Por mucho que
deseara con vehemencia todas aquellas cosas para las cuales se necesita dinero,
había una especie de corriente diabólica que me empujaba en otra dirección…,
hacia la anarquía y la pobreza y la locura. Hacia ese delirio enloquecedor que
sostiene que un hombre puede llevar una vida decente sin alquilarse a sí mismo
como un mercenario.
Hunter S. Thompson
Puerto Rico, finales de los años cincuenta. Paul Kemp
(álter ego de Hunter S. Thompson) abandona Nueva York con destino a San Juan
para trabajar en un periodicucho en estado de quiebra. Recién
cumplidos los treinta, el protagonista es un experimentado buscavidas con un pie en el abismo, entre la fina línea
que separa la genialidad de la autodestrucción.
La novela transcurre en una interminable bacanal de
borracheras, zozobra, sexo, fiestas, peleas y disputas con la policía. Rodeado por una serie de personajes —perdedores, macarras,
gacetilleros de tres al cuarto, radicales obsesionados con reventar el sistema
y alcohólicos empedernidos— que sueñan con salir del punto muerto en el que se encuentran sus existencias pero son demasiado apáticos para tomar alguna decisión al respecto,
Kemp intenta mantener sus principios y no dejarse comprar por los poderosos. La
plantilla del Daily News no tiene
desperdicio: fotógrafos, correctores, jefes de sección, reporteros y
corresponsables que esperan encontrar la gran oportunidad que los eleve del mísero
estado profesional en el que se encuentran hasta los grandes ámbitos del mundo periodístico. Mientras tanto, el diario está en la cuerda floja, azotado por una
serie de antiguos empleados que se manifiestan en sus mismas puertas por falta de cobro. El
director, aunque es consciente que su propia plantilla lo desprecia y que todos
sus esfuerzos están condenados al fracaso, hace lo imposible por mantener su negocio
a flote. Huelga decir que ninguno de sus empleados hará nada por auxiliarle; la gente no desea ensuciarse las manos cuando el naufragio es inevitable.
Nos encontramos con ambiciosos inversores, arquitectos, asesores y magnates —que llevan trajes de marca, viven en chalets
de lujo, conducen grandes deportivos, pescan en yates y toman cócteles de
gambas y ginebra helada antes del almuerzo— que desean enriquecerse gracias a
la construcción de grandes cadenas hoteleras aunque ello conlleve destruir el entorno paradisíaco de la isla. Bañado
por un sol perpetuo, el olor salado del océano y el calor asfixiante propio del verano caribeño, entre casinos, urbanizaciones y
centros comerciales que desentonan con las casuchas pobres y los barrios marginales
en los que habitan los nativos de la zona, el protagonista deambula de un lugar
a otro en una nebulosa alcohólica perpetua, peleas de gallos, hastío existencial y terribles
resacas que bordean la paranoia. ¿Cómo no sentirse
tentado en trabajar para estos individuos depravados a cambio de efectivo que permita un descapotable, alquilar un apartamento con sábanas
limpias, ventilador, la nevera llena de comida y numerosas botellas de ron?
Cabe destacar la frustrada relación con una
mujer errónea que se encuentra tan al límite
como el resto de los personajes de la obra. Existe el
binomio salvación/perdición por parte del personaje femenino, aquella que con
unas cuantas copas encima no duda en bailar desnuda entre musculosos portorriqueños
para terminar la noche en una orgía desenfrenada. Aunque sus actos la conduzcan a la ruina, utiliza
sus poderes de seducción para salir de cualquier atolladero y no tiene escrúpulos en dejar atrás a aquellos que la mantienen cuando
encuentra una alternativa más satisfactoria acorde a sus necesidades.
El diario del ron (Simon & Schuster, 1998) tardó casi cuarenta años en ser editado. Johnny Depp,
gran amigo de Thompson, después de encontrar el manuscrito mientras revisaba
sus papeles, lo convenció para publicarlo con un mínimo de correcciones. De
hecho, este no dudó en producir y protagonizar una película basada en la novela que salió al mercado pocos años después del suicidio del padre del Periodismo Gonzo.
Como obra escrita durante su juventud, revela el gran talento que el
autor demostraría de sobra durante toda su carrera. Thompson, a diferencia de muchos escritores actuales, nunca escribió para un público mayoritario sino para
una selecta minoría capaz de valorar su estilo crudo, anárquico y visceral. Todo
un logro en un mundo laminado por las apariencias, la uniformidad de
pensamiento, los clichés literarios y la necesidad de imitar el estilo de los pusilánimes
para ser aceptado. Puede que por ello el libro fuese desestimado por las editoriales de la época. Por suerte, el tiempo le ha dado la oportunidad que merecía.