La angustia
mental es tan intensa que uno siente que ha traicionado su propio nacimiento,
el esfuerzo y los dolores de parto de mi madre cuando me trajo al mundo, he
traicionado el esfuerzo que hizo mi padre para alimentarme, permitirme crecer, hacerme fuerte y Dios mío también
educarme para la “vida”, se siente una culpa tan profunda que uno se identifica
con el Demonio y Dios parece muy lejano, abandonándolo a uno a su estupidez
enfermiza.
Jack Kerouac
Publicada en 1962, cuando contaba con cuarenta años, a diferencia de En el camino, el impulso vital, lúcido y nervioso que lo caracterizaba ha sido reemplazado por la depresión y la pérdida de la esperanza. En Big Sur nos encontramos con un Kerouac hastiado de la vida, profundamente insatisfecho, víctima de los efectos devastadores de la fama y el alcohol.
La influencia de la Generación Beat ha creado una serie de
imitadores vestidos con ropa de marca, petulantes y de escaso talento artístico que, a diferencia de sus
fundadores, destacaban por carecer de originalidad o ideas propias. Bohemios
que vivían gracias al dinero de sus padres y se consideraban demasiado
especiales para aceptar un empleo que los obligara a ensuciarse las manos. Kerouac
detestaba haberse convertido en el portavoz de una generación consentida y autocomplaciente
que le expresaba su fanatismo —lo consideraban un individuo excepcional y un
modelo a seguir— en las barras de los bares que solía frecuentar. Este, para no
decepcionarles, gracias a su liquidez económica, los invitaba a todo lo que demandaran.
La necesidad de huir de su entorno fue tan imperiosa que
aceptó la propuesta de su amigo (y editor) Lawrence Ferlinghetti para pasar una
temporada en una cabaña de su propiedad aislada de la civilización. Kerouac no
tardó demasiado en hacer las maletas y poner rumbo a Big Sur. Durante varias semanas, lejos de colegas, admiradores y
aprovechados, disfruta de su propia compañía leyendo y dando largos paseos en
un entorno salvaje dominado por bosques, bancos de niebla, riachuelos, ratas
por doquier, playas de arena blanca, gaviotas, grandes acantilados y el océano
tempestuoso. Aunque es un ferviente defensor del budismo, la religión no le ha
servido para encontrar la paz de espíritu. Para su pesar, Kerouac era un
individuo gregario que necesitaba la compañía de sus semejantes aunque en el
fondo de su corazón no los soportara.
En la novela —aparte de Lenore Kandel, Michael McClure, Philip Whalen, Lew Welch y Victor Wong— volvemos a encontrarnos con Neal Cassady al
que hace varios años con el que no mantiene contacto porque estuvo encerrado en San Quintín por
tenencia de marihuana. Cassady ya no es el joven impetuoso inmortalizado detrás
del volante, el mismo que era capaz de conducir durante días sin demostrar el
menor ápice de agotamiento. Casado, padre de familia, con dos hijos y un empleo inestable,
juega largas partidas de ajedrez y critica la adicción a la bebida de su amigo.
Este no ha perdido su poder de fascinación sobre Kerouac y continúa siendo el
motor principal de su literatura gracias a una relación de profunda amistad jalonada
por la admiración, celos y competencia. A pesar de ello, continúa teniendo una amante en alguna parte a la que no duda en presentarle, y con la que el autor terminará teniendo una corta y desventurada relación amorosa.
Durante toda la obra, Kerouac es víctima de un estado anímico
depresivo, paranoico y resacoso que le hace pensar en la muerte constantemente.
Un hombre debilitado por una vida de excesos que, inevitablemente, han
terminado por pasarle factura. Cansado de aparentar un entusiasmo y una alegría
que no experimentaba, la narración fluye en una perpetua angustia física,
mental y espiritual causada por el delirium tremens. Ya no es capaz de disfrutar del presente. Psicótico, enfermo, víctima
de alucinaciones, cree que tiene enemigos en todas partes y que el mundo está
en su contra. Las fiestas y la bebida nutren su creatividad y aunque el
deliro, el egoísmo, el autodesprecio y el veneno que recorre sus entrañas lo han
deteriorado para siempre, como buen católico, espera encontrar la salvación.
Pocos autores del panorama literario actual —en el que priman
los productos comerciales de fácil asimilación— serían capaces de exponer de
manera tan descarnada sus demonios internos sobre las páginas. Big Sur es una
obra de escape que muestra el lado más amargo y oscuro del padre de la Generación
Beat.