domingo, octubre 04, 2015

LAS CRÓNICAS DE RIDDICK: OJOS DE CAZADOR


We have no future
Heaven wasn't made for me
We burn ourselves to hell
As fast as it can be
And I wish that I could be a king
Then I'd know that I am not alone...

Marilyn Manson

 ... Mi nave me conduce al Planeta 6 del Sistema U.V.: un lugar infernal formado por rocas y hielo en el que pocos consiguen sobrevivir. El criosueño no me produce ningún alivio, nunca estaré a salvo de los mercenarios que buscan mi cabeza a cambio de una buena recompensa. Por ello debo alejarme de la gente que me importa: de Imam y Jack...

Richard B. Riddick


GLIESE 876 C

Impasible, Riddick se introdujo dentro del río de cuerpos humanos con una expresión inescrutable en el rostro. Los pliegues de la capa oscilaron sobre sus piernas mientras se abría camino entre los miles de transeúntes que llenaban el mercado abarrotado. A través de las gafas de sol contempló, asqueado, las tiendas fabricadas con tubos de aluminio: aborrecía la civilización. Instintivamente, soslayó a los colonos vestidos con ropas de llamativos colores y avanzó a contracorriente sin molestarse en mirar a nadie. El furiano era un criminal buscado en cinco mundos y tres sistemas: pasar desapercibido era fundamental para su supervivencia. Desde la bóveda celeste cubierta por la polución industrial, el sol abrasador caía como plomo fundido sobre su cabeza desnuda, haciendo que el sudor se deslizara por su musculosa anatomía de un metro noventa de altura. Riddick vestía como de costumbre: camiseta de asillas, guantes de cuero, pantalones militares y botas de combate.

Sistema Gliese 876: Distancia: 15 años luz de la Tierra. Constelación: Acuario. Magnitud: 10.17. Planetas: Gliese 876 B, C y D. Resonancia orbital: 2:1. Después de quince semanas de travesía, las células energéticas de la nave comenzaron a agotarse, no le quedó otro remedio que hacer escala para abastecerse. En caso contrario habría quedado varado en el espacio exterior, abandonado a su suerte, inmerso en una hibernación eterna.

Riddick se encontraba en el interior del Templo Sukhothai, al amparo de las nueve torres que oscilaban difuminadas por el calor agobiante. Un Siva de piedra lo observó. Su figura, maciza y atemporal, descollaba sobre las numerosas casetas que llenaban el recinto: puestos de ropa de segunda mano, avanzadillas de biochips de baja calidad, museos vivientes de arte local, zocos de bestias manufacturadas, autoservicios de sushi, instrumentales de tatuajes luminosos, compra y venta de armas de segunda generación y codificadores de ADN clandestinos. El Vat Mahathat sonreía, reinando a la humanidad, postrada bajo sus pies cruzados, con las manos de piedra unidas sobre el regazo. El fugitivo sorteó a un grupo de mineros y llegó al mondop donde podía comprar suministros. La construcción cúbica, rematada por una estructura cónica, resaltaba entre dos neones publicitarios. Aquel lugar sagrado se había transformado en una cloaca, no existía el respeto atávico del pasado; los vendedores que propagaban sus productos por altavoces se encargaban de arruinarlo a conciencia.
«¿Qué pensarían los antepasados de esta escoria si levantaran la cabeza?». Una sonrisa sardónica llenó sus labios. «¿Les complacería descubrir que los turistas compran sus reliquias religiosas como souvenirs?».
Una joven se acercó al furiano oscilando las caderas, provocativa. Vestía una falda de piel sintética, camisa transparente y plataformas de doble tacón. Ésta pasó el dedo por su mejilla sin afeitar y susurró, melosa:
—¿Quieres pasar un buen rato?
Riddick miró detrás de su hombro. Un chulo no le quitaba la vista de encima. Cicatrices tribales cruzaban el rostro de color ébano como relámpagos blanquecinos en la pantalla de una consola.
—No me parece una buena idea. —El olor a sudor de su piel le desagradó—. Quizá otro día.
Ella insistió:
—No te arrepentirás, guapo. —Levantó la tela atigrada y le mostró su pubis afeitado—. ¿Qué te parece?
—No, gracias. —Riddick la rodeó—. No eres mi tipo, muñeca.
La mujer lanzó una obscenidad en su idioma. Este no la escuchó, su atención estaba inmersa en un cartel tridimensional suspendido en lo alto de un edificio. Riddick estudió las facciones angulosas del mercenario: frente hundida, ojos fríos y calculadores, mentón afilado y labios inexistentes.
—Benton Ju —susurró—. Qué pequeño es el universo...
Como era lógico, conocía a aquel cazarrecompensas, estaba a todas horas en los noticiarios, sus capturas se retransmitían en vivo y en directo en múltiples sistemas: Benton Ju había hecho de su miserable profesión un arte. Riddick apretó los dientes, molesto, parecía que la fortuna estaba en su contra. De todos los sistemas posibles, de todos los planetas de la galaxia, de todas las ciudades de Gliese 876 C, había tenido de coincidir con aquel bastardo. La terrible muerte de Johns regresó a su memoria: gracias a su codicia fue devorado en un planeta sin nombre por criaturas espantosas.
«Espero que no te cruces en mi camino», pensó. «Lo pagarías muy caro».

SISTEMA HELIÓN

La nave se aproximaba al Sistema Helión: seis planetas dorado-rojizos que giraban alrededor de un sol incandescente que se perdía en la lejanía. Imam entró en la cabina, su galabiyyas olía a hierbas aromáticas; llevaba toda la mañana realizando sus oraciones. Riddick inquirió con ironía:
—¿Ya has terminado, pastor?
El santón no le hizo caso.
—Estamos a punto de llegar —comentó—. ¿Vas a quedarte con nosotros?
—No.
La voz de Imam tembló:
—Aunque insista no cambiarás de opinión, ¿verdad?
El furiano apartó la vista del cosmos interminable.
—Tú lo has dicho.
Imam se ajustó el turbante.
—Jack lo va a pasar mal —dijo—. ¿Cuándo se lo dirás?
Riddick jugueteaba con un cuchillo.
—Más tarde.
El santón lanzó un suspiro:
—¿Por qué tienes que irte?
Riddick no quiso decirle la verdad:
—No me queda otro remedio.
Sus temores eran demasiado íntimos para compartirlos con Imam. Tras su encuentro con Antonia Chillingsworth, había comprendido que Jack nunca estaría a salvo a su lado, tarde o temprano un grupo de mercenarios lo encontraría; no quería ponerla en peligro de ninguna manera.
«Quién lo hubiera dicho, reflexionó con acidez. «Me he vuelto un sentimental».
El santón lo arrancó de sus sombrías especulaciones:
—¿Y ahora qué piensas hacer?
Riddick guardó el arma.
—Desaparecer del mapa.
Imam insistió:
—¿A dónde piensas ir, Riddick?
Riddick apretó unos botones en la consola para corregir la trayectoria de vuelo.
—¿Por qué te importa tanto, pastor?
El santón jugueteó con un collar de cuentas rojas, negras y amarillas.
—Te debo la vida.
Riddick se mostró desagradecido:
—Si no hubiera sido por Carolyn os hubiera dejado tirados en aquel planeta, Imam.
Imam reaccionó con gravedad:
—No intentes engañarte a ti mismo, Riddick.
El furiano sonrió.
—¿Eso crees?
—No lo creo —argumentó con seguridad—. Lo afirmo.
Riddick no quiso seguirle el juego.
—No me importáis ninguno de los dos —replicó—. No olvides con quién estás hablando.
Imam agitó la mano quitándole importancia a sus palabras:
—¿Vas a decirme la verdad?
A pesar de todo lo que habían compartido durante los últimos meses, le costaba confiar en aquel hombre, el Sistema Penal lo había cambiado definitivamente. Una punzada de orgullo recorrió su interior, podía vanagloriarse de haber escapado de las peores prisiones del universo: Altair, Ursa Luna, Ribald, Tangiers, y Butcher Bay. Su espíritu continuaba intacto, los carceleros no lograron aniquilarlo, siempre salía vencedor ante las adversidades.
—Sistema U.V. ¿Contento?
El santón le devolvió la sonrisa.
—Te ha costado decírmelo, ¿no es cierto?
—Ni te lo imaginas.

OJOS DE CAZADOR

El furiano abandonó el mondop. Colgado de su espalda, dentro de un petate, estaban las provisiones que había adquirido: dos células de energía, raciones de hierro, agua y artículos varios. Con rapidez, recorrió el camino a la inversa, el sol empezaba a esconderse detrás del horizonte. En breve anochecería: el momento ideal para abandonar aquel horrible planeta devorado por refinerías que se extendían hasta el infinito. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, estaba en peligro, ojos crueles lo estudiaban entre las sombras. Una descarga de plasma le rozó el hombro, Riddick saltó hacia la derecha y derribó un puesto de galletas de proteínas. La fulana que había intentado seducirlo gritó:
—¡Ahí está! —indicó a sus enemigos—. ¡Cogedlo!
Cuatro mercenarios corrieron en su dirección. Riddick rodó sobre su figura, se puso en pie, apartó a los sorprendidos compradores y salió disparado por una callejuela adyacente. Una red metálica atrapafugitivos se clavó en una pared a sus espaldas; había faltado poco. Riddick aumentó el paso, brincó sobre un carromato tirado por bueyes y entró en un callejón sin salida.
«Joder», pensó. «Lo que me faltaba».
Sin pausa, soltó la bolsa, desenfundó ambos cuchillos y se precipitó contra la pared del fondo. Las hojas curvadas se hundieron hasta las empuñaduras, sus pies buscaron puntos de apoyo y ascendió a una velocidad frenética. Los mercenarios estaban bajo su posición.
—¡Dispárale!
Riddick llegó a la azotea justo a tiempo, una salva de balas de nitrógeno líquido lamió sus pasos; si hubiera tardado un segundo más ahora estaría muerto. Una voz familiar se impuso al fragor de los disparos:
—¡Suelta el arma! —exclamó—. ¡Lo queremos vivo, idiota!
Riddick se quitó las gafas y asomó la cabeza por el borde de la azotea: la imagen violácea, poco definida, de Benton Ju llenó su visión. Eran cinco hombres, la tripulación básica de cualquier nave de cazarrecompensas, un fugitivo de su categoría merecía algo mejor. Benton Ju continuó:
—¡No bajéis la guardia! —chilló—. ¡Es más peligroso de lo imagináis!
Riddick se incorporó, corrió hasta un extremo del edificio y saltó a la vivienda de enfrente. El impacto del aterrizaje recorrió su fisonomía de los pies a la cabeza. Un mercenario se asomó delante de su posición con un rifle de redes en la diestra.
—¡Lo he encontrado! —aulló, victorioso—. ¡Está aquí!
No tuvo tiempo de decir nada más. Riddick se abalanzó sobre su cuerpo, el cuchillo destelló en el aire y el cuello del hombre se abrió de un extremo a otro: el cadáver se desplomó al vacío. Un cazarrecompensas levantó su escopeta de cañones aserrados.
—¡Hijo de puta!
La andanada le acarició la pierna, el furiano ignoró el dolor y volvió a brincar a otro edificio. Tenía quince segundos antes de ser localizado. De un rápido vistazo comprobó que la herida era superficial; no tenía tiempo de detener la hemorragia.
«Sólo es un arañazo», pensó. «Por ahora... ».
De una patada, reventó una puerta de madera y penetró en la casa. Unas escaleras se perdían en la oscuridad. Riddick bajó los escalones de dos en dos y se detuvo en el rellano del tercer piso, expectante. Un par de mercenarios subieron en su búsqueda, las suelas claveteadas de las botas de combate resonaron en la negrura, dispuestos a atraparlo. Riddick saltó por el hueco de las escaleras y aterrizó entre ellos con los cuchillos preparados. Ambos emitieron un estertor agónico, tenían los corazones traspasados; ninguno volvería a darle problemas. De un tirón, sacó las armas y limpió la sangre en la camisa de uno de los cuerpos inertes. Una linterna iluminó su rostro, Riddick lanzó un gruñido de dolor; ser fotosensible tenía sus desventajas. Una niña lo observaba con los ojos dilatados por el miedo. Este apartó el aparato con delicadeza.
—Vuelve a casa pequeña —dijo—. O te meterás en un buen lío.
La joven le había recordado a Jack.
—Sí, señor.
Benton Ju gritó desde el exterior:
—¡Sal, Riddick! —amenazó—. ¡O acabaré con la mocosa!
Riddick esperó a que la niña desapareciera. Luego, se colocó las gafas de sol y bajó al nivel de la calle; ningún inocente perdería la vida por su culpa. Benton Ju lo esperaba empuñando un escáner termográfico.
—Ha sido conmovedor —se burló—. Ignoraba que una mierda como tú tuviera sentimientos.
Riddick hizo caso omiso a su comentario.
—Esto es entre tú y yo, Benton. —Señaló al mercenario que lo apuntaba—. Dile a tu colega que quite el dedo del gatillo.
Benton Ju masculló.
—Suelta el arma, Riddick.
Los cuchillos rebotaron contra el suelo. Riddick decidió herir su amor propio.
—¿Dónde están las cámaras, Benton? —preguntó con sarcasmo—. ¿No vas a vender la exclusiva a ningún informativo?
Los dientes del mercenario chirriaron.
—Ha sido todo demasiado precipitado —confesó—. Espero que en Crematoria me den un buen precio por tu pellejo. Vivo o muerto.
Crematoria, un planeta prisión infernal cuyas temperaturas llegaban a los 450 grados durante el día y 190 grados bajo cero por la noche, la peor penitenciaría de Triple Seguridad de todo aquel sector de la galaxia.
—¿Crematoria? —rio—. ¿Crees que ese jardín de infancia podrá contenerme mucho tiempo?
Benton Ju vibraba de rabia.
—¡No volverás a ver la luz del sol, Riddick!
Benton Ju sacó un cuchillo y la hoja arañó la cara del furiano: una delgada línea roja quedó marcada sobre su pómulo izquierdo. Riddick se puso en posición de combate. El cazarrecompensas cambió el arma de mano y fintó por la zurda con una mirada asesina. Riddick evitó el ataque a duras penas. Moviéndose en círculos, giraron midiendo las defensas del otro, mientras buscaban una grieta en la guardia contraria. Riddick no quitaba los ojos del cuchillo, el mercenario apenas causaba ruido al deslizarse, su economía de movimientos eran envidiables.
«Es bueno», meditó. «No será fácil derrotarlo».
La hoja buscó su cuerpo. Riddick retrocedió, evitando la línea mortal dirigida a sus costillas. Acto seguido contraatacó, Benton Ju botó hacia atrás y esquivó la patada dirigida a sus rodillas que estuvo a punto de arrojarlo al suelo. El cazarrecompensas recuperó la estabilidad, cubrió su costado indefenso y subió la guardia. El furiano retrocedió, imperceptiblemente, llevando a su oponente a su territorio. Benton Ju se acercó, el arma pasó de la mano izquierda a la derecha, una promesa de muerte brillaba en sus pupilas aceradas por la rabia. Una vena palpitó en la sien de Riddick. El mercenario embistió de lado, su brazo chocó contra el del fugitivo, había cometido un error fatal. Riddick extendió la zurda y aplastó la laringe de su adversario con el canto de la mano, arrebatándole la respiración. Benton Ju se recuperó con presteza, pero Riddick no le dio la oportunidad de reaccionar: de un talonazo lo arrojó de espaldas contra la pared del edificio. Acto seguido, aprovechó el desequilibrio del cazarrecompensas y le quitó el arma de un manotazo, que estuvo cerca de romperle la muñeca. El mercenario bramó, su rugido de dolor desgarró el silencio, Riddick le agarró la cabeza y le partió el cuello, brutalmente. El cazarrecompensas que quedaba con vida temblaba de pánico. El fugitivo se puso las gafas en la frente; sus pupilas plateadas se cruzaron con las azules del hombre.
—¡Largo!
El mercenario arrojó el arma y desapareció de su vista. Riddick recogió los cuchillos y salió del callejón en busca del petate que había abandonado: cuanto antes volviera a su nave, mejor que mejor, el Sistema U.V. le esperaba.
«Este ha sido tu último programa, Benton Ju... ».

HELIÓN PRIMERO

La silueta de la Nueva Meca empequeñecía la diminuta figura de Jack.
—No me dejes, Riddick.
El furiano ahogó el nudo de dolor que estrangulaba sus entrañas.
—Debo hacerlo, Jack.
La joven resistía las lágrimas lo mejor que podía.
—¿Por qué?
Riddick señaló las brillantes cúpulas de la ciudad.
—Esto no es para mí.
Jack gimió:
—¡Mientes!
Riddick se aproximó a la niña.
—Soy un fugitivo, Jack —explicó—. Si me quedara en la Nueva Meca no tardarían en encontrarme, ¿lo entiendes?
—No es cierto —protestó—. ¡Todos creen que has muerto!
Riddick suspiró, impaciente.
—¿Recuerdas a Antonia Chillingsworth?
La joven asintió de mala gana.
—Sí.
—Tengo a la mitad de los cazarrecompensas de su nave detrás de mi cabeza. Debo alejarme de Helión Primero para que estéis a salvo.
Jack no estaba convencida.
—¿Por qué estás tan seguro?
Riddick bajó la voz:
—Cuando tenía dieciocho años me destinaron al Sistema Sigma 3 —dijo—. Serví en una Compañía Ranger hasta que me echaron por no obedecer las órdenes de mis superiores: querían que nuestro escuadrón exterminara una colonia de mineros. Cuando escapé, me uní a un grupo de mercenarios libres que auxiliaba a los soldados E-TAC que luchaban en las Guerras Wailing. Fui el único superviviente de 500 hombres, Jack. Todos la diñaron en una batalla que no quiero ni recordar. Luego me trincaron y me encerraron en Altair: un trullo lleno de mutantes psicópatas donde lo máximo que podías sobrevivir era una semana.
La joven tenía los ojos dilatados por admiración.
—¿Y qué pasó?
Riddick se encogió de hombros.
—Logré salir de allí durante una evaluación psicológica. He estado huyendo desde entonces, año tras año, de una penitenciaría a otra, seguido de cerca por hombres como Johns.
La mirada de Jack se aproximaba al deseo sexual.
—Pero continúas libre.
El furiano asintió.
—Efectivamente.
—Razón de peso para que no me abandones.
«Es curioso», reflexionó Riddick. «Ni siquiera ha mencionado a Imam».
Riddick decidió atajar su explicación:
—Nunca seré un hombre de paz, Jack. Lejos de mí tendrás una oportunidad de futuro. Conmigo sólo te espera una muerte segura.
La joven fue sincera:
—No me importa.
Riddick le acarició la cabeza.
—Quédate en la Nueva Meca, Jack.
Jack inclinó la cabeza, desalentada.
—¿Volverás a buscarme?
Aquella fue su despedida. Ignoraba que no volvería a verla hasta dentro de cinco años.
—Te lo prometo.

SISTEMA U.V.

La nave se aproximaba al Planeta 6 del sistema U.V. Riddick dormitaba, intranquilo, dentro de la cápsula de criosueño, vencido por pesadillas inenarrables:

Dicen que casi todo el cerebro deja de funcionar durante la hibernación. Todo menos el lado primitivo, el lado animal. Ahora entiendo por qué sigo despierto...

El furiano intentó abrir los ojos. Algo iba mal, la hibernación debería proporcionarle descanso, paz, pero desgraciadamente, los científicos que diseñaron aquel aparato se equivocaron...

... los que me dicen que me alimente de eso dulce que hay a la izquierda de la columna, junto a la cuarta lumbar: la aorta abdominal. La sangre humana tiene sabor metálico, como a cobre, pero si la mezclas con licor de menta, el sabor se va...

Riddick apretó los puños, revolviéndose en sueños, con expresión consternada: nunca podría escapar de su destino, la salvación del universo prendía sobre su espalda como un cepo...

... ir al trullo donde te dicen que nunca volverás a ver la luz del sol. Buscas a un médico, le pagas con veinte cigarrillos mentolados, y entonces consigues que él te opere los globos oculares...

El fugitivo emergió del ataúd de acero y gomaespuma. El cuerpo desnudo le temblaba de frío. Sus pies descalzos pisaron la moqueta de poliéster del camarote. Le costaba mantener la estabilidad después de tres meses de travesía. Las últimas palabras del sueño rebotaron contra su mente...

Acabas de hacer algo muy poco civilizado, Jack...