We have no future
Heaven wasn't made for me
We burn ourselves to hell
As fast as it can be
And I wish that I could be a king
Then I'd know that I am not alone...
Marilyn Manson
... Mi nave me conduce al Planeta 6 del
Sistema U.V.: un lugar infernal formado por rocas y hielo en el que pocos
consiguen sobrevivir. El criosueño no me produce ningún alivio, nunca estaré a
salvo de los mercenarios que buscan mi cabeza a cambio de una buena recompensa.
Por ello debo alejarme de la gente que me importa: de Imam y Jack...
Richard B. Riddick
GLIESE 876 C
Impasible,
Riddick se introdujo dentro del río de cuerpos humanos con una expresión
inescrutable en el rostro. Los pliegues de la capa oscilaron sobre sus piernas
mientras se abría camino entre los miles de transeúntes que llenaban el mercado
abarrotado. A través de las gafas de sol contempló, asqueado, las tiendas
fabricadas con tubos de aluminio: aborrecía la civilización. Instintivamente,
soslayó a los colonos vestidos con ropas de llamativos colores y avanzó a
contracorriente sin molestarse en mirar a nadie. El furiano era un criminal
buscado en cinco mundos y tres sistemas: pasar desapercibido era fundamental
para su supervivencia. Desde la bóveda celeste cubierta por la polución
industrial, el sol abrasador caía como plomo fundido sobre su cabeza desnuda,
haciendo que el sudor se deslizara por su musculosa anatomía de un metro
noventa de altura. Riddick vestía como de costumbre: camiseta de asillas,
guantes de cuero, pantalones militares y botas de combate.
Sistema Gliese
876: Distancia: 15 años luz de la Tierra. Constelación: Acuario. Magnitud:
10.17. Planetas: Gliese 876 B, C y D. Resonancia orbital: 2:1. Después de
quince semanas de travesía, las células energéticas de la nave comenzaron a
agotarse, no le quedó otro remedio que hacer escala para abastecerse. En caso
contrario habría quedado varado en el espacio exterior, abandonado a su suerte,
inmerso en una hibernación eterna.
Riddick se
encontraba en el interior del Templo Sukhothai, al amparo de las nueve torres
que oscilaban difuminadas por el calor agobiante. Un Siva de piedra lo observó.
Su figura, maciza y atemporal, descollaba sobre las numerosas casetas que
llenaban el recinto: puestos de ropa de segunda mano, avanzadillas de biochips
de baja calidad, museos vivientes de arte local, zocos de bestias
manufacturadas, autoservicios de sushi, instrumentales de tatuajes luminosos,
compra y venta de armas de segunda generación y codificadores de ADN
clandestinos. El Vat Mahathat sonreía, reinando a la humanidad, postrada bajo
sus pies cruzados, con las manos de piedra unidas sobre el regazo. El fugitivo
sorteó a un grupo de mineros y llegó al mondop donde podía comprar suministros.
La construcción cúbica, rematada por una estructura cónica, resaltaba entre dos
neones publicitarios. Aquel lugar sagrado se había transformado en una cloaca,
no existía el respeto atávico del pasado; los vendedores que propagaban sus
productos por altavoces se encargaban de arruinarlo a conciencia.
«¿Qué pensarían
los antepasados de esta escoria si levantaran la cabeza?». Una sonrisa
sardónica llenó sus labios. «¿Les complacería descubrir que los turistas
compran sus reliquias religiosas como souvenirs?».
Una joven se
acercó al furiano oscilando las caderas, provocativa. Vestía una falda de piel
sintética, camisa transparente y plataformas de doble tacón. Ésta pasó el dedo
por su mejilla sin afeitar y susurró, melosa:
—¿Quieres pasar
un buen rato?
Riddick miró
detrás de su hombro. Un chulo no le quitaba la vista de encima. Cicatrices
tribales cruzaban el rostro de color ébano como relámpagos blanquecinos en la
pantalla de una consola.
—No me parece
una buena idea. —El olor a sudor de su piel le desagradó—. Quizá otro día.
Ella insistió:
—No te
arrepentirás, guapo. —Levantó la tela atigrada y le mostró su pubis afeitado—.
¿Qué te parece?
—No, gracias.
—Riddick la rodeó—. No eres mi tipo, muñeca.
La mujer lanzó
una obscenidad en su idioma. Este no la escuchó, su atención estaba inmersa en
un cartel tridimensional suspendido en lo alto de un edificio. Riddick estudió
las facciones angulosas del mercenario: frente hundida, ojos fríos y
calculadores, mentón afilado y labios inexistentes.
—Benton Ju
—susurró—. Qué pequeño es el universo...
Como era lógico,
conocía a aquel cazarrecompensas, estaba a todas horas en los noticiarios, sus
capturas se retransmitían en vivo y en directo en múltiples sistemas: Benton Ju
había hecho de su miserable profesión un arte. Riddick apretó los dientes,
molesto, parecía que la fortuna estaba en su contra. De todos los sistemas
posibles, de todos los planetas de la galaxia, de todas las ciudades de Gliese
876 C, había tenido de coincidir con aquel bastardo. La terrible muerte de
Johns regresó a su memoria: gracias a su codicia fue devorado en un planeta sin
nombre por criaturas espantosas.
«Espero que no
te cruces en mi camino», pensó. «Lo pagarías muy caro».
SISTEMA HELIÓN
La nave se aproximaba
al Sistema Helión: seis planetas dorado-rojizos que giraban alrededor de un sol
incandescente que se perdía en la lejanía. Imam entró en la cabina, su
galabiyyas olía a hierbas aromáticas; llevaba toda la mañana realizando sus
oraciones. Riddick inquirió con ironía:
—¿Ya has
terminado, pastor?
El santón no le
hizo caso.
—Estamos a punto
de llegar —comentó—. ¿Vas a quedarte con nosotros?
—No.
La voz de Imam
tembló:
—Aunque insista
no cambiarás de opinión, ¿verdad?
El furiano
apartó la vista del cosmos interminable.
—Tú lo has
dicho.
Imam se ajustó
el turbante.
—Jack lo va a
pasar mal —dijo—. ¿Cuándo se lo dirás?
Riddick
jugueteaba con un cuchillo.
—Más tarde.
El santón lanzó
un suspiro:
—¿Por qué tienes
que irte?
Riddick no quiso
decirle la verdad:
—No me queda
otro remedio.
Sus temores eran
demasiado íntimos para compartirlos con Imam. Tras su encuentro con Antonia
Chillingsworth, había comprendido que Jack nunca estaría a salvo a su lado,
tarde o temprano un grupo de mercenarios lo encontraría; no quería ponerla en
peligro de ninguna manera.
«Quién lo
hubiera dicho, reflexionó con acidez. «Me he vuelto un sentimental».
El santón lo
arrancó de sus sombrías especulaciones:
—¿Y ahora qué
piensas hacer?
Riddick guardó
el arma.
—Desaparecer del
mapa.
Imam insistió:
—¿A dónde
piensas ir, Riddick?
Riddick apretó
unos botones en la consola para corregir la trayectoria de vuelo.
—¿Por qué te
importa tanto, pastor?
El santón
jugueteó con un collar de cuentas rojas, negras y amarillas.
—Te debo la
vida.
Riddick se
mostró desagradecido:
—Si no hubiera
sido por Carolyn os hubiera dejado tirados en aquel planeta, Imam.
Imam reaccionó
con gravedad:
—No intentes
engañarte a ti mismo, Riddick.
El furiano
sonrió.
—¿Eso crees?
—No lo creo
—argumentó con seguridad—. Lo afirmo.
Riddick no quiso
seguirle el juego.
—No me importáis
ninguno de los dos —replicó—. No olvides con quién estás hablando.
Imam agitó la
mano quitándole importancia a sus palabras:
—¿Vas a decirme
la verdad?
A pesar de todo
lo que habían compartido durante los últimos meses, le costaba confiar en aquel
hombre, el Sistema Penal lo había cambiado definitivamente. Una punzada de
orgullo recorrió su interior, podía vanagloriarse de haber escapado de las
peores prisiones del universo: Altair, Ursa Luna, Ribald, Tangiers, y Butcher
Bay. Su espíritu continuaba intacto, los carceleros no lograron aniquilarlo,
siempre salía vencedor ante las adversidades.
—Sistema U.V.
¿Contento?
El santón le
devolvió la sonrisa.
—Te ha costado
decírmelo, ¿no es cierto?
—Ni te lo
imaginas.
OJOS DE CAZADOR
El furiano
abandonó el mondop. Colgado de su espalda, dentro de un petate, estaban las
provisiones que había adquirido: dos células de energía, raciones de hierro,
agua y artículos varios. Con rapidez, recorrió el camino a la inversa, el sol
empezaba a esconderse detrás del horizonte. En breve anochecería: el momento
ideal para abandonar aquel horrible planeta devorado por refinerías que se
extendían hasta el infinito. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, estaba en
peligro, ojos crueles lo estudiaban entre las sombras. Una descarga de plasma
le rozó el hombro, Riddick saltó hacia la derecha y derribó un puesto de
galletas de proteínas. La fulana que había intentado seducirlo gritó:
—¡Ahí está!
—indicó a sus enemigos—. ¡Cogedlo!
Cuatro
mercenarios corrieron en su dirección. Riddick rodó sobre su figura, se puso en
pie, apartó a los sorprendidos compradores y salió disparado por una callejuela
adyacente. Una red metálica atrapafugitivos se clavó en una pared a sus
espaldas; había faltado poco. Riddick aumentó el paso, brincó sobre un
carromato tirado por bueyes y entró en un callejón sin salida.
«Joder», pensó.
«Lo que me faltaba».
Sin pausa, soltó
la bolsa, desenfundó ambos cuchillos y se precipitó contra la pared del fondo.
Las hojas curvadas se hundieron hasta las empuñaduras, sus pies buscaron puntos
de apoyo y ascendió a una velocidad frenética. Los mercenarios estaban bajo su
posición.
—¡Dispárale!
Riddick llegó a
la azotea justo a tiempo, una salva de balas de nitrógeno líquido lamió sus
pasos; si hubiera tardado un segundo más ahora estaría muerto. Una voz familiar
se impuso al fragor de los disparos:
—¡Suelta el
arma! —exclamó—. ¡Lo queremos vivo, idiota!
Riddick se quitó
las gafas y asomó la cabeza por el borde de la azotea: la imagen violácea, poco
definida, de Benton Ju llenó su visión. Eran cinco hombres, la tripulación
básica de cualquier nave de cazarrecompensas, un fugitivo de su categoría
merecía algo mejor. Benton Ju continuó:
—¡No bajéis la
guardia! —chilló—. ¡Es más peligroso de lo imagináis!
Riddick se
incorporó, corrió hasta un extremo del edificio y saltó a la vivienda de
enfrente. El impacto del aterrizaje recorrió su fisonomía de los pies a la
cabeza. Un mercenario se asomó delante de su posición con un rifle de redes en
la diestra.
—¡Lo he
encontrado! —aulló, victorioso—. ¡Está aquí!
No tuvo tiempo
de decir nada más. Riddick se abalanzó sobre su cuerpo, el cuchillo destelló en
el aire y el cuello del hombre se abrió de un extremo a otro: el cadáver se
desplomó al vacío. Un cazarrecompensas levantó su escopeta de cañones
aserrados.
—¡Hijo de puta!
La andanada le
acarició la pierna, el furiano ignoró el dolor y volvió a brincar a otro
edificio. Tenía quince segundos antes de ser localizado. De un rápido vistazo
comprobó que la herida era superficial; no tenía tiempo de detener la
hemorragia.
«Sólo es un
arañazo», pensó. «Por ahora... ».
De una patada,
reventó una puerta de madera y penetró en la casa. Unas escaleras se perdían en
la oscuridad. Riddick bajó los escalones de dos en dos y se detuvo en el
rellano del tercer piso, expectante. Un par de mercenarios subieron en su
búsqueda, las suelas claveteadas de las botas de combate resonaron en la
negrura, dispuestos a atraparlo. Riddick saltó por el hueco de las escaleras y
aterrizó entre ellos con los cuchillos preparados. Ambos emitieron un estertor
agónico, tenían los corazones traspasados; ninguno volvería a darle problemas.
De un tirón, sacó las armas y limpió la sangre en la camisa de uno de los
cuerpos inertes. Una linterna iluminó su rostro, Riddick lanzó un gruñido de
dolor; ser fotosensible tenía sus desventajas. Una niña lo observaba con los
ojos dilatados por el miedo. Este apartó el aparato con delicadeza.
—Vuelve a casa
pequeña —dijo—. O te meterás en un buen lío.
La joven le
había recordado a Jack.
—Sí, señor.
Benton Ju gritó
desde el exterior:
—¡Sal, Riddick!
—amenazó—. ¡O acabaré con la mocosa!
Riddick esperó a
que la niña desapareciera. Luego, se colocó las gafas de sol y bajó al nivel de
la calle; ningún inocente perdería la vida por su culpa. Benton Ju lo esperaba
empuñando un escáner termográfico.
—Ha sido
conmovedor —se burló—. Ignoraba que una mierda como tú tuviera sentimientos.
Riddick hizo
caso omiso a su comentario.
—Esto es entre
tú y yo, Benton. —Señaló al mercenario que lo apuntaba—. Dile a tu colega que
quite el dedo del gatillo.
Benton Ju
masculló.
—Suelta el arma,
Riddick.
Los cuchillos
rebotaron contra el suelo. Riddick decidió herir su amor propio.
—¿Dónde están
las cámaras, Benton? —preguntó con sarcasmo—. ¿No vas a vender la exclusiva a
ningún informativo?
Los dientes del
mercenario chirriaron.
—Ha sido todo
demasiado precipitado —confesó—. Espero que en Crematoria me den un buen precio
por tu pellejo. Vivo o muerto.
Crematoria, un
planeta prisión infernal cuyas temperaturas llegaban a los 450 grados durante
el día y 190 grados bajo cero por la noche, la peor penitenciaría de Triple
Seguridad de todo aquel sector de la galaxia.
—¿Crematoria?
—rio—. ¿Crees que ese jardín de infancia podrá contenerme mucho tiempo?
Benton Ju
vibraba de rabia.
—¡No volverás a
ver la luz del sol, Riddick!
Benton Ju sacó
un cuchillo y la hoja arañó la cara del furiano: una delgada línea roja quedó
marcada sobre su pómulo izquierdo. Riddick se puso en posición de combate. El
cazarrecompensas cambió el arma de mano y fintó por la zurda con una mirada
asesina. Riddick evitó el ataque a duras penas. Moviéndose en círculos, giraron
midiendo las defensas del otro, mientras buscaban una grieta en la guardia
contraria. Riddick no quitaba los ojos del cuchillo, el mercenario apenas
causaba ruido al deslizarse, su economía de movimientos eran envidiables.
«Es bueno»,
meditó. «No será fácil derrotarlo».
La hoja buscó su
cuerpo. Riddick retrocedió, evitando la línea mortal dirigida a sus costillas.
Acto seguido contraatacó, Benton Ju botó hacia atrás y esquivó la patada
dirigida a sus rodillas que estuvo a punto de arrojarlo al suelo. El
cazarrecompensas recuperó la estabilidad, cubrió su costado indefenso y subió
la guardia. El furiano retrocedió, imperceptiblemente, llevando a su oponente a
su territorio. Benton Ju se acercó, el arma pasó de la mano izquierda a la
derecha, una promesa de muerte brillaba en sus pupilas aceradas por la rabia.
Una vena palpitó en la sien de Riddick. El mercenario embistió de lado, su
brazo chocó contra el del fugitivo, había cometido un error fatal. Riddick extendió
la zurda y aplastó la laringe de su adversario con el canto de la mano,
arrebatándole la respiración. Benton Ju se recuperó con presteza, pero Riddick
no le dio la oportunidad de reaccionar: de un talonazo lo arrojó de espaldas
contra la pared del edificio. Acto seguido, aprovechó el desequilibrio del
cazarrecompensas y le quitó el arma de un manotazo, que estuvo cerca de
romperle la muñeca. El mercenario bramó, su rugido de dolor desgarró el
silencio, Riddick le agarró la cabeza y le partió el cuello, brutalmente. El
cazarrecompensas que quedaba con vida temblaba de pánico. El fugitivo se puso
las gafas en la frente; sus pupilas plateadas se cruzaron con las azules del
hombre.
—¡Largo!
El mercenario
arrojó el arma y desapareció de su vista. Riddick recogió los cuchillos y salió
del callejón en busca del petate que había abandonado: cuanto antes volviera a
su nave, mejor que mejor, el Sistema U.V. le esperaba.
«Este ha sido tu
último programa, Benton Ju... ».
HELIÓN PRIMERO
La silueta de la
Nueva Meca empequeñecía la diminuta figura de Jack.
—No me dejes,
Riddick.
El furiano ahogó
el nudo de dolor que estrangulaba sus entrañas.
—Debo hacerlo,
Jack.
La joven
resistía las lágrimas lo mejor que podía.
—¿Por qué?
Riddick señaló
las brillantes cúpulas de la ciudad.
—Esto no es para
mí.
Jack gimió:
—¡Mientes!
Riddick se
aproximó a la niña.
—Soy un
fugitivo, Jack —explicó—. Si me quedara en la Nueva Meca no tardarían en
encontrarme, ¿lo entiendes?
—No es cierto
—protestó—. ¡Todos creen que has muerto!
Riddick suspiró,
impaciente.
—¿Recuerdas a
Antonia Chillingsworth?
La joven asintió
de mala gana.
—Sí.
—Tengo a la
mitad de los cazarrecompensas de su nave detrás de mi cabeza. Debo alejarme de
Helión Primero para que estéis a salvo.
Jack no estaba
convencida.
—¿Por qué estás
tan seguro?
Riddick bajó la
voz:
—Cuando tenía
dieciocho años me destinaron al Sistema Sigma 3 —dijo—. Serví en una Compañía
Ranger hasta que me echaron por no obedecer las órdenes de mis superiores:
querían que nuestro escuadrón exterminara una colonia de mineros. Cuando
escapé, me uní a un grupo de mercenarios libres que auxiliaba a los soldados
E-TAC que luchaban en las Guerras Wailing. Fui el único superviviente de 500
hombres, Jack. Todos la diñaron en una batalla que no quiero ni recordar. Luego
me trincaron y me encerraron en Altair: un trullo lleno de mutantes psicópatas
donde lo máximo que podías sobrevivir era una semana.
La joven tenía
los ojos dilatados por admiración.
—¿Y qué pasó?
Riddick se
encogió de hombros.
—Logré salir de
allí durante una evaluación psicológica. He estado huyendo desde entonces, año
tras año, de una penitenciaría a otra, seguido de cerca por hombres como Johns.
La mirada de
Jack se aproximaba al deseo sexual.
—Pero continúas
libre.
El furiano
asintió.
—Efectivamente.
—Razón de peso
para que no me abandones.
«Es curioso»,
reflexionó Riddick. «Ni siquiera ha mencionado a Imam».
Riddick decidió
atajar su explicación:
—Nunca seré un
hombre de paz, Jack. Lejos de mí tendrás una oportunidad de futuro. Conmigo
sólo te espera una muerte segura.
La joven fue
sincera:
—No me importa.
Riddick le
acarició la cabeza.
—Quédate en la
Nueva Meca, Jack.
Jack inclinó la
cabeza, desalentada.
—¿Volverás a
buscarme?
Aquella fue su
despedida. Ignoraba que no volvería a verla hasta dentro de cinco años.
—Te lo prometo.
SISTEMA U.V.
La nave se
aproximaba al Planeta 6 del sistema U.V. Riddick dormitaba, intranquilo, dentro
de la cápsula de criosueño, vencido por pesadillas inenarrables:
Dicen que casi todo el cerebro deja de
funcionar durante la hibernación. Todo menos el lado primitivo, el lado animal.
Ahora entiendo por qué sigo despierto...
El furiano
intentó abrir los ojos. Algo iba mal, la hibernación debería proporcionarle
descanso, paz, pero desgraciadamente, los científicos que diseñaron aquel
aparato se equivocaron...
... los que me dicen que me alimente de eso
dulce que hay a la izquierda de la columna, junto a la cuarta lumbar: la aorta
abdominal. La sangre humana tiene sabor metálico, como a cobre, pero si la
mezclas con licor de menta, el sabor se va...
Riddick apretó
los puños, revolviéndose en sueños, con expresión consternada: nunca podría
escapar de su destino, la salvación del universo prendía sobre su espalda como
un cepo...
... ir al trullo donde te dicen que nunca
volverás a ver la luz del sol. Buscas a un médico, le pagas con veinte
cigarrillos mentolados, y entonces consigues que él te opere los globos
oculares...
El fugitivo
emergió del ataúd de acero y gomaespuma. El cuerpo desnudo le temblaba de frío.
Sus pies descalzos pisaron la moqueta de poliéster del camarote. Le costaba
mantener la estabilidad después de tres meses de travesía. Las últimas palabras
del sueño rebotaron contra su mente...