viernes, octubre 31, 2025

HUNTER S. THOMPSON: «EL DIARIO DEL RON» (EDITORIAL ANAGRAMA, 2002)

Por mucho que deseara con vehemencia todas aquellas cosas para las cuales se necesita dinero, había una especie de corriente diabólica que me empujaba en otra dirección…, hacia la anarquía y la pobreza y la locura. Hacia ese delirio enloquecedor que sostiene que un hombre puede llevar una vida decente sin alquilarse a sí mismo como un mercenario.

Hunter S. Thompson

 

Puerto Rico, finales de los años cincuenta. Paul Kemp (álter ego de Hunter S. Thompson) abandona Nueva York con destino a San Juan para trabajar en un periodicucho en estado de quiebra. Recién cumplidos los treinta, el protagonista es un experimentado buscavidas, tan arruinado como idealista, con un pie en el abismo, siempre al borde de la fina línea que separa la genialidad de la autodestrucción.

La novela transcurre en una interminable bacanal de borracheras, zozobra, sexo, fiestas, peleas y disputas con la policía. Rodeado por una galería de personajes —perdedores, macarras, gacetilleros de tres al cuarto, radicales obsesionados con reventar el sistema y alcohólicos empedernidos— que sueñan con escapar del punto muerto en el que se encuentran sus existencias, pero son demasiado apáticos para tomar alguna decisión al respecto, Kemp intenta mantener sus principios y no dejarse comprar por los poderosos.

La plantilla del Daily News no tiene desperdicio: fotógrafos, correctores, jefes de sección, reporteros y corresponsales que esperan encontrar la gran oportunidad que los eleve del mísero estado profesional en el que se hallan hasta los grandes ámbitos del mundo periodístico. Mientras tanto, el diario está en la cuerda floja, acosado por una serie de antiguos empleados que se manifiestan frente a sus puertas por falta de cobro. El director, consciente de que su propia plantilla lo desprecia y de que todos sus esfuerzos están condenados al fracaso, hace lo imposible por mantener su negocio a flote. Huelga decir que ninguno de sus empleados moverá un dedo por auxiliarlo: la gente no desea ensuciarse las manos cuando el naufragio es inevitable.

Nos encontramos con ambiciosos inversores, arquitectos, asesores y magnates —hombres de trajes de marca que viven en chalets de lujo, conducen deportivos, pescan en yates y toman cócteles de gambas con ginebra helada antes del almuerzo— que ansían enriquecerse gracias a la construcción de grandes cadenas hoteleras, aun a costa de destruir el entorno paradisíaco de la isla. Bañado por un sol perpetuo, el olor salado del océano y el calor asfixiante propio del verano caribeño, Kemp deambula de un lugar a otro en una nebulosa alcohólica perpetua: peleas de gallos, hastío existencial y terribles resacas que bordean la paranoia. ¿Cómo no sentirse tentado a trabajar para estos individuos depravados a cambio de un puñado de efectivo que le permita tener un descapotable, alquilar un apartamento con sábanas limpias, un ventilador, la nevera llena y abundante alcohol?

Cabe destacar la frustrada relación con una mujer errónea, tan al límite como el resto de los personajes de la obra. En ella se encarna el binomio salvación/perdición: un personaje femenino que, con unas cuantas copas encima, no duda en bailar desnuda entre musculosos puertorriqueños para acabar la noche en una orgía desenfrenada. Aunque sus actos la conduzcan a la ruina, utiliza sus poderes de seducción para salir de cualquier atolladero y no tiene escrúpulos en abandonar a quienes la sostienen cuando encuentra una alternativa más ventajosa para sus intereses.

El diario del ron (The Rum Diary, Simon & Schuster, 1998) tardó casi cuarenta años en ver la luz. Johnny Depp, gran amigo de Thompson, encontró el manuscrito mientras revisaba sus papeles y lo convenció para publicarlo con un mínimo de correcciones. Más tarde, el actor produciría y protagonizaría una película basada en la novela, estrenada pocos años después del suicidio del padre del periodismo gonzo.

Como obra escrita durante su juventud, revela el enorme talento que el autor demostraría sobradamente a lo largo de su carrera. Thompson, a diferencia de muchos escritores contemporáneos, nunca escribió para un público mayoritario, sino para una selecta minoría capaz de valorar su estilo crudo, anárquico y visceral. Todo un logro en un mundo laminado por las apariencias, la uniformidad de pensamiento, los clichés literarios y la necesidad de imitar el estilo de los pusilánimes para ser aceptado. Quizá por ello el libro fue desestimado por las editoriales de la época. Por suerte, el tiempo le ha otorgado la oportunidad que merecía.