahogarme de alguna manera. No quiero parecer autocompasivo, ni regodearme en mi propia miseria; menos aún quejarme sin motivo alguno. Escribir es una especie de terapia; me ayuda a escapar de todo. Gracias a ello encuentro sentido a una vida que dejó de tenerlo hace mucho tiempo. En perspectiva, el vacío ha perdido intensidad. Recuerdo vivir angustiado, consumido por mis obsesiones, con el corazón roto en mil pedazos y el alma deshecha. Apenas logro comprender cómo pude sobrevivir, porque, con lo hundido que estaba, debí de tener motivos más que suficientes para quitarme de en medio. ¿Por qué no lo hice? ¿Qué es lo que me ha mantenido despierto hasta ahora? Debo comprobar si cincuenta años afligido, derrotado por unos sueños irrealizables, pueden ser transformados. Por eso me niego a suicidarme: quiero descubrir si el dolor y la angustia por los que he pasado tienen sentido o no.

Atrás queda la infancia: una niñez amarga y solitaria, atrapado en un ambiente que aborrecía, acomplejado por mi físico y mi manera de ser. Nunca tuve suerte en la amistad; no encajaba en ninguna parte, lo cual me llevaba por el camino de la amargura. No me quedó más remedio que aferrarme a la literatura como a un clavo ardiendo. Fue lo único que logró hacerme feliz a todos los niveles, algo que ni la sociedad ni mis familiares consiguieron. Han pasado diez años reprochándome, cada día sin excepción, los errores que cometí. ¿Por qué he actuado de esta manera? Me odio a mí mismo; por eso me torturo hasta la saciedad. No merezco otra cosa por ser tan imbécil.

La gente suele quejarse de que lo que escribo es demasiado oscuro, negativo y deprimente; que no es comercial y, por lo tanto, mediocre. Los editores, por ejemplo —los mismos que juegan con mis novelas sin haber terminado el primer capítulo— suelen comportarse como los seres más repugnantes que he tenido la desgracia de conocer. La realidad no admite excusas: soy un perdedor, me siento incomprendido y estoy rodeado de gente estúpida a la que no le importan mis aspiraciones en absoluto. Pensar y plantearme las cosas como siempre lo he hecho, más que felicidad, me ha traído todo lo contrario. Poseo aptitudes, dones otorgados por la naturaleza, que —por hastío o indiferencia— he dejado pasar de largo. Y me cuestiono dónde estarán las personas como yo, porque supongo que habrá hombres y mujeres que opinen lo mismo. Hasta la fecha, no he tenido la suerte de encontrarme con ninguno cara a cara.

Cuatro de diciembre… Este relato, en cierta forma, es una manera de exorcizar el pasado. Duele cambiar de tal forma que, de un día para otro, no puedes reconocerte frente al espejo. Irónicamente, por las vueltas del destino, he vuelto a los orígenes, al mismo lugar donde todo empezó. Al principio estaba aterrado. Me negaba a regresar a Londres; tenía demasiado miedo de los fantasmas intangibles de mi conciencia. Para mi sorpresa, me ha ido mejor de lo que pensaba: apenas he tenido pesadillas. Los recuerdos son un borrón indistinto, apenas delineado en mi memoria. ¿He madurado por fin? ¿He conseguido admitir los errores que cometí hace tanto tiempo? No lo sé. Me extraña sentirme tan tranquilo; no es algo habitual en mí. Me pregunto cuánto tardarán los remordimientos en regresar y arruinarme el presente. ¿Unos días? ¿Unas horas? ¿Unas semanas? Tengo que convivir con una parte lóbrega imposible de controlar. Es una lucha constante entre mi lado positivo y el negativo. Por desgracia, el segundo siempre ha tenido más poder que el primero. Me resulta mucho más fácil hundirme en un pozo que disfrutar de las cosas buenas que puede aportarme la vida. ¿Por qué lo hago? Misterio. Nunca he logrado entenderlo, porque —si soy sincero— no hay nada más triste y patético que vivir jodido. Me cuesta admitir mi lado oscuro, ese mismo que me exige narrar esta historia: un cuento que me había prometido no escribir.

Mi memoria retrocede, obligándome a regresar atrás, a recordar el instante que me convirtió en lo que soy. Una discusión, una noche de juerga, a las tantas de la mañana en una calle de Wigan, aniquiló mi inocencia en pedazos. Jamás habría imaginado que las palabras pudieran hacer tanto daño. Después, tras una madrugada alcohólica y desastrosa, a la mañana siguiente, cuando abrí los ojos, sentí que me habían arrancado el alma del cuerpo. Horas más tarde, de camino al trabajo, escuché Faith de The Cure. Casi al final del disco, en la penúltima canción, estallé en sollozos detrás del volante. Aunque he vivido otros momentos penosos, ese fue —sin duda— el día más triste de mi existencia. No he vuelto a llorar desde entonces: algo se perdió por el camino para siempre. Me transformé en un adulto de forma cruel y enfermiza, como no le desearía a nadie. Demasiada sinceridad... hasta hoy había evitado contar la película tal como sucedió. ¿Me encuentro mejor por haberlo hecho? En realidad, me importa un carajo: lo mejor que pudo pasarme fue sepultar mi inocencia a mil metros bajo tierra, en una tumba tan profunda que jamás volverá a ver la luz.

Un rostro flota sobre mi cuerpo, a unos palmos del suelo, imbuido en una tristeza tan hermosa como familiar. Vislumbro sus rasgos pálidos, amorfos, veteados por las luces inciertas que se deslizan por el rectángulo de la ventana. Contemplo el techo impregnado de humedad sin prestar atención a los roedores que corretean por el suelo de la celda; sus ojos rojos y abultados no dejan de mirarme con malicia. Lo peor de todo, el quid de la cuestión, es la eternidad de mi condena. Aunque quiera evitarlo, cada mañana, al levantarme, delante del espejo continúa el mismo loco hijo de puta en el que me he transformado. A veces, cuando tengo un mal día, deseo desfigurarme con un cuchillo hasta que mi cara quede reducida a un amasijo de carne sanguinolenta. ¿Por qué diablos soy tan contradictorio? La gente miente; todos dicen que son felices, cuando en realidad están tan perdidos y vacíos como yo. El presente, con toda su hipocresía, sus charlas filosóficas en cafés de mala muerte, su consumismo y puerilidad, no ofrece grandes expectativas. Todo el mundo anhela un trabajo mejor, más dinero, parientes menos tóxicos, vástagos que velen su futura e inevitable senilidad. La sociedad está tan podrida que, aunque me cueste admitirlo, doy gracias por haber sido encerrado en esta jaula por «perder la mente». Cuando Dios creó al ser humano, firmó la broma cósmica por excelencia. Solo somos marionetas destructivas, perpetuamente insatisfechas, que nunca hallarán las grandes respuestas que exigen. Y aun así, en medio del caos y la entropía, me queda la esperanza de un mañana mejor. Tal vez, con el paso de los años, logre olvidar mis crisis depresivas y encontrarme, aunque sea medianamente, satisfecho con mi vida. Esa es la esperanza, diminuta e informe, que me mantiene con los ojos abiertos.

Perdí la pasión, la capacidad de ilusionarme, el anhelo por experimentar cosas nuevas… Todo por una losa de plomo que estuvo a punto de acabar conmigo. ¿Qué quedó después de aquella mierda? Poca cosa, me temo. Por eso no consigo descansar tranquilo. Espantoso, ¿verdad?

Extraño la sensación de amanecer sin sobresaltos, como sucedía una década atrás, pero sé que es una quimera imposible. Soy un hombre marcado por una condena que llevaré hasta el día de mi muerte. Por suerte —aunque me ha costado— he aprendido a convivir con ella. Dependiendo del día, toma el control de mi mente, convirtiendo el presente en un infierno. Por eso escribo, insisto; de lo contrario, perdería la cabeza, y eso no pienso permitirlo bajo ninguna circunstancia. La felicidad, en cambio, es solo un instante precario, fugaz, que se desvanece sin dejar rastro…

Dolor, euforia, arrogancia… He completado el círculo. Espero que algún día termine esta temporada en el abismo.