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viernes, junio 04, 2021

RESEÑA "LUZ BLANCA/CALOR BLANCO", CORTESÍA DE HISTORIAS PULP

Alexis Brito Delgado, autor al que tenemos en gran estima en Historias Pulp por su perseverante línea de pulp de alta calidad, estrena desde principios de este año la colección Cazador a sueldo con Luz Blanca/Calor Blanco, novela que se puede adquirir desde Amazon en digital o tapa blanda.

Celebrando aún nuestra inesperada nominación a los Premios Ignotus (suponemos que por la revista Historias Pulp #4 Phantasm) es como nos hacemos eco de la existencia de esta nueva gran obra pulp, de nuevo protagonizada y narrada en primera persona por uno de los descendientes de aquel violento y virtuoso templario que fue en su Alemania natal Wolfgang Stark, el mismo de cuya línea de sangre son protagonistas en sus respectivas aventuras Dorian Stark (en un futuro decadente, con ambientación al estilo cyberpunk) y Johannes Stark (durante la década de 1940, en plena II Guerra Mundial). Una historia que cuenta con cubierta y página interior ilustradas con un estilo escrupuloso pero contundente, de líneas pesadas que concuerdan con la densidad del texto, diseñadas por Angelito Amaro Bernuy.

Esta vez, Alexis se aproxima a las historias del cine negro en un relato de suspense ambientado en los bajos fondos de la ciudad de Nueva York, a mediados de la década de 1970. El autor se empeña cuidadosamente en que la aventura esté empapada del tiempo donde se ubica, mostrándonos retazos del disidente conocimiento que su protagonista, Möhler Stark, tiene de la política, la sociedad e incluso el arte de su momento. El resultado es que el día a día dentro de la mente del narrador, esencialmente compuesto de eterna reticencia, de cinismo, y que transita por ambientes entre desolados y agobiantes, se ve diluido y cimentado de manera reconfortante por el alterne de este autodestructivo hombre con personas drásticamente más sociales que él (a pesar de tratarse, en algunos casos, de sociópatas de distinto grado) que nos aproximan al conocimiento del mundo más allá del eterno sumidero de su mente, como si aquel se tratara de una orilla de aguas tranquilas y de agradable y firme arena sobre la que alzarnos para respirar algo de aire.

¿Por qué esta extenuante descripción de la experiencia de transitar la aventura desde la mente de Möhler Stark, os preguntáis? Porque no cabe duda de que, a pesar de las cualidades que le unen a las demás generaciones de su familia (una determinación férrea y una capacidad para la violencia innata y cercana al talento artístico) este protagonista es el hombre más alejado de la humanidad de entre todos ellos (y esto es decir mucho, os lo aseguro e invito a comprobarlo). La distancia respecto a sus semejantes, a los cuales difícilmente considera como tales, se acentúa por su característica adicción, que bien le sirve para retroalimentar su ya de por sí natural psicopatía.

El consumo de heroína en vena por parte de nuestro protagonista no sirve más que para acentuar lo ancho del profundo abismo que le separa de toda forma de vida común a los demás mortales, y la constante y pertinaz lucha contra el síndrome de abstinencia cada vez que decide tomar las riendas de su vida en algún sentido alejándose del consumo, para engranar más las piezas que dan velocidad y potencia a su capacidad (y diría que necesidad) de matar.

Partiendo de esta premisa, la de un asesino a sueldo que se gasta lo que gana en heroína, y que se mantiene por periodos sereno para trabajar y experimentar de nuevo la indiferencia que refleja hacia el mundo (para volver con más ganas al siguiente pico), es como el autor nos sumerge en esta historia repleta de personajes de mala vida, aparentemente bohemia y desbordante de una romántica melancolía si nos tragáramos algo de las letras de grupos de la época como Velvet Underground (o Lou Reed en solitario), o si dejáramos que toda la corriente cultural de la llamada Factory de Andy Warhol y sus homólogos nos deslumbrara con su fastuosa mediocridad (siendo generosos) artística y social.

Möhler Stark, a pesar de estar próximo a ese conocimiento por su interés en una chica perdida en el caótico y falso lustre de la vanguardia intelectual, no se deja engañar, ni por eso ni por toda la tendencia política o social de su tiempo, convirtiéndole en un hombre tan renegado de su momento como lo son en sus propias historias todos los demás Stark. Su análisis constante del mundo y de sus propios actos en él sirven para acercarnos adecuadamente a su visión como cómplices, como confidentes, mejor dicho, consiguiendo una afinidad suficiente pero no confusa con el personaje, es decir, pudiendo comprender y hasta predecir su forma de actuar, como con una persona real, pero sin llegar a engañarnos para creerle la injusta víctima de todos los demás (como hacía de forma tan sutil y acertada la película Joker, con cuyo protagonista se identifican los espectadores distraídos, poco reflexivos o con perfiles de cierto grado de psicopatía). No, Möhler es un personaje honesto, y por eso mismo genera empatía, incluso simpatía. No es que no lamente su situación de cuando en cuando, pero si lo hace es sabedor de que es dueño de su destino, de que si algo lo hace es porque no puede evitarlo, ya sea por seguir su propio código moral (hartamente laxo) o sus impulsos.

La narración está llena de descripciones breves pero concisas de cuanto existe en el mundo de la novela, como es habitual en el estilo de Alexis Brito Delgado, pero aquí se regodea en los sentimientos y reflexiones del protagonista. Era fácil convertir esta aventura en una historia densa, carente de interés por la dilatada información de la experiencia subjetiva, pero no para un autor como Alexis, que sabe ceñirse a lo crucial, describiendo con un instinto afilado los mecanismos del pensamiento de este psicópata funcional, acercándonos con habilidad a la realidad de sus desaforadas emociones, aquellas que difícilmente se trasladan al mundo real como no sea en la forma de un puñetazo o una salva de tiros.

Luz Blanca/Calor Blanco tiene la virtud de resultar, como Némesis, un libro con una estructura más cercana a la novela tradicional, con episodios que se unen unos a otros para trazar una historia de venganza con un principio y un fin. Cada episodio, respectivo a cada uno de los días de toda una semana, comienza parafraseando las letras de una canción de Velvet Underground o Lou Reed en inglés, sirviendo como preludio de lo que vendrá en la narración, haciendo más patente el contraste entre la visión bohemia de la vida en los barrios bajos de Nueva York y la realidad a la que nos enfrenta, como lectores, el protagonista y narrador. Si se quiere encontrar un punto débil a la historia, este sería lo abrupto de su final, que bien puede verse perfecto por ser tan incierto como es realmente cada puñetero día de Möhler Stark, o que dejara con ganas de saber más por su intención continuista (no debemos olvidar que, en principio, esta es la primera parte de una saga).

Desde Historias Pulp no podemos hacer menos que recomendar esta espectacular novela independiente de corte pulp, una de las pocas que podemos considerar realmente buenas de entre las contemporáneas a nosotros que hayamos podido experimentar. Una historia compuesta a base de maldad, violencia, sexo y cinismo, y que se despoja de cualquiera de los complejos de los que hoy en día debe invertirse cualquier artista o ciudadano para ser considerado un miembro útil.

«Sigue el modelo establecido. Haz lo que se espera de ti. Sé un ignorante, un mediocre, hasta el día de tu muerte. Lo único que deseaba era estar fuera de la sociedad». 

MÖHLER STARK (LUZ BLANCA/CALOR BLANCO)


Enlace original:

https://historiaspulp.com/luz-blanca-calor-blanco-de-alexis-brito-delgado-resena-de-elmer-ruddenskjrik/




viernes, enero 11, 2019

RESEÑA "NÉMESIS", CORTESÍA DE HISTORIAS PULP


Como uno de los más asiduos colaboradores de Historias Pulp, Alexis Brito Delgado es un escritor que se ha ganado nuestra admiración gracias a una narración honesta, liberada de artificios y que, pese a su intencionada frugalidad de palabras, se las arregla para ambientar escenarios, describir sucesos y transmitir sensaciones con una manera tan certera e intensa como lo es la incisión de la veloz bala de un rifle de francotirador Mosin-Nagant.

La reseña de EL ÚLTIMO TEMPLARIO que encontraréis en este mismo blog os servirá como garantía de que la adquisición de esta nueva obra, NÉMESIS, está recomendada para cualquier lector que disfrute de las historias de aventuras y acción sin que el autor os aburra con una vacía pretensión de complejidad o profundidad en el modo de presentaros la historia. Alexis utiliza las menos de las palabras para detallar la acción, y cuando necesita hablar de las pasiones humanas o de la refrescante o deprimente belleza de la naturaleza, según las circunstancias, lo hace utilizando las más acertadas y concisas de las oraciones. Precisamente, esta facilidad que le da al lector para abandonarse al seguimiento de la historia es una de las que consideramos las mayores virtudes en común de sus relatos.

Volviendo a NÉMESIS, la nueva novela está ambientada en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, en la época en la que los nazis se han decidido a atacar a la Unión Soviética. La misión del protagonista, otro miembro más de la larga dinastía alemana de los Stark (como Wolfgang en EL ÚLTIMO TEMPLARIO, o Dorian en la saga de relatos iniciada con MENTE Y ACERO), es la de introducirse clandestinamente en territorio de los rusos para asaltar un castillo en el que se ha afincado un desertor alemán, habiendo secuestrado además a un científico de confianza de la mano derecha de Hitler, Heinrich Himmler.

Así es, en esta ocasión seguimos los pasos de un capitán del las fuerzas armadas de las SS. Un personaje que se nos presenta a mitad de un primer y terrorífico primer capítulo, en el que somos testigos de cómo los hombres de su unidad dan caza, con la ayuda de perros de la raza doberman, a judíos fugitivos que tratan de llegar a las ruinas de una ciudad devastada por la guerra que asola buena parte de Europa. A lo largo de varias páginas, se nos van presentando los distintos personajes, dándonos detalles de sus personalidades y de sus especialidades de combate, tal cual se nos representarían en una película o de cara a conocer sus habilidades en un videojuego. Mencionándolos de memoria, se encuentran los sanguinarios hermanos gemelos Mason, el forzudo Meyer, el nervioso y algo pusilánime médico adicto a la morfina de nombre Treser, el irónico Michael Konrad como el francotirador (mi favorito), Krauss como el disciplinado y obediente segundo al mando de la unidad; y, por fin, y revelándosenos a lo largo de la escena final del capítulo como un cruel y vengativo creyente en las paridas del III Reich, Johannes Stark, nuestro protagonista.

Es muy fácil leer este primer capítulo y terminar en un pequeño estado de turbación al descubrir que el personaje al que vamos a acompañar en toda la historia es una persona capaz de matar a sangre fría a personas indefensas, ejerciendo incluso horribles torturas sobre alguno por intentar, legítimamente, defenderse del exterminio. Pero esta es una historia de violencia extrema, y lo que está por llegar no es otra cosa que una lenta caída en desgracia de unas personas que han sido entrenadas para matar sin pensar. Johannes Stark recibe para sí mismo y su unidad la misión de Himmler con el estoicismo y el cinismo del que sabe que no tiene otra opción (dadas las veladas amenazas si se negaran a desempeñarla), y como lectores nos morimos de ganas por ver a estos despreciables y convencidos nazis por mostrar sus agallas y habilidades en un territorio tan hostil y desconocido como el de la frontera con el territorio de la unión soviética.

Sin embargo, se da una paradoja mientras la aventura se va desarrollando y complicando para ellos: tras descubrirlos como unas bestias inhumanas, unas máquinas de guerra programadas para matar sin pensar, vamos encontrando que se va despertando en nosotros algo parecido a la camaradería. No sé si esto es resultado del “buen rollo” que se traen entre sí los miembros de la unidad de Stark, o si se produce por hacernos partícipes tan cercanos (casi con la sensación de que una cámara de reportero, al estilo documental, los va siguiendo), de los duros esfuerzos y penurias por los que tienen que pasar unos hombres que realizan estoicamente “su trabajo”, con la misma eficiencia y temple tanto si se trata de asesinar a sangre fría a personas inocentes e indefensas, como cuando es hora de luchar por la vida contra un enemigo mayor en número, emboscada tras emboscada. Es difícil no ver como héroes a unos hombres que no dejan de avanzar aunque se encuentran, cada vez más, con la sangre y la mierda al cuello.

Esto mismo se acaba aplicando en menor medida, diría, al protagonista. La narración se va adentrando más y más en la psique de Johannes Stark al mismo tiempo que su unidad al mando se va adentrando en la Unión Soviética, y acabamos por descubrir que el alemán, como lo distingue el propio autor a lo largo de la novela, había sido un joven, voluntarioso y fanático soldado al que en el momento de la lectura le ha sobrepasado el hastío y la indiferencia ante los continuos horrores de la guerra. En su interior se ha vuelto cínico, y desprecia en secreto a sus mediocres líderes del partido nazi. Al mismo tiempo se tortura ocasionalmente por las atrocidades cometidas en nombre de la grandeza de Alemania, y los remordimientos por las malas y fanáticas decisiones de su juventud parecen volver su voluntad errática e impulsiva.

Esto hace que el protagonista, para mi percepción, acabe siendo casi más despreciable que sus subordinados; al no saber qué piensan y cómo han acabado como soldados, su situación parece algo más inconsciente, más cercanos a los perros que azuzaban contra los judíos en el primer capítulo que a personas que, voluntariamente, han elegido una vida de fanatismo: los hermanos Mason parece que solo les importa seguir juntos, y que están convencidos de que así podrán enfrentarse a cualquier cosa; Konrad, el francotirador, es alguien que tiene una habilidad especial a la que puede sacar mejor partido en la guerra, mostrándose cínico respecto a la causa y maneras negligentes de proceder de sus superiores; Treser es un médico adicto a la morfina, que vive constantemente debatido entre la fiebre de la adicción y la anestesia que le proporciona cada inyección; Meyer es un hombretón que parece sentirse realizado al desempeñar hazañas casi sobrehumanas durante las batallas; y, finalmente, Krauss, es un sargento dedicado por completo a la obediencia y la eficiencia. Es imposible creer que cada uno no tenga sus propios demonios y contradicciones dolorosas, pero al no quedar reflejadas en la narración no llegan a resultar tan patéticos y despreciables como parece el protagonista, sobre todo teniendo en cuenta que todos son nazis más o menos convencidos, y que es muy difícil ponerse en el lugar de ninguno de ellos.

Este Stark acaba convirtiéndose en un paria espiritual y terrenal, como lo fue en su momento su pretérito templario, Wolfgang. Su camino es de todo menos ejemplar, pero acaba en una situación muy parecida, sin saber si se merece una vuelta a la normalidad, no viendo nunca el fin de su camino de soldado y asesino, y temiendo, más que otra cosa, no tener nadie más a quien matar. Podría parecer que este Stark es una persona mucho más perdida y mezquina que los demás de su saga familiar, pero nada más lejos. Es otro hombre hecho para matar, un ser de una estirpe que, aunque se salta algunas generaciones, tiene en su propia sangre la sed de la de los demás, y que, mejor que ningún otro, ha encontrado su lugar en mitad de la guerra más grande y del lado que más le conviene a la hora de dar rienda suelta a su ferocidad.

No quiero desvelar nada de la trama que debéis descubrir por vosotros mismos, pero os adelantaré que el libro es una golosina para cualquier fanático de la Segunda Guerra Mundial, y que se utiliza mucha jerga en versión original de alemán, ruso y hasta en judío (creo recordar), todo ello aclarado en anotaciones a pie de página. Además se nombran muchas armas y vehículos de la época, y las detalladas y trepidantes escenas de acción nos permiten imaginarlas en funcionamiento tal cual que si viéramos una buena peli bélica. Las escenas de acción, aunque no se recrean en exceso en los detalles sangrientos, son contundentes y brutales, un reflejo espectacular de la furia y crueldad de la que es capaz la raza humana.

¿Es todo perfecto en esta nueva obra de Alexis? Bueno, ahí entran los gustos de cada uno. Quizá el final es demasiado abierto (lo que me lleva a pensar a que sabremos más de Johannes Stark), y quizá alguno pueda pensar que pararse a leer las anotaciones a pie de página puede ser farragoso, pero no es mi caso. En cambio, encuentro que el primer capítulo se vuelve un poco lento y confuso, a pesar de ser la descripción de una matanza. ¿Por qué? Empieza bastante bien, pero pronto empiezan a sucederse escenas muy cortas que describen brutales ataques de la unidad Stark contra los fugitivos judíos, y son pequeños espacios con descripciones muy cortas o diálogos entre los protagonistas. Aún no los conocemos, y es difícil seguir el hilo de quién es quién y qué está haciendo en qué momento. Y no porque esté mal escrito, ni mucho menos, pero parecen escenas y diálogos algo descontextualizados, y al principio es difícil quedarse con la presentación de tantos nombres distintos y tan seguidos.

Me paro a explicar esto porque a un lector sin expectativas quizá le pueda parecer que el inicio se está haciendo largo y difícil de seguir, pero os aseguro que es algo que se da durante tan solo un par de páginas, y vale mucho la pena continuar para disfrutar del resto de la novela.

Por otro lado, creo muy importante señalar la valentía de Alexis o cualquiera que se atreva a contar la historia de los malos, usándolos de protagonistas. Hay muchas historias de nazis que traicionan a los suyos o que trataron de detener la locura de Alemania en aquel entonces, pero no tantas que nos pongan a caminar hombro con hombro con los verdaderos villanos de una historia. Los sufrimientos de Stark no dejan de ser los propios de cualquier ser humano, y no creo que se usen en la novela para justificar sus acciones, sino como un reflejo de hasta qué punto puede una persona ser mezquina y malvada, en realidad. No es el tema central de la trama, pero casi diría que esta es la historia de un perturbado mental descrito de forma tan precisa como el de la novela MI ASCENSO, TU MUERTE, de Miguel Ángel Rosique, y que se vuelve, en algunas secciones un pequeño ensayo sobre la psicopatía, especialmente cuando habla de su familia, a la que recuerda siempre como si de visiones entre anestesia se trataran. Es decir, como parte de algo que no le había correspondido nunca experimentar.

Esperamos que os animéis vosotros mismos a disfrutar de esta novela de horror humano y acción, y que nos contéis qué os ha parecido.


Enlace original:




martes, agosto 01, 2017

SIGMA-7


Tus esfuerzos han sido endebles e ilusorios. Te propusiste la tarea de describir el impulso de la humanidad hacia la autodestrucción, pero sólo te has señalado a ti mismo.

Greg Bear

Por mucho que intente evitarlo, siempre termino a la deriva, acosado por un pasado que me repugna recordar. Tarde o temprano, el porcentaje biomecánico me obliga a obrar de forma despiadada, implacable, que escapa de mi autocontrol. Sin duda, he sucumbido ante el poder los implantes. No quedó gran cosa desde que los neurocirujanos me convirtieron en un monstruo...

Dorian Stark    


1

MISIÓN DE EXTERMINIO

Dorian...
Nessa se inclinó sobre el alemán.
—¿Estás bien? Despierta... ¡Por favor! No me abandones ahora.
La cyborg lo sacudió.
—Dorian... ¿Puedes abrir los ojos?... Dorian... ¡Despierta!

Con expresión amarga, Stark abrió los ojos y abarcó con la vista el dormitorio a oscuras. Sus pupilas fotoeléctricas asimilaron la vacuidad de la habitación, convirtiendo las tinieblas omnipresentes en día. Como de costumbre, había sufrido una pesadilla. Atesoraba demasiados remordimientos para conciliar un sueño natural; su conciencia estaba manchada por la sangre de innumerables víctimas.
Desanimado, extendió el brazo izquierdo, abrió un frasco metálico e ingirió tres anfetaminas sin agua. El sabor de los estimulantes le abrasó la garganta y encendió sus músculos embotados por la falta de descanso, proporcionándole una oleada de energía artificial. Stark abandonó el lecho de látex y se dirigió al salón con pasos erráticos por la subida de las pastillas. Involuntariamente, acarició las paredes forradas con papel de arroz con la punta de los dedos.

Sus agudizados sentidos percibieron que la lluvia había cesado. Era un alivio no tener que soportar el repiqueteo constante de las tormentas que azotaban las calles de Los Ángeles. Derrumbándose sobre el sofá tapizado con gomaespuma, observó con la mirada borrosa el entorno claustrofóbico que lo rodeaba: televisor Thompson de cincuenta pulgadas, mesa hexagonal de metacrilato, disco selector de alimentos, persianas de aluminio anodizado.

La imagen de Nessa regresó a su memoria y atormentó la escasa humanidad que conservaba, haciendo que apretara los puños. Extrañaba a la cyborg. ¿Por qué diablos lo había abandonado? La mujer nunca quiso darle una explicación, desapareció sin dejar rastro, probablemente para convertirse en una terrorista. Lo utilizó para desertar de la Schneider.
«Tú decidiste por los dos», pensó. «No tuviste el valor de decirme la verdad, Nessa».
Stark abrió las manos doloridas; ocho diminutas heridas se dibujaban sobre las palmas enrojecidas por la presión. Sacudió la cabeza, se levantó de un salto y abrió el balcón con violencia. Una corriente de aire sacudió su rostro blanquecino. Los circuitos biosensitivos de la columna vertebral enviaron una señal al cerebro y le erizaron todos los poros de la piel.

La imagen de la megalópolis lo deprimió. El horizonte estaba punteado por torres de refinerías que propagaban eructos de magnesio, e iluminaban las cúpulas empresariales aplastadas por la madrugada cubierta de cenizas en suspensión. El zumbido del Fujitsu-Siemens lo arrancó de sus tétricos pensamientos. Tenía una videoconferencia del departamento.
—Buenas noches, Stark.
El comandante Aries sostenía un cigarrillo de mercado negro entre sus finos labios.
—Buenas noches, señor.
Su superior fue directo al grano:
—El general Moser le ha asignado una misión, sargento.
El alemán sintió una punzada de contrariedad.
—Lo escucho, señor.
Aries expelió una nube de humo por la nariz.
—Debe eliminar a cuatro androides Sigma-7.
Aquello no le gustó en absoluto.
—¿Por qué, señor?
El comandante se mostró despiadado.
—Han asesinado a uno de nuestros agentes, Stark.
Stark fue cínico:
—Magnífico.
Su superior hizo caso omiso a su comentario.
—La Corporación Donaldson ha proporcionado las cintas de creación del grupo a nuestros Técnicos de Información...
Stark lo interrumpió:
—Mi trabajo no consiste en eliminar androides renegados —protestó—. Que se encargue de ellos la policía megapolitana.
Aries exclamó:
—¡Usted obedecerá mis órdenes, sargento! ¡O se encontrará limpiando letrinas el resto de su carrera!
Stark rechinó los dientes; no le quedaba otro remedio que aceptar la misión.
—Sí, señor —gruñó.
El comandante apagó el cigarrillo en un cenicero.
—El honor de nuestra casa debe ser restaurado. El general Moser no piensa permitir que cualquier vulgar androide liquide a un miembro de la Orden de los Centinelas. Esto es algo serio, ¿entiende?
Stark no confió en su explicación.
—¿A quién ejecutaron, señor?
Aries finalizó la conversación.
—No es de su incumbencia. Le enviaré los datos esta noche, Stark. Espero su informe dentro de veinticuatro horas.
La rabia le causó un nudo en el vientre.
—De acuerdo, señor.

2

JEAN

El rostro inexpresivo del primer androide, encuadrado por un fondo blanco llenó la pantalla líquida ultraplana, a la vez que giraba una y otra vez sobre sí mismo.

Androide (M) Des: Wells.
SIGMA-7 N6MAB22318
Func.: Combate/Carga.
Fis.: Nivel-A. Mental: Nivel-B.

Jean bromeó.
—Poca cosa para ti, Dorian.
Stark forzó una sonrisa crispada.
—Tenía entendido que la Donaldson los creaba con fecha de terminación. ¿Dónde demonios está?
La cyborg masculló:
—A esos cerdos no les interesa que lo sepamos.
El segundo androide reemplazó al anterior.

Androide (M) Des: Orwell.
SIGMA-7 N6MAB62016
Func.: Combate, Programado para Defensa Colonias.
Fis.: Nivel-A. Mental: Nivel-B.

La mujer señaló la mandíbula cuadrada del Sigma-7.
—No me gusta —frunció los labios—. Será duro de roer.
A Stark le agradaban los objetivos difíciles: le hacían probar su valía como soldado. Le dio la razón:
—Cierto.
El tercer androide sucedió al segundo.

Androide (M) Des: Ballard.
SIGMA-7 N6MAC91217
Func.: Polic. Homicidio
Fis.: Nivel-A. Mental: Nivel-C.

Stark esbozó un gesto cínico.
—El imbécil del grupo.
Jean lanzó una carcajada.
—¿Inteligencia Nivel-C? ¡Menuda mierda! ¡Prefiero ser una cyborg!
La cinta de creación mostró a la última androide.

Androide (H) Des: Akiko.
SIGMA-7 N6HAA81619
Func.: Piloto, Programada para Cruceros Estelares.
Fis.: Nivel-A. Mental: Nivel-A.

Akiko le arrebató la respiración: cabellos negros, frente amplia, ojos sesgados, nariz recta, labios carnosos. Su perfil oriental era idéntico al de Nessa. Los recuerdos le punzaron el corazón. Por mucho que quisiera, era incapaz de huir del pasado. La cyborg estudió su expresión angustiada.
—¿La conoces?
—No.
Sus pensamientos eran demasiado íntimos, excesivamente dolorosos, como para compartirlos con terceros.
—Parece que has visto a un fantasma.
Stark cambió de tema.
—¿Puedes localizarlos?
Jean enarcó las cejas con superioridad.
—Es posible... ¿Qué me darás a cambio?
Su tono malicioso lo obligó a levantar la guardia.
—Yendólares.
—¿Son de la Corporación Schneider?
—Claro.
—Perfecto.
Mientras la máquina trabajaba delante de la consola, Stark estudió su musculosa fisonomía, disfrutando con la perspectiva del cuerpo enfundado en un mono de poliéster gris que realzaba las potentes curvas de la mujer. Le gustaba, hacía años que experimentaba una atracción sexual por ella. Como de costumbre, seguía anhelando recuperar lo que no tenía remedio.
«Ya amaste a una cyborg», reflexionó amargamente. «Con una vez fue más que suficiente».
Jean percibió su helado escrutinio.
—¿Ves algo que te interese, Dorian?
La pregunta le arrancó una mueca sarcástica.
—Es posible.
La cyborg adivinó lo que le pasaba por la cabeza. Detestaba que lo conocieran tan bien, lo hacía sentirse vulnerable.
—¿Cuándo vas a mandar al infierno a tus superiores?
La cuestión lo pilló desprevenido.
—Jean, sabes que si deserto, la OC me cazará como a un perro rabioso.
—Eres un acojonado —gruñó—. Ganarías más pasta como mercenario.
Stark encogió los anchos hombros.
—El dinero es lo de menos.
La mujer rió.
—Eres un idiota. Nunca cambiarás. Te han lavado el cerebro a conciencia.
Stark entrecerró los ojos grises.
—Jamás.
La cyborg se levantó y dio la espalda al escritorio de palo de rosa, con una expresión ladina en el semblante triangular.
—¿Dónde tienes el chip de crédito?
El olor de sus cabellos lo mareó.
—Soy todo oídos, Jean.
—He encontrado a tu colega, Akiko para más señas, en una clínica de mercado negro.
Sabía que la cyborg no le fallaría.
—¿Dónde?
—Long Beach, calle Carson, 747.
La dirección le resultó familiar.
—¿En qué distrito está?
Jean fue burlona:
—En el Cuarto.
—El Barrio Chino...
Ella volvió a reír.
—Te ha tocado el peor de todos, Dorian.
Stark suspiró.
—Es lo habitual. ¿Y los demás?
—Imposibles de localizar. Necesitarías a un hacker con toda la parafernalia de los de su clase: implantes parietales de alto presupuesto, cables de fibra óptica, guantes de retroalimentación.
La mujer se aproximó al alemán con una mirada turbadora en los ojos sintéticos. Dorian tragó saliva y luchó por aparentar indiferencia.
—¿Cómo has averiguado el paradero de la androide?
Su presencia lo hipnotizaba.
—Akiko es una estúpida. Ha vendido sangre. Imagino que no tendrán recursos para ganarse la vida. Cualquiera con una consola podría detectar su rastro.
Stark se mostró extrañado:
—¿La sangre de los androides es válida para una transfusión?
Jean le acarició el mentón con ambas manos.
—Efectivamente.
La máquina lo besó, sus bocas se unieron con fuerza y compartieron un instante cargado de ternura, de deseos imposibles de satisfacer. Segundos más tarde, Stark la apartó con delicadeza, aquel consuelo, como tantos otros, le estaba negado de antemano.
—Tengo que marcharme.
La mujer no esperaba otra cosa.
—¿Volveré a verte?
—Sí.

3

MEGALÓPOLIS

Mientras recorría la avenida, Stark asimiló el entorno cubierto de desechos y hundió las manos en los bolsillos de la trinchera de cuero. Los edificios interminables se elevaban hacia el cielo; cubrían con sus perfiles abruptos la ciudad que aprisionaba a millones de habitantes entre sus fauces de acero. La sucia calle estaba atestada de bidones prendidos con fósforo. El aire húmedo hedía a combustible, basuras y restos de comida china.

Akiko andaba entre la muchedumbre abrumadora, ignorando la lluvia pegajosa que resbalaba por sus ropas de polipiel. Stark llevaba una hora siguiéndola, invisible a los afilados sentidos de la androide, con la esperanza que lo condujera al resto del grupo. La máquina tomaba toda clase de precauciones: entraba y salía de diferentes locales, volvía sobre sus pasos constantemente, elegía las calles más bulliciosas y nunca se quedaba sola. Ambos cruzaron el Distrito Cuarto. Pasaron clubs, letreros luminosos, puestos de sushi, cabezas de dragones modeladas con neones fluorescentes, fumaderos de opio. Los transeúntes cubrían las aceras atestadas, imbuidos en la dolorosa necesidad de ser reales en un universo donde la capacidad de elección había sido negada; todos le resultaron idénticos. Apuró el paso y serpenteó entre las masas viscosas que parecían adherirse a su piel. Unas prostitutas intentaron atraparlo con sus redes, Stark ni se molestó en mirarlas, no quería perder a la androide.

Continuó atravesando las bóvedas que sostenían los rascacielos, bañado por una tormenta de imágenes holográficas: logotipos industriales, salones de masajes, rótulos publicitarios, escaparates comerciales y máscaras taotie. Un grupo de vietnamitas pasó a su izquierda, tambaleándose bajo los efectos del eucodal sintético de mala calidad. Llevaban camisetas de plástico, pantalones holgados y zuecos de puntas abiertas.
«Cada día odio más La Tierra», pensó con desagrado. «Debería largarme a las colonias del mundo exterior».

¿Por qué habían desertado los androides? Para su desagrado, experimentaba afinidad con ellos, una especie de empatía que lo hacía comprender sus motivaciones mucho mejor que los ingenieros que los creaban. El porcentaje biomecánico de su personalidad lo turbaba, no le interesaba identificarse con los seres que aborrecía, aunque esa parte lo convirtiera en el mejor agente ejecutor de la Orden de los Centinelas. Gracias a ello continuaba con vida.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. A veces temía su condición de máquina: pertenecía a ambos mundos, su naturaleza lo convertía en un paria; jamás conseguiría integrarse en ninguna parte. Una hilera de nepalíes recitaba un monótono mantra religioso, holgadas túnicas naranjas cubrían sus cuerpos como sudarios amortajados, mientras pedían limosna en la puerta de un local de striptease. Akiko torció a la derecha. Un tiburón martillo nadaba dentro de un acuario cubierto por líquido amniótico y ocupaba el escaparate de un local de comida rápida, donde mujeres de aspecto indefinido servían a los clientes. Al reflexionar sobre su condición, una sensación de desánimo lo invadió; no le gustaba pensar de aquella forma, lo colocaba a la misma altura que a los seres a los que se había prometido exterminar. De todas maneras, no era distinto antes de la primera bioperación, los implantes afirmaron sus posturas; sería un asesino el resto de su vida.

La androide franqueó un puesto de aves artificiales construido con cañerías de aluminio. El olor de las bestias manufacturadas impregnó las fosas nasales de Stark. Una anciana discutía el precio de un colibrí de vistosas plumas con varios compradores. Las jaulas rebosaban de pájaros extintos: patos, martines pescadores, caluros, ibis rojos, águilas, cuervos, halcones, jilgueros y aves del paraíso. Salido de la nada, un vagabundo lo abordó de frente y hundió una Taurus en su estómago.
—¡Dame la pasta, hijoputa!
Antes de que terminara la frase, el alemán le apartó el brazo y le hundió la nuez de Adán con el canto de la mano. El hombre salió despedido hacia atrás y chocó contra el gentío, con un último estertor de muerte.
«Bastardo, pensó. «Elegiste al hombre equivocado».
Nadie se dio por aludido, la gente rodeó el cadáver, evitando mirarlo a los ojos. Indiferente, continuó su rumbo y divisó a Akiko a cien metros de distancia, dispuesta a traspasar la carretera aglomerada. 

Un dirigible publicitario flotó encima de él, su forma ovalada ocultó los carriles de la aéreoautopista, difundiendo un eslogan tridimensional que le causó repulsión: «Viajes interplanetarios a mitad de precio, aproveche la ocasión para visitar Marte, un planeta virgen lleno de riquezas por conquistar».
El anuncio era una mentira, los planetas colonizados eran una cloaca al igual que La Tierra; la ambición de las corporaciones los había degradado a conciencia.
«Este anuncio ha sido cortesía de Erizawa-Maronne, S.A. Ayudando a América a llegar al nuevo mundo... ».

4

VIDEOGALERÍA

Con cautela, Stark penetró en la vídeogalería y siguió el rastro de su presa, dispuesto a empuñar la W-PPK en cualquier momento. Las máquinas zumbaban, transmitían una cacofonía infernal y llenaban el local con su rumor errático. Akiko se detuvo delante de una consola y se apartó el cabello mojado de la frente: el gesto le recordó a Nessa sin que pudiera evitarlo.
La pantalla mostraba a una especie de criatura alienígena, que devoraba seres humanos, tanto a militares como a civiles, atrapados en el interior de una nave espacial. Los clientes no percibían que había una androide entre ellos; eran ciegos al peligro que los amenazaba. El alemán la hubiera descubierto con facilidad, tenía un instinto especial para aquellas cosas. Debía reconocer que la Donaldson efectuó un buen trabajo: la mujer rozaba la perfección; estéticamente superaba a cualquier humano. Inoportunamente, su Nokia vibró en el bolsillo. Lo más seguro era que Aries intentaba contactarle.
—Hola, Dorian.
Jean ocupó la pequeña pantalla de dos pulgadas.
—¿Qué tal estás, Jean?
Debía colgar lo antes posible, no era propio de su persona distraerse durante las operaciones de exterminio.
—Bien. ¿La has encontrado?
—Sí.
La cyborg comprobó unos datos fuera de su campo visual.
—He localizado la información que buscabas.
—¿Y bien?
—Los Sigma-7 escaparon de Deimos hace unas semanas. Utilizaron una lanzadera espacial para llegar a la tierra. Asesinaron a toda la tripulación.
La noticia empeoró su humor introspectivo.
—Típico de los androides.
Jean sonrió.
—¿Adivinas quién viajaba en la nave?
—Sorpréndeme.
—Un pez gordo. Miyoshi Hitsukaza. ¿Te resulta familiar?
Ahora encajaban las piezas.
—Sí.
La mujer inquirió con curiosidad.
—¿De qué lo conoces?
—Tuve que eliminar a sus antiguos jefes hace años. La Corporación Fujifujih decidió cazarlo cuando vendió sus servicios a la Schneider. Ignoraba que había sido destinado a Marte.
Jean bufó:
—Tus superiores lo mantendrían aislado para que no pudiera hacer lo mismo otra vez.
—Es lo más probable.
Akiko se giró.
—Jean, tengo que dejarte.
La mujer captó la urgencia de sus palabras.
—Vigila tu espalda, Dorian.
—Lo haré.
La Sigma-7 avanzó en su dirección con expresión imperturbable. Sus miradas se cruzaron durante un segundo: androide contra bioconstruido.
«Maldita sea, pensó. «Me ha descubierto.
Con rapidez, Akiko se dio la vuelta y aferró una H&K en la diestra. La tormenta de plomo lo obligó a agacharse, las balas de punta endurecida destrozaron las máquinas recreativas, haciendo que los clientes salieran despavoridos. Stark devolvió el ataque. La androide esquivó las balas y se ocultó detrás de una columna. Silenciosos, analizaron los movimientos del contrario, esperando el momento oportuno para actuar. Por norma los androides huían para salvar el pellejo, nunca se enfrentaban a sus adversarios a campo abierto; la discreción era fundamental para su supervivencia. Tenían que estar completamente desesperados para actuar de aquel modo.   

El espejo roto situado en frente le mostró una figura conocida: Ballard se abría paso por su flanco derecho sin hacer ruido, con una ametralladora Hawk en las manos. Stark encajó las mandíbulas, se encontraba acorralado; lo más probable era que la vídeogalería fuera el punto de reunión de los androides. Emergió detrás de una consola y abrió fuego desde el suelo. Ballard salió despedido hacia atrás y estalló una pared de fibra de vidrio, con el pecho perforado por tres partes distintas. Aquello le costó caro. Un balazo atravesó su hombro artificial de parte a parte. El dolor le arrancó un gemido; nunca se acostumbraría al sufrimiento de los injertos biónicos. Furioso por la muerte de su camarada, Wells aulló como un loco, perdiendo el control de sus actos. Akiko gritó a pleno pulmón:
—¡Ponte a cubierto! —advirtió—. ¡O acabará contigo!
Implacable, Stark aprovechó la inesperada oportunidad y baleó las rodillas del Sigma-7, que se derrumbó contra un expendedor de refrescos, rompiéndose el cuello por la violencia del aterrizaje. El dolor lo distraía. La trazadora de mercurio estuvo a punto de arrancarle el brazo. Suerte que la detonación acertó un miembro mecánico; su porcentaje humano continuaba intacto. Proyectiles ensordecedores llovieron sobre su cabeza. Stark quedó cubierto de cristales mientras se pegaba al suelo, protegido por la forma rectangular de una consola destrozada. Los androides renovaron los tambores, dispuestos a aniquilar a su enemigo; los cargadores vacíos chocaron contra las baldosas de mármol.
Una rabia sorda se apoderó de su personalidad, borró cualquier atisbo de compasión y lo convirtió en una máquina; la misión se había transformado en algo personal. Velozmente, se incorporó con las dos pistolas por delante, avanzó hacía sus oponentes y vació ambos tambores. Akiko retrocedió ante la embestida, asustada, y buscó refugio al fondo de la videogalería. Orwell esquivó las balas, aproximándose como una exhalación. La culata de la Franchi Spas abrió una brecha en la cara del alemán: el impacto hubiera matado a cualquier otro. Dorian soltó las W-PPK y alzó las manos al rostro de forma involuntaria. Ágilmente, el androide agredió a Stark. El puñetazo se le hundió en su esternón, haciendo que retrocediera por la fuerza del choque. Este resistió el dolor y giró alrededor de su adversario, deslizándose sobre el suelo manchado de sangre. Orwell le lanzó una patada, Stark la detuvo con la rodilla y atacó simultáneamente por la izquierda con los dedos de la zurda extendidos. El androide se inclinó, evitó la acometida y le hizo una llave que lo arrojó de lado contra el suelo: el aterrizaje recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. Dolorido, rodó sobre su figura. La rodilla de su rival se hundió en el lugar donde había estado unos segundos antes.
Cuando se incorporaba, Orwell lo alcanzó en la cara con la bota claveteada de combate. Un zumbido le sacudió la cabeza, mil estrellas brillaron ante sus ojos. El gigante le aferró el cuello con las enormes manos.
—¡Te mataré! —masculló—. ¡Eres hombre muerto!
Con un chasquido, tres garras de veinticinco centímetros le emergieron del puño derecho y atravesaron el cráneo del androide, esparciendo su masa encefálica. Stark se quitó el cadáver de encima, recuperó sus armas y buscó a la mujer con la mirada. Akiko lo contemplaba, llorando por el asesinato de sus iguales, encerrada entre las máquinas pulsantes. La esperanza abandonó sus pupilas enrojecidas.
—¡Asqueroso poli de mierda!
El alemán fue letal:
—Asquerosa androide.
El balazo le voló la cabeza. Sus sesos golpearon la consola situada detrás de su espalda, dejando un rastro carmesí matizado con astillas de hueso. Agotado, Dorian bajó la W-PPK. Una impresión de derrota invadía su espíritu.
«Todo ha terminado», reflexionó. «Mis superiores han conseguido lo que querían».