Gordon lanzó un golpe salvaje hacia
la voz. El cañón de su revólver golpeó de lado en un cráneo humano; un hombre
gimió y cayó al suelo. A su alrededor, un vivo clamor se alzó bruscamente, y
escuchó cómo rechinaba el cuero rozando contra la piedra…
El
valle perdido de Iskander
A
principios de los años veinte, la revista Adventure
fue una gran influencia a la hora de que Howard decidiera convertirse en
novelista profesional. Sus primeros cuentos bebieron de los colaboradores
habituales de la publicación: Talbot Mundy, Harold Lamb, Arthur D. Howen Smith
y Rafael Santini. Por desgracia, aunque el texano lo intentó en numerosas
ocasiones, nunca logró publicar sus historias en ella. En una de sus numerosas
cartas comentó: “Escribí mi primer relato a la edad de quince años y lo envié
a… Adventure, creo. Tres años
después, logré hacerme un sitio en Weird
Tales. Tres años escribiendo sin vender una sola línea. Nunca he sido capaz
de venderle nada a Adventure. ¡Creo
que mi primer intento arruinó mis posibilidades para siempre!” Como es natural,
a Howard le resultaba frustrante no aparecer en las páginas del fanzine que
significaba tanto para él. Por desgracia, sus cuentos no encajaban en la
política editorial de la empresa que, tal como suele suceder en estos casos,
solo apostaba por escritores famosos para vender ejemplares; los advenedizos
(sin contactos ni reputación) no entraban en sus planes. Puede que, si el
texano hubiera seguido insistiendo, cuando la cantera habitual de Adventure hubiese desaparecido (todos
eran individuos de avanzada edad), con la experiencia que acumulaba, hubieran
aceptado su material. Sus primeros pasos como escritor, sobre todo entre 1922 y
1923, revelan a un joven que deseaba emular el tipo de historias que devoraba
en su revista favorita. De hecho, Howard comenzó una docena de relatos (que
nunca llegó a finalizar) sobre Frank Gordon, un sincero homenaje al estilo de
Talbot Mundy cuyo apodo El Borak tomó
de Sabatini. La creación de otro de sus más emblemáticos (y desconocidos)
héroes tardaría más de una década en tomar sustancia y llegar al público de la
época.
En
1932, la desaparición de Fight Stories,
Action Stories y Strange Tales, obligó al texano a centrarse en su único cliente
fijo: Weird Tales. Por ello, dado que
Conan estaba teniendo una gran aceptación por parte del público, inundó las
oficinas de la revista con historias del cimmerio con un único objetivo: vender
lo máximo posible. A mediados del año siguiente, gracias a una sólida remesa de
cuentos esperando a ser publicados, por fin pudo abrir brecha en otros mercados
literarios: Top Noch le daría la
oportunidad de entrar de lleno en el universo de la aventura tradicional.
Francis
Xavier Gordon, antiguo pistolero de El Paso, vive exóticas y sangrientas
aventuras en las tierras de Oriente. Temido, admirado y odiado en partes
iguales por los hombres del desierto, su fama crece de tal modo que
prácticamente se convierte en una leyenda. Al igual que Bran Mak Morn o Solomon
Kane, El Borak es un individuo frío,
letal, duro como el acero, taciturno y salvaje en batalla. La convivencia con
los árabes, sus intrigas y costumbres, lo han convertido en uno de ellos. Al
igual que Kirby O’ Donell, Gordon es un superviviente y hará todo lo que sea
necesario para continuar con vida. Sus historias están llenas de batallas,
traiciones, complots, sangre y violencia. Un antihéroe del que, a mi juicio
personal, tomaron mucho prestado a la hora de crear a Indiana Jones. La
influencia de Howard ha marcado a muchos emblemáticos personajes del celuloide:
John Rambo, Mad Max, Harry Callahan, Jeremiah
Johnson, Serpiente Plissken, Martin Riggs, Josey
Wales, Dutch
(Depredador) o Richard B. Riddick, serían buenos
ejemplos.
Top Noch
publicó tres aventuras de El Borak: La hija de Erlik Khan apareció en el
número de diciembre de 1934, El halcón de
las colinas en junio de 1935 y La
sangre de los dioses al mes siguiente. Más tarde, El país del cuchillo saldría en Complete
Stories en agosto de 1936 y El hijo
del lobo blanco en Thrilling
Aventures en diciembre de aquel mismo año. Dos relatos inéditos tardaron décadas
en ver la luz en un volumen que recopilaba todas las aventuras del personaje: El valle perdido de Iskander y La maldición de la triple hoja (El valle perdido de Iskander, Zebra
Books, 1976). Tal como siempre ha sucedido con Howard, la mayoría de su
producción literaria que prescindiera de lo fantástico (sobre todo aquella que
no contara con Conan) ha sido ninguneada por los críticos tachándola de poco
interesante, falta de garra y alejada del “estilo que lo catapultó a la fama”. Craso error: los cuentos de El Borak son de los mejores que escribió el texano
y constituyen el preludio de estilo de futuras obras maestras como Más allá del río negro y Clavos Rojos. A los “herederos” de la
saga del cimmerio no les interesaba que los lectores se salieran de la espada y
brujería (personajes de los que poseían los derechos) y, probablemente, por
ello minimizaran importancia de sus historias de aventuras, terror, boxeo,
vaqueros y detectives.
EL
PUEBLO DEL CÍRCULO NEGRO
(WEIRD TALES, OCTUBRE-NOVIEMBRE DE
1934)
Conan esperó con cierta impaciencia
mientras la Devi, por primera vez en su vida, se vestía sola. Cuando salió de
detrás de la roca, Conan lanzó una exclamación de sorpresa. La muchacha sintió
que en su interior ardía un conjunto de emociones mezcladas al ver la fiera
admiración que brillaba en los ojos azules del cimmerio. Este apoyó una mano en
el hombro de la muchacha, al tiempo que la contemplaba ávidamente desde todos
los ángulos.
—¡Por Crom! —exclamó—. Con las otras
ropas tan místicas parecías fría, lejana... sí, remota como una estrella.
¡Ahora eres una mujer de carne y hueso! Cuando te fuiste detrás de esa roca
eras la Devi de Vendhia, y ahora has salido de allí como una muchacha de las
montañas... ¡aunque mil veces más hermosa que cualquier otra mujer de
Zhaibar...! Eras una diosa..., ¡ahora eres una mujer real!
Conan le dio una fuerte palmada a
la joven en las nalgas, como expresión de su admiración, y la muchacha lo
entendió así, sin sentirse ultrajada en lo más mínimo por esa actitud. Era como
si el cambio de ropa hubiera dado lugar a una transformación de su
personalidad.
El pueblo del círculo negro representa
un paso hacia delante en la saga luego de las últimas rutinarias historias del
personaje. Yasmina, al verse obligada a ejecutar a su hermano, el cual había
sido maldecido por la nigromancia, decide vengarse de los hechiceros que lo
llevaron a la muerte. Al ascender al trono, planea utilizar a Conan, que es
líder de una tribu de montañeses afguli, para que ejecute a los Adivinos Negros
de Yimsha. Por pura casualidad, el bárbaro tropieza con la Devi mientras se
encuentra negociando por la vida de sus hombres cautivos y, sin pensarlo, la
secuestra para utilizarla como moneda de cambio.
Por
otra parte, Khemsa (un personaje secundario memorable), enardecido por la
ambición y el amor de la doncella de Yasmina, Gitara, traiciona a sus amos, elimina
a los soldados del cimmerio y se lanza tras la persecución de ambos con la
intención de aniquilarlos. Finalmente, después de varias vicisitudes en las
montañas, Conan termina formando una alianza temporal con Kerim Shah (un agente
del rey Yezdigerd de Turan) para rescatar a la Devi de las garras de los
brujos.
La
lucha contra los Adivinos Negros demuestra la firmeza de Howard a la hora de
narrar una escena de acción:
El tercer irakzai ya se había
convertido en un cadáver decapitado, y el dedo del hombre vestido de negro se
levantaba una vez más cuando Conan sintió que se rompía la barrera invisible.
Un grito involuntario y feroz surgió de sus labios al saltar hacia adelante con
furia. Su mano izquierda asió el cinturón del brujo de la misma manera que un
hombre se aferra a un madero para no ahogarse. En su mano derecha brilló la
hoja de acero del largo cuchillo. Los hombres que estaban en los escalones no
se movieron. Contemplaban el espectáculo con una expresión cínica. Si sentían
alguna sorpresa, no la exteriorizaban en absoluto. En ese momento, Conan no se
permitió el lujo de pensar en lo que podría suceder si se pusiera al alcance de
sus cuchillos. La sangre latía en sus sienes y una nube de color carmesí le
oscurecía la vista. Sentía unas ansias terribles de matar, de hundir su
cuchillo en la carne y en los huesos de sus enemigos.
Yasmina,
a diferencia de otras féminas de la saga, es una mujer poderosa, fuerte y
segura; un agradable cambio que aporta profundidad y frescura a la relación que
mantiene con el bárbaro. Aunque fuera la historia más larga del personaje que
le había enviado hasta entonces, Fransworth Wright tardó menos de cinco meses
en publicarla desde su aceptación y le concedió la portada. Con justicia, es
posible que El pueblo del círculo negro supere
a todo lo que había escrito sobre el cimmerio hasta aquel momento.
LA
HORA DEL DRAGÓN
(WEIRD TALES, DICIEMBRE DE 1935-ABRIL
DE 1936)
Con plena conciencia de su inferioridad, Conan
se dijo que debía enfrentarse cara a cara al monstruoso simio, asestar el golpe
mortal y confiar luego en la fuerza de su organismo para sobrevivir al terrible
abrazo del hombre-mono.
Cuando este estaba a punto de
alcanzarlo, agitando sus colosales brazos, el cimmerio se abalanzó sobre él y
le asestó una cuchillada con toda la desesperada fuerza de que era capaz. Conan
sintió que la daga se hundía hasta la empuñadura en el pecho y al instante
soltó el arma, bajó la cabeza y tensó el cuerpo, que se convirtió en una masa
compacta de músculos en tensión. Al mismo tiempo golpeó el vientre del monstruo
con su rodilla.
Durante unos instantes
interminables, el cimmerio se sintió sacudido por la furia de un terremoto.
Luego quedó libre y se encontró tendido en el suelo. A su lado, el monstruo
agonizaba, con los ojos en blanco y la empuñadura de la daga sobresaliéndole
del pecho. Su desesperado intento había dado resultado.
A
principios de enero de 1934, Howard recibió la noticia de que la colección de
relatos que había enviado a Inglaterra el año anterior había sido descartada
por Dennis Archer en los siguientes términos: “La dificultad principal para
publicar estos relatos en forma de libro es el fuerte prejuicio que existe en
la actualidad contra las colecciones de relatos cortos, así que me veo
obligado, bien que muy a mi pesar, a devolverle los relatos, Sin embargo me
permito adjuntar la sugerencia de que, si pudiera usted escribir una novela
larga de unas 70.000 o 75.000 palabras del mismo tenor que los relatos, mi
compañía, Pawling And Ness Ltd., que trata con bibliotecas de préstamo y es
capaz de garantizar una primera edición de 5.000 ejemplares, estaría encantada
de publicarlo”.
Sin
dejarse desanimar, Howard comenzó la escritura de Almuric, novela que tuvo que dejar de lado, incapaz de terminarla.
La conclusión era obvia: lo mejor sería centrarse en el cimmerio. En marzo, el
texano intentó narrar una historia (conocida posteriormente como Los tambores de Tombalku) que también
quedó a medias, siendo finalizada, como suele ser lo habitual, por otro
escritor, e integrada en el canon oficial de la serie décadas más tarde. La hora del dragón toma prestadas ideas
de varios relatos anteriores: la resurrección de un nigromante (El coloso negro), la huída de los
calabozos (La ciudadela escarlata),
el ataque de un monstruoso simio (Sombras
de hierro a la luz de la luna), su época como Amra (La reina de la Costa Negra) y gigantescas serpientes (El diablo de hierro). Como la novela
estaba dirigida al mercado británico, la mejor opción fue regresar a la etapa
del cimmerio como rey de Aquilonia para intentar atraer al mayor público
posible.
Víctima
de un hechizo, Conan se ve impedido a la hora de presentar batalla al reino de
Nemedia. Victorioso, el enemigo, después de derrotar a su ejército gracias a
una emboscada, cree que el bárbaro es una presa fácil de atrapar. Estas líneas
definen el carácter del personaje a la perfección:
—Llega el rey de Nemedia con cuatro acompañantes y un escudero —dijo el
joven a Conan—. Vienen a pedir vuestra rendición, mi señor.
—¡Que se rinda el demonio!
—contestó Conan, haciendo rechinar los dientes.
El rey de Aquilonia había
conseguido sentarse sobre su lecho. Luego, con un esfuerzo supremo, se irguió,
tambaleándose como un borracho. El escudero se apresuró a ayudarle, pero Conan
lo apartó.
—¡Dame ese arco! —dijo el cimmerio,
señalando una de las armas que colgaban de un poste de la tienda.
—¡Pero, Majestad, la batalla ya se
ha perdido! ¡El enemigo respetará la sangre real del soberano derrotado!
—Yo no tengo sangre real. Soy un
bárbaro, hijo de un herrero.
Encerrado
en las mazmorras de Xaltothun y condenado a una muerte segura, recibe la
inesperada ayuda de una de las concubinas de su captor, Zenobia, que le tiende
las llaves de su celda y un puñal para que pueda escapar. Aunque la muchacha le
confiesa que se encuentra enamorada de su persona, el bárbaro desconfía de ella
en todo momento, amenazándola varias veces con quitarle la vida ante el menor
signo de traición por su parte. Ello demuestra que el halo de caballerosidad
que envuelve a Conan es una idea ridícula: los héroes duros y salvajes no son
proclives al sentimentalismo.
Otra escena memorable para el recuerdo:
—Sí, pero ¿qué vas a hacer tú?
Había pensado llevarte conmigo.
Una intensa alegría iluminó el
rostro de Zenobia.
—Si así fuera —dijo la muchacha—,
mi felicidad no tendría límites, pero no quiero ser un estorbo para ti.
Conmigo, la huida te resultaría mucho más difícil. No, no debes temer por mi
suerte. No sospecharán que he sido yo la que te ha ayudado. Lo que me has dicho
me llenará de alegría durante muchos años.
Conan la cogió entre sus vigorosos
brazos y, apretando contra sí el cuerpo ligero y vibrante de Zenobia, la besó
en los ojos, las mejillas, el cuello y los labios, hasta dejarla sin aliento.
El cimmerio era tan impetuoso en el amor como en la guerra.
—Sí, me iré —murmuró el bárbaro—,
pero por Crom que volveré a buscarte algún día.
Después
de salvar la vida de una vidente, Conan descubre que para recuperar el trono y,
por extensión, su reino, debe obtener el Corazón de Ahriman para derrotar al
nigromante que lo ha conducido a la ruina mediante sus tenebrosas artes. El
resto de la obra es una ágil sucesión de aventuras al más puro estilo artúrico,
con la presencia intangible del Grial/Corazón como eje de búsqueda de toda la
historia. El cimmerio recorre el mundo hiborio desde Aquilonia a la lejana
Estigia, incansable, afrontando todo tipo de acontecimientos. Al final de la
novela, cuando consigue su objetivo, la victoria y el retorno al trono es
inevitable.
Desgraciadamente,
Archer abandonó la editorial y La hora del
dragón no fue publicada por el nuevo dueño de Pawling And Ness; ejemplo
perfecto de la carencia de miras y la falta de buen gusto de los editores de la
época. Después de retocar algunas partes del texto, a Howard no le quedó más
remedio que venderla a Weird Tales,
donde consiguió la portada con su primer número y fue publicada desde diciembre
de 1935 a abril de 1936.
Escrita
en dos meses escasos, La hora del dragón
(cambiada por Conan el conquistador
posteriormente) es un libro épico, oscuro, sangriento y aventurero: el cimmerio
en estado puro. Muchos de sus pasajes demuestran la maestría que Howard había
alcanzado como escritor. La novela merece estar junto a algunas de las mejores
obras de fantasía de todos los tiempos como La
espada rota de Paul Anderson, El pozo
del unicornio de Fletcher Pratt, La serpiente Ouroboros de E. R. Eddison o
El rey del país de los elfos de Lord
Dussany.
NACERÁ UNA BRUJA (WEIRD TALES, DICIEMBRE DE 1934)
—¿Eras apto para vivir, Olgerd?
La sonrisa del cimmerio no cambió
mientras sus dedos estrujaban la carne temblorosa del kozako y se oía el ruido
de huesos rotos que se rozaban. El rostro ceniciento de Olgerd se quedó rígido
y la sangre comenzó a manar de su labio inferior, en el que había clavado los dientes.
Sin embargo, no se le escapó un quejido ni dijo una sola palabra.
Con otra carcajada, Conan soltó al
kozako y retrocedió. Olgerd se tambaleó, y tuvo que apoyarse en la mesa con la
mano sana para no caer.
—Te concedo la vida, Olgerd, como
tú me la regalaste a mí —dijo Conan con absoluta tranquilidad—. Si bien tú me
hiciste descender de la cruz para que te ayudara a conseguir tus objetivos.
Además, me sometiste a unas pruebas amargas y difíciles que tú mismo no habrías
resistido, ni nadie que no fuera un bárbaro occidental.
Escrita
inmediatamente después de La hora del
dragón, esta historia contó con el beneplácito inmediato de Wright, que no
tardó con comprarla y concederle (otra vez) la portada. Conan, soldado
mercenario al servicio de la reina Taramis, se enfrenta al despiadado Constantius,
consorte de la hechicera Salomé, hermana gemela de la soberana que no duda en
arrebatarle el trono, suplantando su identidad.
Aunque
este relato no es de los mejores del texano, incluye una de las imágenes más
impactantes de la misma: Conan, después de ser vencido por fuerzas superiores
en número, es crucificado y abandonado a una muerte segura en el desierto.
Sus embotados sentidos percibieron
un intenso batir de alas. Levantó la cabeza y contempló con mirada de lobo las
aves que describían círculos por encima de su cabeza. Sabía que sus gritos ya
no las espantarían. Uno de los buitres descendió con más y más rapidez, y Conan
esperó con estremecedora serenidad. Luego echó bruscamente hacia atrás la cabeza
cuando el buitre pasó a su lado con un fuerte batir de alas. El pico trazó un
surco en la barbilla de Conan, pero éste, con todos los músculos en tensión,
volvió nuevamente la cabeza con la rapidez de un rayo y atrapó con los dientes
el cuello del pájaro, como si se tratara de un lobo con un indefenso conejo.
Inmediatamente, el buitre comenzó a
graznar con desesperación. Sus aleteos histéricos cegaron al cimmerio y sus
garras le hirieron el pecho. Pero el bárbaro persistió en su empeño, con los
músculos de las mandíbulas temblando a causa del esfuerzo. Las vértebras del
cuello del buitre crujieron bajo los poderosos dientes que lo atenazaban y en
seguida el ave quedó inerte. Conan dejó caer el cuerpo cubierto de plumas y
escupió la sangre que tenía en la boca. Los demás buitres, aterrados por la
suerte corrida por su congénere, echaron a volar hacia un árbol distante, donde
se agruparon como negros demonios celebrando un cónclave.
Un feroz sentimiento de triunfo se
apoderó de Conan. La vida latía violentamente en sus venas. Todavía podía
enfrentarse con la muerte. Aún estaba vivo. Cualquier sensación intensa, aunque
fuese de dolor, era la negación de la muerte.
El
cimmerio, gracias a la vitalidad y la fuerza de voluntad indómita que lo caracterizan,
consigue sobrevivir en el lugar en el que cualquier otro individuo menos
capacitado perecería sin remedio. Aunque solo aparece en dos capítulos, su
presencia es tan poderosa que domina la historia de principio a fin. Howard
destilaba tanta confianza en el personaje que —detalle insólito en aquellos tiempos— se permitió relegarlo a un segundo plano.
El
final del relato es uno de los mejores de la saga:
El sol se alzaba en el horizonte.
El antiguo camino de las caravanas estaba atestado de jinetes con túnicas
blancas. La línea ondulante que formaban se extendía desde las murallas de
Khaurán hasta un lejano lugar de la planicie. Conan el cimmerio se encontraba a
la cabeza de esa columna. Estaba de pie frente a un madero, enterrado
profundamente en la tierra. Cerca del madero había una pesada cruz, a la que un
hombre estaba clavado por las manos y los pies.
—Hace siete meses, Constantius —dijo
Conan—, era yo el que colgaba de la cruz, y tú el que se sentaba sobre el
caballo.
Constantius no respondió. Se mordió
los labios grises, en tanto que sus ojos estaban vidriosos por el dolor y el
miedo. Los músculos de su cuerpo delgado estaban en tensión.
—Veo que sabes mejor infligir la
tortura que soportarla —agregó el cimmerio con calma—. Estuve colgado de esa
cruz como tú ahora, y sobreviví gracias a las circunstancias y a un temple y un
vigor que sólo poseemos los bárbaros. Pero vosotros, los llamados hombres
civilizados, sois blandos. Vuestras vidas no están clavadas a vuestras espinas
dorsales como las nuestras. Vuestra fuerza reside principalmente en provocar
tormentos, no en soportarlos. Estarás muerto antes de que se ponga el sol. Así
pues, Halcón, te dejo en compañía de otros pájaros del desierto.
Y diciendo esto, señaló a los
buitres cuyas sombras cruzaban la arena, mientras daban vueltas arriba, en el
cielo. De los labios de Constantius surgió un grito inhumano, lleno de espanto
y desesperación, al comprender el irremediable destino que le esperaba.
Conan agitó las riendas de su
corcel y se dirigió hacia el río, que brillaba como una gran cinta de plata
bajo el sol de la mañana. Detrás del cimmerio, la larga columna de jinetes
vestidos de blanco se puso en marcha y avanzó lentamente. Al pasar delante de
la cruz, cada uno de ellos miró con indiferencia al condenado, con la
característica falta de compasión de los hijos del desierto. Y mientras la
oscura silueta del madero se recortaba ante el disco del sol naciente, los
cascos de los caballos hollaron el suelo levantando tenues nubes de polvo. Las
alas de los hambrientos buitres planeaban cada vez más bajo.
El
año 1934 fue productivo para Howard: había escrito tres de las historias más
memorables del cimmerio. Ignoraba que, por motivos puramente comerciales, se
vería obligado a abandonarlo en poco tiempo a favor de los westerns con los que ganaría más dinero.