De
Freehold a la gloria del rock: repasamos la vida de Bruce Springsteen en su
autobiografía Born to Run. Un viaje a las raíces del Boss.
I. El hombre
Bruce Springsteen creció en Freehold, Nueva Jersey, siempre en los márgenes, hijo de una familia trabajadora que apenas llegaba a fin de mes. En casa, la figura de su padre, Douglas, marcó su vida con una mezcla de silencio, frustración y amor reprimido. El alcohol, la depresión y la imposibilidad de expresar afecto generaron una distancia que pesaría durante décadas. Aquella tensión familiar fue la semilla de muchas de sus canciones: una lucha constante entre la necesidad de huir y el deseo de redención.
Desde
muy joven supo lo que era sentirse un inadaptado: demasiado pobre para encajar
en los círculos de moda, demasiado inquieto para resignarse al destino obrero
de su barrio. Bruce veía en su padre el espejo del desencanto y la derrota que
él se juró no repetir. Años después escribiría sobre ese vínculo roto en temas
como «Adam Raised a Cain» o «Independence Day», donde el hijo intenta
comprender a un hombre endurecido por el trabajo y la pobreza.
Antes
de conocer el éxito, su vida transcurrió entre bares donde tocaba por unos
dólares y bolos interminables en salas pequeñas. Fueron años de pura escasez,
de ruina económica, en los que incluso llegó a pasar hambre. La carretera, sin
embargo, le dio lo que la rutina le negaba: oficio, resistencia y un talento
esculpido a base de sudor, kilómetros y noches sin dormir.
Pasaron
tres años de giras y esfuerzos titánicos hasta que, finalmente, John Hammond
—el mismo que había descubierto a Dylan— lo escuchó y apostó por él en Columbia
Records. Fue el inicio de todo: el salto desde la periferia al centro, de la
oscuridad de los clubes de Nueva Jersey a los focos del rock.
A
lo largo de su vida, la figura paterna se transformó en espejo y advertencia.
Bruce temía repetir los errores de su padre: la dureza, el aislamiento
emocional, la incapacidad de abrirse a los demás. Sin embargo, durante sus años
de mayor fama —cuando Born in the U.S.A. lo convirtió en un fenómeno global—
acabó reproduciendo parte de ese patrón.
Su
matrimonio con la actriz Julianne Phillips, en pleno auge de los ochenta, lo
enfrentó a su propio vacío. Ella representaba el éxito y la estabilidad que él
creía desear, pero Bruce descubrió que seguía atrapado entre la carretera y los
fantasmas de Freehold. El divorcio fue doloroso y lo obligó a mirar hacia
adentro: comprendió que el amor no basta cuando uno no sabe quién es.
Poco
después, en la gira de Tunnel of Love (1987), encontró en Patti Scialfa
—compañera de la E Street Band y confidente desde hacía años— a la persona que
realmente comprendía su mundo. Con ella formó la familia que siempre había
anhelado: Evan, Jessica y Sam. El nacimiento de su primogénito, en 1990, marcó
un cambio profundo en su vida.
La
prosa de Springsteen —en sus letras y en su autobiografía— es un reflejo del
hombre: humilde, perseverante y de clase obrera. Un artista que ama su oficio
por encima de todo, que ganó lo que tiene a base de esfuerzo y que, pese al
éxito, conserva la gratitud y la capacidad de mirar la vida desde el asombro.
Chupa
de cuero, camisa de cuadros, jeans, botas y una Fender Esquire de 1950. ¿Para
qué más?
II. Bruce Springsteen y la E Street Band
Springsteen jamás se planteó un trabajo de nueve a cinco con cuello blanco. Solo le interesaba la música y, a diferencia de otros menos afortunados, logró cumplir sus sueños. Siempre lo tuvo claro: cero atracción por los excesos del rock and roll que se llevaron por delante a tantos grandes —Jim Morrison, Kurt Cobain, Amy Winehouse—. Quizá por eso se ha mantenido en pie en la industria hasta el presente. Para el Boss solo existe una opción: continuar adelante, devorar kilómetros y nunca mirar atrás.
También
vivió la eterna lucha contra las discográficas, plagadas de ejecutivos sin
visión que solo buscaban explotar a los artistas. La marcha de John Hammond y
Clive Davis de Columbia lo dejó en una situación complicada tras su segundo
álbum: los nuevos jefes no apostaron por él. Más tarde, incluso cuando ya era
un éxito masivo, tuvo que pelear por unas condiciones contractuales más justas
frente a Mike Appel, su representante.
Más
que una estrella del rock, Springsteen siempre proyectó la imagen de alguien
que podría encajar en un taller mecánico o conduciendo un camión por la Ruta
66. En esa sencillez se adivinaba la herencia de su padre: un hombre duro, de
manos agrietadas y mirada cansada, que nunca entendió la pasión de su hijo por
la música, pero cuya sombra impulsó al joven Bruce a demostrar que el talento
también podía ser una forma de dignidad.
Esa
misma filosofía de lealtad y trabajo en equipo fue la que lo llevó a crear una
de las bandas más sólidas y queridas de la historia del rock: La E Street Band.
Con ellos, Bruce no solo formó un grupo, sino una auténtica familia.
Steven
Van Zandt, Clarence Clemons, Max Weinberg, Garry Tallent, Roy Bittan, Nils
Lofgren, Danny Federici y, más tarde, Patti Scialfa, compartían con el Boss una
misma ética: la música como oficio, no como lujo. Cada concierto era una
celebración del esfuerzo colectivo, una prueba de hermandad que trascendía los
escenarios.
Springsteen
cuidaba de los suyos como un hermano mayor. Se aseguraba de que todos cobraran,
de que nadie pasara apuros, de que cada integrante se sintiera parte de algo
más grande que una simple banda. En los buenos y en los malos tiempos, el
vínculo que los unía era indestructible.
Para
Bruce, la E Street Band representaba lo que su padre nunca pudo darle del todo:
una familia estable, sólida y llena de afecto. Era, al fin, el hogar que había
buscado en la música.
III. La estrella del rock
La perfeccionista y agotadora grabación del corte «Born to Run» llevó seis meses: Springsteen sabía que necesitaba un elepé de éxito o la discográfica no renovaría su contrato. El resto del disco se terminó en Nueva York, en los legendarios estudios Record Plant, con John Landau como productor, apostando por la sencillez en los arreglos y las letras sobre ciudadanos comunes de una América herida.
«Thunder
Road», «Tenth Avenue Freeze-Out» y «Jungleland» marcaron un antes y un después.
Con ellas, todo cambió para siempre: la crítica lo aclamó, el público lo adoptó
y el propio Bruce comprendió que su sueño —convertirse en el portavoz de una
generación— se había cumplido. Pero junto al éxito llegó también el miedo:
perder el alma, su autenticidad y convertirse en un producto más de la
industria.
La batalla en los tribunales contra Mike Appel mantuvo a Springsteen tres años alejado de los estudios, sin poder grabar nueva música. Además, lo dejó en la bancarrota —pese a ser un músico de prestigio con ventas millonarias— hasta principios de los años ochenta.
Desde
Inglaterra, el punk había sacudido la industria hasta sus cimientos. Nada
volvería a ser igual. En Darkness on the Edge of Town (1978), el
cantante habló sobre las privaciones de su infancia, la dureza de los barrios
obreros y la muerte del sueño americano, a través de personajes exhaustos que,
sin embargo, se resisten a aceptar la derrota. Un trabajo oscuro y adusto, que
llegó a los fans gracias a una gira incendiaria. No tardaría en
convertirse en uno de los más venerados de su discografía.
The
River (1980) significó un revulsivo personal para el Boss:
un sonido crudo, áspero, casi de garage, que arropaba historias teñidas de
cierto halo político y de desesperación; demasiados compromisos familiares no
resueltos y heridas íntimas aún por cicatrizar. «Hungry Heart» se convirtió en
un éxito y les abrió las puertas a un tour europeo —el primero en cinco años—
en el que arrasaron.
La
novela Nacido el 4 de julio hizo que Springsteen tomara conciencia de los
veteranos de Vietnam, de sus heridas invisibles y su abandono por parte del
país. A partir de entonces, su compromiso con la causa sería absoluto.
El
country, el blues, el góspel y la música folk inspiraron lo que muchos
consideran su obra maestra indiscutible: Nebraska (1982). Un elepé
tranquilo y desnudo en el que el Boss expone su alma en formato acústico,
enfrentándose a los fantasmas de su niñez y el destino de los desheredados. La
sombra de Freehold nunca lo abandonaría del todo. Tras terminar las maquetas,
regrabó el álbum con la E Street Band, pero concluyó que debía quedarse tal
cual. No hubo gira para promocionarlo.
La
integridad artística de Springsteen siempre ha estado fuera de duda. Por ello,
la publicación de Born in the U.S.A. (1984), el disco más vendido de su
carrera, no puede considerarse un producto vacío. El tema titular,
malinterpretado por Ronald Reagan, era una denuncia feroz contra el sistema que
descartaba a sus ciudadanos cuando dejaban de ser útiles.
El
videoclip de «Dancing in the Dark» lo impulsó a una dimensión mediática
inédita. Por primera vez, el Boss aparecía como una auténtica estrella de la
MTV, bailando y sonriendo ante millones de espectadores: un obrero del rock
convertido, sin quererlo, en ícono pop. Por suerte, la fama no lo consumió.
Supo mantener los pies en la tierra y seguir fiel a sus raíces.
Tunnel
of Love (1987) trajo un tono más introspectivo y personal,
centrado en el amor, la madurez y la desilusión. Después llegarían el
matrimonio con Patti Scialfa, la paternidad y la búsqueda de equilibrio tras
años de tormentas internas.
