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jueves, junio 30, 2016

“EL TRABAJO”, DE WILLIAM BURROUGHS


Todos los sistemas de control se basan en el binomio castigo-premio. Cuando los castigos son desproporcionados a los premios y cuando a los patrones ya no les quedan premios, se producen las sublevaciones.

William S. Burroughs

Novelista, intelectual, ensayista y crítico social, Burroughs fue una de las mentes más peculiares y brillantes de su generación; el mismo que sobrevivió al infierno de los narcóticos —piedra angular de toda su obra— para plasmarlo en sus escritos. En ellos nos encontramos con una invectiva mordaz al sistema, experimentación estilística y delirio creativo. Influenciado por Rimbaud, T.S. Eliot, Genet, Beckett, Artaud, Joseph Conrad y Bataille, desarrolló un universo propio oprimido por mutaciones físicas y mentales, trastornados paisajes de Ciencia Ficción bañados por la lluvia nuclear conviven con ciudades convertidas en escombros y supervivientes reducidos al primitivismo más elemental. Una visión del mundo anárquica e iconoclasta —entre la paranoia, el pesimismo y la sátira— que ha sido de gran influencia en múltiples ámbitos como la literatura, el cine, la música y la pintura. Hablamos de cuatro generaciones diferentes en el espacio y tiempo: beatniks, hippies, punks y cyberpunks.  

Burroughs se caracteriza por la búsqueda constante de nuevas formas de lenguaje, la liberación personal, la experimentación sexual y su afición por las armas de fuego patrimonio de las fuerzas del orden y el ejército. Tal como explica en la serie de entrevistas y relatos que aparecen en El trabajo (Enclave de libros, 2014), usó grabadoras, cámaras de televisión, noticias, periódicos, mítines políticos, conversaciones, insultos y todo tipo de efectos para montar sus collages literarios. La cultura pop —no el mainstream socialmente aceptado—, sino el underground —la fina línea que separa un cuerpo hambriento de un chute de heroína—, contaba con un exterminador entre sus filas.

Según el autor, la palabra es un “virus” que se fusiona con el portador cambiando de forma definitiva su estructura genética y, por consiguiente, la evolución como especie. Una simbiosis similar a la del adicto con los narcóticos: ambos han quedado unidos de modo irresoluble. A partir de entonces, desde el Jardín del Edén, a través de milenios de guerras, locura, devastación y muerte, hasta llegar a la sociedad americana ensombrecida por el resplandor atómico de Hiroshima, el escándalo Watergate, las junglas de Vietnam bañadas por el napalm y el asesinato de Martin Luther King. No olvidemos que la edición original de este libro apareció por primera vez a finales de los sesenta.  

Con el fin de contrarrestar la literatura convencional, destacan el método cut-up (cortar el texto y distribuirlo aleatoriamente), el fold-in (trasladar el final de la página al principio para crear una sensación de flashback) y el splice-in (varias grabadoras con diferentes sonidos a la vez). De esta manera rompió la codificación lineal de la escritura a favor de formas artísticas que, debido a su no-linealidad, le permitiría caminos y asociaciones alternativas. Aunque estos experimentos puedan parecer caóticos y carentes de sentido, en realidad eran todo lo contrario. Burroughs seleccionaba con cuidado sus textos y los combinaba sin ningún tipo de azar, logrando una perspectiva caleidoscópica y plural que —como afirmaba— le permitía anticipar el futuro. Una visión a través de la neblina de los opiáceos que echa por tierra cualquier modernidad.  

El autor despedaza al sistema pudiente que, aparte de crear generaciones consumistas y superficiales, aniquilarán cualquier tipo de individualismo, ideas propias o creatividad. El control, la manipulación, el capitalismo, la muerte de las emociones, el patriotismo, la familia y la educación, también son diseccionadas con la precisión quirúrgica de un cirujano gracias a una lucidez nacida de la suspicacia, el sarcasmo y la procacidad. Para Burroughs, la juventud es la futura salvación del planeta siempre y cuando se libere de los dogmas inculcados a favor de la rebelión en las calles; la única manera de actuar en contra de un sistema corrupto, tan decadente como laminador.

Como destructor/constructor del lenguaje, icono cultural y francotirador agazapado en el extrarradio del academicismo, Burroughs rechazaba las etiquetas y durante toda su vida operó al margen de las modas, conceptos y clichés. El monopolio de la élite (gobiernos, inmobiliarias, ingeniería, empresas de construcción, medicina, compañías automovilísticas, etc) controla la riqueza, la cultura y los avances científicos para no perder sus privilegios mientras mantiene en la ruina a aquellos que se encuentran por debajo de su nivel. El autor hace hincapié en sus obsesiones habituales: el revolucionario tratamiento de apomorfina (que le auxilió a desintoxicarse definitivamente), el acumulador de orgones patentado por Wilhelm Reich y los infrasonidos que podrían incitar a las multitudes a destruir ciudades. 

Huelga decir que sufrió en sus carnes la censura impuesta por los medios debido a su lenguaje procaz, misoginia absoluta y puntos de vista radicales. A pesar de ello, continuó en contra de la pena de muerte, la hegemonía cultural, el histerismo antidroga, la segregación racial, la moralidad, el sistema penal y la religión cristiana típica de Estados Unidos. Irónicamente, a pesar de provenir de una familia adinerada (su abuelo fue el inventor de la calculadora) que le proporcionó una buena educación en las mejores universidades de la época, Burroughs prefirió romper con sus raíces a favor de la marginalidad. Por ello trató con drogadictos, artistas, ladrones, bohemios, enfermos mentales, románticos, chulos y prostitutas; aquellos al margen de la sociedad que escupían en la cara al “Sueño Americano”. Ese fue el primer paso que lo convertiría en una leyenda que continúa vigente en pleno siglo XXI. 



domingo, mayo 08, 2016

"MANUAL REVISADO DEL BOY SCOUT", DE WILLIAM BURROUGHS


Mira qué problema de drogas nos han dejado en nuestra puerta. ¿Ir a por los traficantes? Detienes a un traficante y ocupan su lugar diez más. El único hombre indispensable para la industria de los narcóticos es el adicto que los compra en la calle. Si das el tratamiento al adicto de la calle, dejarás sin trabajo al traficante.

William S. Burroughs

Manual revisado del Boy Scout es uno de los trabajos más míticos, controvertidos y subterráneos de William Burroughs. Escrito al mismo tiempo que Los chicos salvajes (Grove Press, 1971), encontramos un ensayo que sirve como guía para derrocar a un sistema corrupto y anticuado a través de la violencia. La policía, los gobiernos putrefactos, la prensa conservadora, la hipocresía de la religión y —el mayor cáncer del mundo moderno— la familia, deben ser erradicadas de raíz a través de disturbios, manifestaciones, atentados terroristas, guerra bacteriológica, golpes de estado y armas de destrucción masiva.

A diferencia de otros novelistas cuando alcanzan la fama mundial, lejos de ablandarse, Burroughs siempre fue fiel a su estilo anárquico, radical y subversivo. Debido a ello, la mayoría de sus ensayos, relatos, cintas, entrevistas y novelas circularon por el mundillo underground, sirviendo como inspiración a innumerables artistas plásticos, músicos y escritores hastiados de lo “políticamente correcto”. Su influencia continúa en la actualidad: un enfant terrible intachablemente vestido, de humor ácido y abrasador, testigo de primera mano de la decadencia humana y el infierno del mundo de los narcóticos, dispuesto a hacer saltar el planeta por los aires gracias al “virus” de la palabra.

Inspirado por los convulsos acontecimientos que hicieron tambalear los Estados Unidos a finales de la década los sesenta (Vietnam y la Convención Demócrata Nacional de 1968), Burroughs propone a los jóvenes que abandonen la actitud pasiva y complaciente con la que han sido educados a favor de la revolución que, inevitablemente, desembocará en caos, actos sexuales violentos, explosiones y calles atestadas de cadáveres. Huelga decir que cualquier tipo de moralidad ante el derrocamiento del sistema, el asesinato o la destrucción, es irrelevante. ¿Acaso el fin no ha justificado los medios desde que los seres humanos pisaron la faz del planeta?

A diferencia de otras obras experimentales del autor, Manual revisado del Boy Scout va directa al grano, amena y surreal, con grandes dosis de visceralidad, humor negro y cinismo. En ella se exponen todos los pasos creación de armamento casero (pistolas, bombas, armas blancas), instruir de forma militar a los ¡atractivos! jóvenes necesarios para la causa y métodos más sofisticados (información/desinformación, guerra biológica, cintas grabadoras, infrasonidos, radiación letal de orgones)— para entrar en acción. ¿Quién no querría acudir a su puesto laboral después de leer este libro e incendiar la empresa en la que lo tratan como a un esclavo por un sueldo irrisorio?  
        
La Felguera Editores ha hecho un gran trabajo de impresión. Cabe destacar las ilustraciones interiores, papel de calidad y cubierta con letras color dorado y solapas. Una pequeña obra de arte que, sin duda alguna, hubiera complacido al mismísimo Burroughs. Muchas editoriales que han publicado otros libros del autor deberían tomar nota y actuar en consecuencia. No todos los días (hablamos de un mercado destinado al público mayoritario en el que novelas de pésimo calado copan las listas de los más vendidos) tenemos la oportunidad de disfrutar de material inédito del maestro. Por desgracia, y a título de reflexión personal, nunca hemos contado con ningún visionario a la altura de Burroughs en España.

Como cierre, una frase que puede resumir el ensayo en su totalidad, la misma que se adelantó a la anarquía punk:

¡A TOMAR POR CULO LA REINA!  



  

jueves, diciembre 31, 2015

"¡EXTERMINADOR!", DE WILLIAM BURROUGHS


¿Se acuerdan del Congo? 15.000.000 millones de negros exterminados sistemáticamente por los cazadores de recompensas blancos. Al principio se les pagaba previa presentación de un par de orejas completo. Sin embargo algunos cazadores blandos de corazón se limitaban a cortar las orejas y no cumplían con su trabajo tipo:
—Mira negrito yo no tengo nada contra ti es mi trabajo mujer y niños en Inglaterra soy una buena persona. Supón que solo te corto las orejas y te dejo vivir naturalmente espero alguna cosilla por los problemas. ¿Qué me dices?
—Tú ser buen hombre, amo. Tú ser justo hombre blanco.

William Burroughs


Publicado en 1973 por la editorial Viking Press, ¡Exterminador! es una colección de relatos cortos que habían aparecido previamente en prestigiosas revistas como Rolling Stone, Evergreen Review, Village Voice o Esquire Magazine. Basta con leer la primera página para descubrir el estilo inconfundible del autor: una mezcla entre surrealismo, crítica social, desprecio a las normas y experimentación física, mental y espiritual a través del consumo de narcóticos de toda índole.

Considerado uno de los escritores más visionarios, vanguardistas y extravagantes de la historia de la literatura moderna, Burroughs nos traslada a través de las palabras a un universo en el que las reglas existen para quebrantarlas, los Gobiernos son una herramienta de control, las autoridades carecen de cualquier tipo de decencia, las armas solucionan los problemas espinosos y la única forma de ignorar los horrores de la vida diaria implica consumir sustancias (legales o ilegales) a través de vía intravenosa. Exterminadores de insectos, rodajes de películas porno, cárceles atestadas de delincuentes, la evolución humana como caos que traerá la destrucción al planeta, sodomía, búsqueda de estupefacientes, documentales que ilustran el declive de la civilización, virus biológicos, violencia policial, imperialismo americano, sectas y matanzas sumarias forman un mosaico enloquecido en el que se desgranan sus obsesiones habituales.         

Entre todas estas historias destacan ¡El exterminador!, Viento morir. Tú Morir. Nosotros morir., El regreso del astronauta, Últimos resplandores del crepúsculo y El advenimiento del Héroe Púrpura. El ácido y despiadado humor de Burroughs no concede perdones y carga contra una sociedad corrupta, deshumanizada y decadente. Algunos relatos contienen elementos experimentales sin puntuación de ninguna clase o el famoso cut-up método de mezclar textos al azar para romper la linealidad de la palabra escritaque prácticamente utilizó durante todos los años setenta. A modo de “cameos”, aparecen viejos personajes como el celebérrimo Dr. Benway (amoral médico que solo desea realizar aberrantes experimentos con sus pacientes) o el billonario A.J. (un Howard Hughes/Larry Flint proclive a llevar una pistola de agua cargada de semen a las fiestas de alta sociedad para disparar a las invitadas). Ambos constituyen una sátira feroz tanto al sistema médico (que no duda en tratar a los enfermos como objetos desechables) como a las clases privilegiadas (estúpidas, pueriles y embebidas en su falsa sensación de poder obtenido gracias al dinero).

El universo literario de William Burroughs se caracteriza por la falta de bondad, locura, catástrofe, muerte y alucinación. El ser humano es miserable, repulsivo y cruel por naturaleza, la familia una farsa destinada a perpetuar su propia decadencia, los estamentos gubernamentales destilan avaricia y podredumbre, y la religión una farsa absoluta cuyo único objetivo es desplumar a los ilusos que creen en su degenerada doctrina. No existe espacio para el amor, la ternura o los sentimientos. Como mucho, satisfacción inmediata forzando a realizar prácticas sexuales al primer joven atractivo que tenga la desgracia de encontrarse en el lugar inadecuado. La Tierra está condenada al holocausto nuclear y, por algún extraño misterio, resulta increíble que aún no haya sucedido.

                          


                

lunes, diciembre 21, 2015

"BIG SUR", DE JACK KEROUAC


La angustia mental es tan intensa que uno siente que ha traicionado su propio nacimiento, el esfuerzo y los dolores de parto de mi madre cuando me trajo al mundo, he traicionado el esfuerzo que hizo mi padre para alimentarme,  permitirme crecer, hacerme fuerte y Dios mío también educarme para la “vida”, se siente una culpa tan profunda que uno se identifica con el Demonio y Dios parece muy lejano, abandonándolo a uno a su estupidez enfermiza.

Jack Kerouac


Publicada en 1962, cuando contaba con cuarenta años, a diferencia de En el camino, el impulso vital, lúcido y nervioso que lo caracterizaba ha sido reemplazado por la depresión y la pérdida de la esperanza. En Big Sur nos encontramos con un Kerouac hastiado de la vida, profundamente insatisfecho, víctima de los efectos devastadores de la fama y el alcohol.

La influencia de la Generación Beat ha creado una serie de imitadores vestidos con ropa de marca, petulantes y de escaso talento artístico que, a diferencia de sus fundadores, destacaban por carecer de originalidad o ideas propias. Bohemios que vivían gracias al dinero de sus padres y se consideraban demasiado especiales para aceptar un empleo que los obligara a ensuciarse las manos. Kerouac detestaba haberse convertido en el portavoz de una generación consentida y autocomplaciente que le expresaba su fanatismo —lo consideraban un individuo excepcional y un modelo a seguir— en las barras de los bares que solía frecuentar. Este, para no decepcionarles, gracias a su liquidez económica, los invitaba a todo lo que demandaran.

La necesidad de huir de su entorno fue tan imperiosa que aceptó la propuesta de su amigo (y editor) Lawrence Ferlinghetti para pasar una temporada en una cabaña de su propiedad aislada de la civilización. Kerouac no tardó demasiado en hacer las maletas y poner rumbo a Big Sur. Durante varias semanas, lejos de colegas, admiradores y aprovechados, disfruta de su propia compañía leyendo y dando largos paseos en un entorno salvaje dominado por bosques, bancos de niebla, riachuelos, ratas por doquier, playas de arena blanca, gaviotas, grandes acantilados y el océano tempestuoso. Aunque es un ferviente defensor del budismo, la religión no le ha servido para encontrar la paz de espíritu. Para su pesar, Kerouac era un individuo gregario que necesitaba la compañía de sus semejantes aunque en el fondo de su corazón no los soportara.

En la novela aparte de Lenore Kandel, Michael McClure, Philip Whalen, Lew Welch y Victor Wong volvemos a encontrarnos con Neal Cassady al que hace varios años con el que no mantiene contacto porque estuvo encerrado en San Quintín por tenencia de marihuana. Cassady ya no es el joven impetuoso inmortalizado detrás del volante, el mismo que era capaz de conducir durante días sin demostrar el menor ápice de agotamiento. Casado, padre de familia, con dos hijos y un empleo inestable, juega largas partidas de ajedrez y critica la adicción a la bebida de su amigo. Este no ha perdido su poder de fascinación sobre Kerouac y continúa siendo el motor principal de su literatura gracias a una relación de profunda amistad jalonada por la admiración, celos y competencia. A pesar de ello, continúa teniendo una amante en alguna parte a la que no duda en presentarle, y con la que el autor terminará teniendo una corta y desventurada relación amorosa.

Durante toda la obra, Kerouac es víctima de un estado anímico depresivo, paranoico y resacoso que le hace pensar en la muerte constantemente. Un hombre debilitado por una vida de excesos que, inevitablemente, han terminado por pasarle factura. Cansado de aparentar un entusiasmo y una alegría que no experimentaba, la narración fluye en una perpetua angustia física, mental y espiritual causada por el delirium tremens. Ya no es capaz de disfrutar del presente. Psicótico, enfermo, víctima de alucinaciones, cree que tiene enemigos en todas partes y que el mundo está en su contra. Las fiestas y la bebida nutren su creatividad y aunque el deliro, el egoísmo, el autodesprecio y el veneno que recorre sus entrañas lo han deteriorado para siempre, como buen católico, espera encontrar la salvación.   

Pocos autores del panorama literario actual —en el que priman los productos comerciales de fácil asimilación— serían capaces de exponer de manera tan descarnada sus demonios internos sobre las páginas. Big Sur es una obra de escape que muestra el lado más amargo y oscuro del padre de la Generación Beat.   




jueves, octubre 29, 2015

“CARTAS”, DE JACK KEROUAC Y ALLEN GINSBERG


En la actualidad la tecnología ocupa un lugar fundamental en nuestras vidas y la escritura de cartas ha pasado a convertirse en un arte olvidado. Abrir el buzón de correos y encontrar una misiva de un ser querido, fue una experiencia común antes de que el teléfono, el correo electrónico, las redes sociales y los móviles se convirtieran en las principales herramientas de comunicación. Gracias a la editorial Anagrama tenemos la oportunidad de conocer la correspondencia de dos los mejores autores americanos del siglo XX: Jack Kerouac y Allen Ginsberg,

De 1944 a 1963 ambos artistas se cartearon profusamente, manteniendo viva la llama de una sólida, honesta y profunda amistad. Apasionados, en sus cartas encontramos consejos literarios, humor, influencias estilísticas, drogas, charlas sobre amigos comunes, música, religión, anécdotas personales, viajes, sexo, espiritualidad, procesos creativos, poesía y futuras visitas. La correspondencia arranca mientras Kerouac se encuentra internado en prisión debido al asesinato de David Kammerer a manos de su amigo Lucien Carr (las autoridades lo consideraban cómplice) y termina en los sesenta, cuando ambos eran escritores famosos y (por desgracia) habían tomado caminos distintos.

Las largas misivas de Kerouac, escritas con el estilo exaltado y espontáneo que le caracterizaba, revelan a un individuo anárquico, visceral y eternamente insatisfecho que busca darle sentido a su existencia. Después de experimentar una juventud que serviría como columna vertebral de su obra, el resto de su vida fue aislamiento, escribir en casa de su madre, recordar tiempos mejores y beber hasta caer inconsciente. Católico, con un profundo sentido de la culpabilidad arraigado en su interior, apenas menciona la adicción al alcohol que terminó conduciéndolo a un gran declive físico y a la autodestrucción. Aunque intentó encontrar la estabilidad personal y espiritual a través del budismo (experiencias reflejadas en Los vagabundos del Dharma) y el exilio en una cabaña alejada de la civilización (narrada en su libro Big Sur), no pudo conseguirlo. Por otra parte, Ginsberg revela ser un poeta profundamente romántico, inocente, fiel a sus amigos, generoso, lleno de sueños y ambiciones, anhelante por exprimir la vida hasta sus últimas consecuencias y con ansias perennes de iluminación. Todo esto lo encontramos en obras como Kaddish y otros poemasSándwiches de realidad y La caída de América: poemas de otros estados. Curiosamente, dos personalidades tan dispares entre sí encontraban sustento con palabras de apoyo, admiración, celos, peleas y críticas constructivas.

A través de su correspondencia, resulta evidente cómo ambos influyeron de forma notoria en la personalidad y escritura del otro. Siendo autores nóveles, sin reputación ni contactos, tardaron mucho tiempo en triunfar a nivel masivo. En sus cartas nos encontramos con figuras conocidas como William Burroughs, Neal Cassady, Lucien Carr, Gregory Corso, Gary Snyder, John Cellon Holmes, Herbert Huncke y Michael McClure, entre muchos otros. Todos forman parte de la Generación Beat —innovador movimiento literario del que fueron progenitores— que hizo temblar las estrechas y arcaicas letras americanas de mediados de los años cincuenta. Pese a sus diferencias, se prestaban apoyo financiero, compartían editores y contactos literarios, y se reseñaban en revistas para ganar notoriedad. ¿Cuántos colegas de oficio serían capaces de hacer algo similar en un mundo de egos, envidias, estupidez y ambición desmesurada?

En el camino (de Kerouac), Aullido (de Ginsberg) y El almuerzo desnudo (de Burroughs) fueron bombas de relojería que detonaron las antiguas fórmulas que dominaban las listas de ventas. Los jóvenes encontraron modelos a seguir que, tal como era de esperar, no fueron del agrado de la sociedad conservadora y las almas bienpensantes americanas. Puede que por ello recibieran (y aún continúan recibiendo) críticas virulentas de los medios, tachándolos de pésimos autores que no tenían nada que aportar con sus escritos. Cuando lograron la fama que había estado esquivándolos durante años, ambos reaccionaron acorde a sus personalidades. Kerouac no pudo soportar el peso de la misma, se negó a realizar entrevistas y lecturas literarias, y se recluyó en el ostracismo, el alcohol y la depresión. Ginsberg, en cambio, disfrutaba efectuando recitales de poesía, conferencias y apariciones televisivas, convirtiéndose en un icono de la contracultura hippie.

Lentamente, conforme pasaban los años, la relación entre ambos fue deteriorándose debido al alcoholismo de Kerouac y el ascenso de Ginsberg en los círculos intelectuales. A pesar de ello, nunca llegaron a romper el contacto. La prematura muerte de Kerouac (a los cuarenta y siete años) debido a una hemorragia interna causada por la cirrosis, truncó una amistad que se hubiera prolongado durante mucho tiempo. Por fortuna para el disfrute de los lectores, ambos tuvieron en cuenta la posteridad y conservaron las misivas que habían intercambiado durante décadas.   

Citando las (proféticas) palabras del autor de Visiones de Cody: «La fama acaba con todo. Llegará el día en que las Cartas de Allen Ginsberg a Jack Kerouac hagan llorar a América».