A mediados de los ochenta,
cuando su carrera discográfica entró en decadencia debido a una serie de
álbumes comerciales poco inspirados, la misma crítica que adoraba a David Bowie
—considerándolo un visionario y referente a seguir— no tardó en despreciar su
trabajo e influencia. Discos notables como Let’s
Dance, The Buddha of Suburbia, Outside o Reality
fueron tachados de obras inferiores a las glorias de antaño o masacrados sin
piedad.
En
2013, después de una década de silencio, rumores sobre su salud y toda clase de
conjeturas, el británico regresó sorpresivamente con el aclamado The Next Day, que causó una conmoción entre
sus fieles —y sufridos— seguidores, similar al Segundo Advenimiento de Cristo.
El elepé alcanzó las primeras posiciones de todos los charts del planeta y la prensa especializada lo alabó como
una obra maestra a la altura de Scary Monsters.
Parece
que ello le proporcionó la suficiente confianza en sí mismo para abandonar el
estilo de rock tradicional que lo acompañaba desde finales de los noventa y
adentrarse en territorios inexplorados en su andadura musical. La salida del
sencillo homónimo «Blackstar», el pasado
veinte de noviembre —con su misterioso, lóbrego y cautivador videoclip filmado
por Johan Renck—, demostró que, a pesar de su edad, Bowie continuaba queriendo
sorprender a su público. La canción fue utilizada como cabecera para la miniserie
The Last Panthers, protagonizada por
Samantha Morton y John Hurt.
Nos
encontramos con un delirante paisaje de ciencia ficción similar a la Interzona
de William Burroughs: el cadáver de un astronauta, figuras que danzan
espasmódicamente en un ático ruinoso, una raza alienígena que venera los restos
del explorador espacial, tres hombres crucificados en un campo y el británico
como profeta ciego que propaga una siniestra doctrina entre sus acólitos. Bowie
luce una imagen impactante: traje raído, camisa con chorreras, pelo de punta,
rostro vendado y botones por ojos. Una obra de arte que no tiene nada que
envidiar a vídeos como Ashes to Ashes, Jump They Say,
The Heart’s Filthy Lesson, Little Wonder o The Next Day.
«Blackstar», con sus diez minutos de duración,
merece un puesto entre lo más excelso de su abigarrada discografía. Un tema a la altura de The Width of a Circle, Station to Station, Cat
People, Absolute Beginners o Loving the Alien. Onírico, innovador,
jazzístico y con ecos de Scott Walker, conduce al oyente a una especie de
trance con su melodía arábiga punteada de saxos, cambios de tempo, coros
espectrales, percusiones electrónicas, teclados y flautas, en la que la voz
susurrante de Bowie destaca sobre los cuidados arreglos de su fiel productor
Tony Visconti.
«Lazarus» —presentada en el musical de
Broadway basado en El hombre que cayó a la
Tierra— posee un corte destinado a las radiofórmulas que roza el límite
del rock progresivo y una atmósfera envolvente que destaca por sus vientos,
guitarras intrincadas, sintetizadores y una formidable línea de bajo. En el
videoclip encontramos a Bowie disociado en dos personajes al límite —un interno
de un hospital psiquiátrico y un novelista frente a su escritorio— y
referencias a su propia iconografía: el Duque Blanco, Loving the Alien y Blackstar.
«’Tis a Pity She Was a Whore» y «Sue (Or in a Season of Crime)» —aparecidas en
el recopilatorio Nothing Has Changed (2014)—
contienen nuevos arreglos —metales, cuerdas, baterías sintetizadas y loops electrónicos— para encajar con la
atmósfera mística del disco. El saxofón de Donny McCaslin ha tomado el
protagonismo, relegando a las guitarras a un segundo plano y llevando el peso
de todas las canciones.
Siguiendo
la estela del infravalorado Outside,
Bowie ha grabado una nueva joya oscura, barroca y seductora. A diferencia de Earthling —en el que predominaban la música
industrial y el drum and bass de la
época—, Blackstar es un trabajo vanguardista que no bebe de fuentes externas. Ahora que la
crítica se encuentra rendida a sus pies, todo indica que las reseñas serán
abrumadoramente positivas. Un éxito arrollador para un artista ambicioso y
polifacético al que aún le queda mucho por ofrecer.
Epílogo
Como triste conclusión, la mañana del 11 de enero los medios comunicaron que el músico había fallecido:
«David Bowie ha muerto en paz hoy, rodeado de su familia, después de una valiente lucha de dieciocho meses contra el cáncer. Mientras muchos de vosotros compartiréis la pérdida, pedimos respeto a la privacidad de la familia durante su tiempo de dolor».
Al igual que Freddie Mercury, impulsado por su amor por la música, Bowie grabó
hasta el último minuto de su existencia. Blackstar
significa el punto final de una emocionante carrera y el mejor regalo de
despedida posible para sus incondicionales.
