«Estaba convencido de que ninguna otra
banda de nuestra generación continuaba publicando discos tan significativos
como los que hacíamos nosotros».
Brett Anderson
Resulta inspirador que, en pleno siglo
XXI, Suede atraviese una etapa de plena madurez creativa, firmando una serie de
discos que amenazan con eclipsar incluso su legendaria época dorada.
Tras más de treinta años sobre los
escenarios, la banda sigue en plena forma, ofreciendo espectáculos
electrizantes. Suede rehúye de la nostalgia: su mirada está puesta en la
excelencia, disfrutan lo que hacen y se niegan a ser un simple grupo de revival
—las giras de Oasis y Radiohead serían un buen ejemplo— en contraste con tantos
otros. Existencialismo, glamur, determinación y resiliencia. Si algo
funciona...
La portada rinde homenaje a Francis Bacon:
Brett Anderson, oculto en la penumbra y descamisado, con el rostro velado por
la oscuridad. Al fondo, dos piezas de carne que se abren como alas. El mensaje
es inequívoco: un nuevo renacimiento. Y ya son varios.
Antidepressants (BMG, 2025)
prolonga el camino iniciado con «Turn off Your Brain and Yell», de Autofiction (BMG,
2022), y expande su universo sonoro mirando hacia el pasado, en concreto
al post-punk de finales de los setenta. El grupo suena honesto
y carente de artificios, pero al mismo tiempo, épico y teatral.
La influencia de
The Fall resulta innegable en «Desintegrate», donde Anderson ruge como un
animal herido: «Come down and disintegrate with me, we're cut down like the
daisies». La sombra de Mark E. Smith planea sobre la canción, un pildorazo punk demoledor.
La contagiosa «Dancing with the Europeans»
tiene madera de clásico, en la estela de «Beautiful Ones» o «Life is
Golden». Un estribillo infeccioso, marca inconfundible de la
casa: «I got a European stain within me, and a European suffering, I want to
be, dancing with the Europeans». Podría ser el tema que defina cómo será
recordado este álbum.
«Antidepressants» es puro Public Image
Ltd: la forma de cantar de Anderson evoca a John Lydon —roto y combativo a
la vez—, mientras que las guitarras afiladas remiten a Keith Levene. «I’m on antidepressants I just lie awake, singing a
song while I’m happy». Fue presentado como primer adelanto del álbum,
acompañado por un vídeo en directo grabado durante un concierto en Alexandra
Palace. Una auténtica declaración de principios.
«Sweet Kid» y «Somewhere Between an Atom
and a Star» reverberan con ecos glam que navegan por océanos
góticos. Material que remite a su debut con Suede (Nude,
1993), filtrado ahora por la experiencia acumulada.
El sonido es árido y urgente, despojado de
cualquier orquestación. Las guitarras de Richard Oakes y Neil Codling asumen el
protagonismo absoluto, con resonancias de Siouxsie and the Banshees o Magazine.
«Broken Music for Broken People» es un ejemplo paradigmático. A diferencia de
las primeras producciones del veterano Ed Buller para la banda, aquí todo es
áspero y minimalista, en perfecta sintonía con la dureza lírica del álbum.
«The Sound and the Summer», uno de los
cortes más destacados del conjunto, combina un gancho melódico eficaz con una
palpable sensación de urgencia. Opción evidente para un cuarto sencillo.
«Trance State» remite a Coming Up (Nude, 1996); de hecho,
podría haber funcionado como una cara B perdida de aquel disco.
Energía oscura y letras que abordan
relaciones tóxicas, crisis de mediana edad y la adicción a los antidepresivos.
Anderson vuelve a retratar a outsiders y personajes dañados,
tan característicos de su prosa a lo largo de los años. Muestran el declive del
mundo contemporáneo, el impulso de escapar del caos del presente y el amor como
fuerza motriz en tiempos aciagos. También laten la fragilidad emocional, la
autodestrucción y la eterna búsqueda de belleza en medio de la decadencia.
«Criminal Ways» y «June Rain» —piezas destinadas
para ser coreadas en vivo— también conquistan. «So I close my eyes and walk into the traffic flow»... Energía, músculo y
vehemencia: no sobra ni una nota. La sección rítmica de Matt Osman (bajo)
y Simon Gilbert (batería) mantiene una precisión de metrónomo. Con un minutaje
breve, el álbum va directo al grano, sin concesiones a la experimentación. Su
sonido áspero remite más a pubs de mala muerte que a teatros o
festivales veraniegos. Un terreno ideal para que Anderson se lance de
lleno entre el público: al fin y al cabo, el escenario siempre ha sido su
hábitat natural.
Suede, como cualquier formación con una
larga trayectoria, ha cometido errores. Pero esos tropiezos han servido para
crecer. En comparación con otros grupos de los noventa —Pulp, Kula Shaker,
Blur, Supergrass— su camino ha sido constante, sin rendirse jamás. Antidepressants —quinto
álbum tras su resurrección— no está concebido para la radiofórmula ni para
agradar a todos los públicos: ahora la banda compone para sí misma, ajena a la
presión de las listas de éxitos.
Si bien las comparaciones resultan
inevitables, donde A New Morning (Epic, 2002) intentaba
sobrevivir con optimismo algo ingenuo, Antidepressants se
erige como una declaración artística plena: cruda, urgente y emocionalmente
intensa. Si el primero representó un renacimiento frágil, el segundo es un
renacimiento pleno, con Suede reconciliado consigo mismo y con su historia.
La introspectiva «Life Is Endless, Life Is
a Moment» pone el broche de oro a otro trabajo notable de los londinenses. Se
perciben claros reflejos de The Cure en su período The Top (1984). Letra sobria y melancólica: «Formless, as a cloud,
weightless, as a sound»... La única tregua en un elepé desafiante.
La crítica especializada, antaño tan
presta a despachar a Suede como un producto prefabricado, hoy se deshace en
elogios. Cuatro y cinco estrellas a mansalva, como si siempre hubiesen creído
en ellos. Qué rápido se entierra el cinismo cuando toca subirse al carro ganador... El
elepé alcanzó el número 2 en las listas británicas. Solo queda esperar el
tercer volumen de esta «trilogía en blanco y negro», tal como el propio combo
la ha definido. Que llegue cuanto antes.
