Tras
la exitosa gira The River Tour, Bruce Springsteen quiso continuar
la estela de aquel álbum con un sonido crudo, casi de garaje. Las posibilidades
del estudio eran infinitas, pero el matiz comercial de Born to Run (1975)
ya no le interesaba. La fama y la sobreexposición mediática habían perdido el
brillo prometido.
Nebraska (1982) fue un disco oscuro, habitado por perdedores,
criminales, mafiosos, policías y obreros. El sonido se redujo a su mínima
expresión: una Gibson J-200, armónica, carillón, mandolina y la voz del Boss, desnuda y directa. Nadie esperaba aquel álbum: el hombre detrás
del mito se convertía en cantautor, una especie de Bob Dylan surgido del
asfalto de Nueva Jersey.
Fue una maniobra anticomercial,
especialmente viniendo de una superestrella como Springsteen. En Columbia
Records recibieron las cintas con cautela: esperaban otro éxito en las listas,
un nuevo top ten que prolongara la estela de The
River (1980). Lo que obtuvieron fue un elepé áspero, introspectivo y
sin potencial radial, una colección de historias que desafiaban cualquier
estrategia de mercado.
El imaginario de Nebraska oscila
entre los sueños rotos, los veteranos de Vietnam caídos en desgracia, el peso
del pasado y los individuos vencidos. Y, de fondo, de manera velada, la
presencia de un país bajo el gobierno de Ronald Reagan, que amenazaba con
ofrecer a sus ciudadanos una versión amarga de la libertad.
Un álbum influido por el gótico
sureño, la historia de Estados Unidos, la novela negra, los músicos y
activistas, los héroes de guerra y el cine de John Huston o Terrence Malick. Un
universo con un halo de tristeza: habitaciones de hotel vacías, autopistas
desiertas, lluvia, horizontes infinitos donde no hay esperanza. Tono rural, con
ecos de western, recuerdos de infancia dolorosos, un niño perdido.
Y, sobre todo, la alargada sombra de su padre, Douglas —miedo, dolor y
rechazo—, con quien mantuvo siempre una relación compleja, marcada por la
introspección, la frustración y el alcohol.
Incluso la portada, con esa
carretera vacía bajo un cielo plomizo, anticipa lo que encontraremos en el
interior: un viaje solitario por el corazón profundo de EE. UU donde la clase
trabajadora continúa adelante a duras penas.
Desde la lóbrega «Nebraska» hasta
la melancólica «Reason to Believe», el álbum recorre las grietas del sueño
americano. «Atlantic City», «Highway Patrolman» o «State Trooper» dibujan
paisajes de desesperanza y redención, mientras «Johnny 99» y «Used Cars» dan
voz a la América obrera, perdida entre la culpa y la supervivencia.
Registrado de forma casera en su
rancho de Colts Neck, Nueva Jersey, con una grabadora de cuatro pistas, el Boss
suena descarnado, visceral, sin ningún tipo de artificio. Las canciones son tan
auténticas que ni siquiera necesitan el respaldo de la E Street Band. Cuando
intentaron registrarlas en los Power Station de Nueva York, comprendieron que
la electricidad y los nuevos arreglos les robaban la esencia. Algunos temas
fueron apartados para el siguiente disco, el multiplatino Born in the
U.S.A. (1984), que lo convertiría en un ídolo de masas, mientras que
el resto permaneció en el limbo hasta que, tras meses de pruebas y mezclas
fallidas, Dennis King consiguió una versión que les hiciera justicia.
Bruce fue perspicaz: entendió que
la calidad en bruto de la maqueta no podría ser replicada en un estudio. Por
consiguiente, decidió publicarla en su forma más pura.
Las influencias son evidentes:
blues, rockabilly, country, folk. John Lee Hooker, Chuck Berry, Dylan, Hank Williams y
Elvis Presley. Lo importante era la sencillez,
el mensaje. Quizá por eso no hubo gira de promoción, ni entrevistas, ni
presencia en los medios. Las maquetas —conocidas entre los seguidores
como Electric Nebraska— fueron durante décadas material codiciado,
y en esta reedición ven la luz por primera vez. A diferencia de otros
trabajos del Boss difundidos en bootlegs, las sesiones del álbum
habían permanecido ocultas hasta ahora.
El elepé fue un hito dentro de su
discografía. Sin él, no existirían The Ghost of Tom Joad (1995)
ni Devils & Dust (2005). Su minimalismo, parquedad y
crudeza lírica servirían de inspiración para toda una generación de músicos.
Con su tono confesional y una espiritualidad sombría, demostró que menos puede
ser más.
Nick
Cave, Steve Earle, Bon Iver, Beck, The Killers, Sufjan Stevens, Phoebe Bridgers,
The National e incluso el mismísimo Johnny Cash: todos cayeron rendidos ante su
hechizo. Nebraska tendió puentes entre el indie rock, el country
alternativo y el folk americano.
En cuanto al material inédito:
numerosas outtakes, demos, caras B y tomas en
directo. Destacan los cortes primerizos retocados por la E Street Band,
más crudos y enérgicos que los que finalmente llegarían al público.
Nebraska ’82: Expanded Edition se encuentra disponible en una cuidada caja de cuatro
CDs y un Blu-ray, y también en edición de vinilo con cuatro LPs. Una joya
imprescindible para los devotos del Boss, que demuestra que la espera ha
merecido la pena. La leyenda no conoce límites.
