Lo único que te
pido es que te guardes tu opinión sobre mi dieta de drogas de aquel fin de
semana. Como ya te señalé, los directivos de Rolling Stone han creído a pies
juntillas en el carácter & detalles del artículo. Basándose en lo que han
leído, están completamente convencidos de que empleé el dinero para gastos en
comprar droga y de que fui a Las Vegas con un colocón de órdago. Creo que es
mejor no sacarlos del error; impresiona más creer que aquella pavorosa
experiencia salió un artículo como el mío. Así que guardemos para nosotros
nuestras conclusiones personales…
Hunter S. Thompson
Escritas durante el periodo más productivo de su carrera
(1965-1976), las cartas de Hunter S. Thompson revelan sus inquietudes, desprecio a la autoridad, filosofía,
problemas económicos y métodos creativos. Su carácter irreverente, caustico,
revolucionario y radical aparece en cada línea, sin concesiones de ninguna
clase, azotando a directores, jefes de personal, colegas de profesión, agentes
literarios, novelistas y toda clase de elementos que pululaban por el mundillo
periodístico; el mismo que tachaba de obsoleto, decadente, corrupto y con falta
de garra para los lectores.
Después de varios años como periodista freelance cubriendo toda clase de sucesos deportivos y sociales de la
época, Thompson saltó a la fama con el superventas Los Ángeles del Infierno (Random House, 1967), crónica de sus vivencias
junto a los famosos moteros que recorrían las carreteras de los Estados Unidos
en los sesenta. Según la leyenda, antes de terminar el libro, recibió una
soberana paliza por parte de algunos miembros de la banda. ¿Qué mejor final para una novela que trataba sobre unos individuos tan marginales,
desequilibrados y en contra de las normas como el propio autor, el enfant terrible que patrullaba por los
márgenes de la sociedad para inspirarse?
Muchas de las misivas, escritas bajo los efectos del
alcohol, son auténticos monumentos a la agresión verbal. La urbanidad no fue
uno de los atributos más notables del creador de Miedo y asco en Las Vegas, siempre decía lo que pensaba y amenazaba
físicamente a aquellos que se atrevían a menospreciar su trabajo que, a todas
luces, era demasiado alternativo e innovador para muchas publicaciones que solo pretendían llenar sus páginas con artículos “políticamente correctos”. La incendiaria,
explosiva y alucinada prosa de Thompson era una extensión de su personalidad y
no era del agrado de los jefes de redacción sin vello en los genitales. Ello se
reflejaba en sus escritos —una mezcla de realidad y ficción, altas dosis de
psicotrópicos, crítica social y autobiografía— que crearon una nueva forma de
periodismo que inspiró a multitud de imitadores que, aunque
intentaron emularle, ninguno estuvo a la altura del genio.
Con absoluta certeza en su propio talento y una insultante seguridad
en sí mismo, espoleado por el Chivas Regal, el tabaco y el LSD, desde su
trinchera situada en las montañas de Woody Creek, su humor corrosivo, exagerado
y catastrofista apareció en revistas notables como The National Observer, The Nation, The New York
Times Magazine, Esquire, Pageant, Harper's, Scanlan's Monthly, Sports
Illustrated, Esquire, Time, Vanity Fair, Playboy y la emergente Rolling Stone,
entre muchas otras. Todos los grandes acontecimientos y personajes públicos de
aquel entonces recibieron una mención por su parte: el asesinato de Kennedy, el
Congreso Nacional Demócrata de Chicago, Bob Dylan, Vietnam, Tim Leary, el
movimiento hippie, Nixon, Grateful Dead,
La Invasión de Santo Domingo, Elvis, Watergate, Martin Luther King, el alunizaje
del Apollo XI, Muhammad Ali, la Crisis de los misiles de Cuba, la Generación
Beat, Marlon Brando, etc. Entre sus múltiples admiradores destacaban Tom Wolfe, Allen
Ginsberg, Norman Mailer y Ken Kesey, con los que trató personalmente y llegó a
mantener una variada y jocosa correspondencia.
Con su inquieta inteligencia, eterno pitillo en los labios,
patriotismo, amor a las armas y un rostro con la dureza del cemento
armado, Thompson no tenía ningún tipo de escrúpulo a la hora de enfrentarse a
los acreedores que lo acusaban de moroso, insultar a sus compañeros de oficio,
pedir efectivo por adelantado o enviar cuentas de gastos por necesidades
(alcohol, comida, drogas, suites, vehículos de gran cilindrada) que consideraba
imprescindibles para redactar sus artículos. A pesar de ello, era un perfeccionista
nato que se tomaba su oficio muy en serio y trabajaba sus textos con gran
esmero hasta que se encontraban listos para pasar por la imprenta. Al fin y al
cabo, nadie llega a ninguna parte siendo honesto y el “Sueño Americano” había
muerto desde hacía mucho tiempo.