Tame
Impala —el proyecto todoterreno de Kevin Parker: cantante, multiinstrumentista
y productor australiano— regresa al panorama musical con un nuevo y esperado
elepé. Han pasado cinco años desde el aclamado The Slow Rush (2020) y el
hype está por las nubes. ¿Qué nos tendrá preparado en esta ocasión?
La
portada, en blanco y negro, muestra al cantante junto a su hija. Sencilla y
sobria, se convierte en toda una declaración de intenciones: el padre y el
hombre cobran más protagonismo que la estrella de la música.
«My
Old Ways» arranca en formato acústico para continuar con elementos jazzísticos,
solo de saxo incluido. «No Reply», tema dance, incluye un final dominado
por un piano envolvente. Un inicio lleno de contrastes, entre momentos
brillantes y pasajes más introspectivos.
«Dracula»
es otra pieza luminosa y bailable, con un atractivo gancho melódico y canto en
falsete. «Loser» roza el terreno del R&B con su ritmo entrecortado.
«Oblivion» nos devuelve a la barra de cualquier club nocturno, y el siguiente
corte, «Not My World», desemboca directamente en la pista de baile.
La
orquestal «Piece of Heaven» es la canción más profunda del álbum. Con su sonido
synth pop, recuerda a temas como Joan of Arc, de Orchestral
Manoeuvres in the Dark. «Obsolete» continúa por la misma senda, pero desde el
prisma de las luces estroboscópicas y el hielo seco: un corte con un sutil
toque funk que podría encajar en cualquier Best Of de los ochenta.
«Ethereal Connection» bebe del house noventero.
Vibra
profunda y potente, una de las mejores piezas del disco, con potencial de single.
En «See You on Monday (You’re Lost)», la influencia de The Beatles en su etapa Sgt.
Pepper’s es evidente, aunque siempre filtrada por la sensibilidad
psicodélica y el pulido sonido característico de Parker. Puede que sea el tema
que menos encaje en el conjunto, pero también aporta un respiro humano, una
pausa antes del cierre.
El
viaje concluye con la sintética expansiva de «Afterthought» y con «End of
Summer», sin duda el mejor corte del conjunto y primer adelanto del disco. Un
pulso de acid house que late con la energía de Madchester, bajos
envolventes y una producción que combina nostalgia y modernidad a partes
iguales. Es una pieza hipnótica, de esas que crecen con cada escucha, y que
funciona tanto en la pista como en la ensoñación personal. Un final redondo que
resume el trabajo con mucha clase.
La
electrónica tiene un gran peso, junto a teclados, piano, saxo y paisajes
caleidoscópicos. Pulcras armonías vocales, numerosos arreglos de cuerdas
difusos y un tempo que flota entre lo onírico y lo melancólico. No cuesta
imaginar el elepé de fondo en cualquier chill out mientras el sol se
oculta en el horizonte. El álbum está secuenciado como si fuera una sesión de
DJ: pieza tras pieza, con subidas y bajadas perfectamente medidas, construyendo
un todo homogéneo.
Luz y oscuridad, exaltación y agotamiento creativo, vulnerabilidad y deseo de trascender lo cotidiano. El álbum explora esas tensiones con una sensibilidad que recuerda a la mejor tradición lírica de New Order. Parker vuelve a reinventarse con acierto: Deadbeat (Columbia Records, 2025) añade una nueva muesca a una discografía impecable.
