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lunes, octubre 14, 2019

"TARDES DE PERSIANAS BAJADAS", DE BRETT ANDERSON


«Después de toda la tristeza contenida en estas páginas, quizás sea ahora cuando viene la parte más triste para mí. Cartografiar el colapso triste y silencioso de un grupo que tanto significó para mí representa, en cierto modo, un destino más cruel que si hubiéramos estallado en una profusión de escándalos y conflictos».

Brett Anderson

Después de incontables horas de ensayo y afilar sus canciones en locales de mala muerte frente a públicos indiferentes, gracias a la histeria mediática fomentada por la prensa, Suede obtuvieron el triunfo que anhelaban. El lanzamiento de The Drowners propició que fueran encumbrados en una mezcla de adoración y hostilidad. Por una parte alabaron su música —ambigua, romántica, subversiva y decadente— que reflejaba las miserias de los jóvenes británicos de principios de los noventa y por otra, como llegaron a la cima de forma instantánea, los consideraron un producto prefabricado, sin garra ni alma, cuyas horas estaban contadas. A pesar de sus orígenes humildes, al igual que sus composiciones, fueron tachados de artificiales, frívolos y cosmopolitas. 

La banda surgió en plena resaca Madchester —Happy Mondays, Stone Roses, The Charlatans— y el efímero auge del shoegazing —My Bloody Valentine, Ride, Slowdive—. Evidentemente, su propuesta no encajaba en ninguna parte. El grupo se aferró a aquella oportunidad como a un clavo ardiendo sin pensar en las consecuencias. Desesperado por abandonar la falta de reconocimiento, pobreza y precariedad laboral, Brett Anderson reconoce sin tapujos que hubiera hecho lo imposible para mantenerse en la cresta de la ola. Su exagerado perfil inicial los convirtió en un grupo “sobrevalorado”, etiqueta que los ha acompañado a lo largo de su andadura discográfica.

Anderson reflexiona constantemente sobre su papel público, cómo la fama influyó en su vida privada y moldeó su personalidad. Se muestra crítico con su trabajo, tanto en las declaraciones controvertidas del pasado como con los errores discográficos. Suede siempre alternaron entre la grandeza y la vulgaridad. Muchas de sus caras b —My Insatiable One, My Dark Star, Killing of a Flashboy, Europe Is Our Playground, Let’s Go, Cheap—, superan el contenido de los mismos álbumes. El cantante no se avergüenza de la temática de sus letras —excesos, nocturnidad, sexo crudo, relaciones destrozadas, caos urbano— que con el paso del tiempo, junto a la decadencia de la formación, se convertirían en un cliché que rozaba la autoparodia. Su corpus creativo fue perdiendo fuerza: discos mal enfocados, con temas débiles, que echaron por tierra el trabajo que tanto les costó conseguir.

Suede (Nude, 1993) se convirtió en el disco más vendido de todos los tiempos en Inglaterra y ganó el prestigioso Mercury Prize. Tal como ha sucedido en infinidad de ocasiones en la historia de la música, ninguno de sus miembros se encontraba preparado para afrontar un éxito tan descomunal. Mientras realizaban una agotadora gira por Estados Unidos, comenzaron los problemas. A raíz del fallecimiento de su padre, el guitarrista y motor musical, Bernard Butler, se encontraba exhausto y deprimido. Harto de los rigores del estrellato, comenzó a distanciarse de la banda: viajaba en el autobús de otros grupos, grababa sus partes musicales cuando sus compañeros no se encontraban en el estudio y pretendió que despidieran al productor Ed Buller (White Lies, Pulp, Lush) para encargarse de la creación de Dog Man Star (Nude, 1994), la sombría obra maestra de Suede. Todo avanzaba demasiado rápido: ninguno tuvo la madurez suficiente para intentar solucionar sus problemas. Por consiguiente, las heridas empeoraron hasta un límite insoportable.

El Britpop convulsionaba a la sociedad británica pero Suede, fieles a su estilo de nadar a contracorriente, al considerar aquel movimiento tan nacionalista como espantoso, no dudaron en desmarcarse del mismo. Anderson se perdió en un universo de química, obsesión, fragilidad y ego desmesurado. Pasó por alto la amistad que mantenía con el guitarrista, la unidad de antaño desapareció y la visión musical de ambos cesó de complementarse. Todos se encontraban paranoicos, tristes y amargados; temían que aquel fuera el final del camino. Gracias a ello, el disco cobró la atmósfera  deprimente que lo caracteriza. Finalmente, la expulsión de Butler fue inevitable. La crítica volvió a abalanzarse sobre ellos para despedazarlos a conciencia.

La arriesgada inclusión del nuevo guitarrista Richard Oakes —tenía diecisiete años en aquella época— fue recibida con desdén, por no decir inquina, por parte de los medios y seguidores. Contra viento y marea, la banda continuó adelante. Todos habían llegado a la conclusión que Butler era un engranaje irremplazable y que estaban acabados. Aunque muchas de las mejores canciones de Suede se encuentran en este elepé — The Wild Ones, Still Life, The Two of Us, The Asphalt World—, no despachó tantas unidades como su debut. Oakes, a pesar de su juventud, la presión de los tabloides y las comparaciones con Bernard Butler, consiguió salir airoso de la tormenta gracias a sus propios méritos musicales.     

Luego de las sesiones asfixiantes y conflictivas de Dog Man Star  —que para consternación de Anderson continúa siendo el álbum mejor valorado de Suede—, Coming Up (Nude, 1996) supuso un revulsivo: directo, enérgico y urgente, en el que todos los temas tendrían potencial de single. La incorporación de Neil Codling como teclista aportó savia fresca al grupo. Aunque siempre fue infravalorado por considerarlo mero “relleno”, su influencia ha moldeado el sonido de la banda hasta la actualidad. Las áridas orquestaciones de The Blue Hour (Warner Bros, 2018) lo demuestran de sobra.  

Trash, Beautiful Ones, Saturday Night y Filmsta se convirtieron en himnos radiofónicos. El grupo volvió a la cúspide de la popularidad en plena vorágine Britpop, compitiendo contra Oasis, Blur y Pulp en las listas de ventas, y lograron el reconocimiento que merecían por derecho. La nueva formación, en un dulce momento de gloria, logró renacer de la sobreexposición que estuvo a punto de aniquilarlos.

Mientras tanto en Westbourne Park, lo que en un principio fue el disoluto estilo de vida de estrella de rock que alimentaba su creatividad, entre fiestas interminables, alcohol, ceniceros llenos, bolsas de basura, traficantes, groupies, colgados e ingentes cantidades de crack, la adicción quebró a Anderson y causaría fuertes repercusiones en el futuro de la banda. El impulso creativo, la ambición, el deseo de triunfar que lo impulsó al principio, fue reemplazado por el exceso de confianza, la soberbia y la carencia de perspectiva.

En un afán de modernizar su sonido para mantenerse vigentes en la industria, Suede perdió la esencia primaria basada en el rock de los setenta que los caracterizaba. Ante la profusión electrónica, Oakes se sintió desplazado como guitarrista. Irónicamente, Head Music (Nude, 1999) supuso un triunfo clamoroso. Por primera vez contaban con el apoyo de la crítica pero entregaron un trabajo que si bien contaba con buenas composiciones como Can’t Get Enough, la popular She’s in Fashion o He’s Gone, pecaba de pereza e intrascendencia. Un elepé comercial que los alejó de la excelencia para caer de lleno en la superficialidad, tal como tantas veces fueron acusados.

A New Morning (Epic, 2002) supuso el canto del cisne, abandonar la función ante la indiferencia del público. Confundidos, después de la salida de Codling debido al síndrome de fatiga crónica, por primera vez en su carrera, la banda se encontraba perdida, sin la pasión de los caracterizaba. Pese a que Anderson se encontraba sobrio, continuaba debilitado por la antigua dependencia a los narcóticos y no fue capaz de ofrecer lo mejor de sí mismo. Las sesiones se prolongaron durante dos años, diversos estudios y productores, intentando salvar un repertorio en el que reinaba la incertidumbre y la apatía. El fichaje de Alex Lee (Strangelove) en los teclados no llegó a cuajar y el intento de reinventarse con un disco acústico, íntimo y acogedor, tampoco estuvo a la altura. A New Morning fue tan costoso que se vieron obligados a regresar a la carretera para recuperar los gastos de grabación. Desde entonces, el vocalista no ha cesado de afirmar que fue un error que saliera a la venta.

El final del libro, al terminar en el punto más bajo de la formación, posee un sabor amargo. De hecho, queda abierto para que Anderson escriba una hipotética tercera parte de sus memorias en las que narre el reencuentro con Bernard Butler en el proyecto The Tears, su carrera en solitario, paternidad y, evidentemente, el regreso triunfal de Suede que, en pleno siglo XXI, continúan editando trabajos tan excelsos como su obra de principios de los  noventa —Nights Toughts (Warner Bros, 2016) y The Blue Hour— en los que persiguen la estela del barroco y atormentado Dog Man Star.




martes, octubre 23, 2018

"MAÑANAS NEGRAS COMO EL CARBÓN", DE BRETT ANDERSON


«Era nuestro y solo nuestro —nuestro andrajoso himno, nuestro aullido de frustración—, un poema al fracaso y la pérdida, y también un panegírico a la Gran Bretaña envilecida e indiferente que veíamos ante nosotros. Y mientras asestábamos estocadas y pateábamos contra la sombría mediocridad de los tiempos, lo hicimos con un estilo, un espíritu y una energía que acabaron echando puertas abajo y poniendo los cimientos de una música que definió una década».

Brett Anderson

La frase “Mañanas negras como el carbón” podría ser el leitmotiv de las memorias de Brett Anderson: define los momentos más oscuros, dramáticos y angustiosos de su pasado. Todo sucede antes del destello de las cámaras, las listas de éxito, las giras extenuantes, el fervor de los fans, las críticas despiadadas, la falta de inspiración, el efecto de las drogas y los roces internos, llevaran al ocaso a una de las formaciones más representativas de los noventa. Entre luces, sombras y pérdida, queda lugar para el reconocimiento; triunfar frente a las adversidades que conlleva el camino del estrellato.

Anderson se dirige al lector como si se tratara de un viejo amigo, con franqueza, honestidad y la perspectiva que ofrece el paso del tiempo. Gracias a una prosa elegante, sencilla y sin florituras, las páginas avanzan con rapidez. Incondicional de los Smiths, resulta curioso que Morrissey y Johnny Marr publicaran sus memorias durante los últimos tiempos. ¿Habrán inspirado al cantante a narrar sus recuerdos de juventud para que su hijo pueda leerlos en el futuro?  

Criado en una minúscula vivienda de protección oficial situada en el extrarradio de Haywards Healt, entre Londres y Brighgton, dominada por carreteras rurales, vallas metálicas cubiertas de grafitis, bosques y un vertedero de chatarra. Su familia vivía hacinada en un ambiente de penuria, aislamiento y caridad. A pesar de ello, tanto su madre como su padre poseían inquietudes artísticas, detalle que los hacía diferenciarse de los vecinos. Respecto a su infancia, destaca la relación con un padre autoritario que lo marcó profundamente. La obsesión de no cometer los mismos errores que el mismo: un hombre de clase baja, agobiado por la responsabilidad de mantener a una familia, la carencia de empleo estable, una infancia marcada por los abusos de un progenitor alcohólico que dejaron huellas imborrables: decepción, rabia y amargura. Por otra parte, este fue un gran amante de la música clásica que admiraba a Wagner, Berlioz, Brahms, Chopin y Liszt; su influencia sería notoria en el sonido de Suede. Basta con escuchar las grandilocuentes orquestaciones que han ostentado durante toda su carrera.

El descubrimiento de la música, como no podía ser de otro modo, llegó durante la adolescencia del cantante. En una Inglaterra de posguerra devastada por la pobreza, los altos índices de desempleo, huelgas y el gobierno despótico de La Dama de Hierro, el punk de Crass, Discharge, UK Decay, Sham 69, Cockney Rejects, Buzzcocks y el Never Mind The Bollocks de los Sex Pistols como buque insignia, era la mejor manera de escapar de una vida gris y rutinaria. Rebeldía, pasión, despecho hacia un sistema laminador y corrupto. Gracias a su hermana, Anderson se interesaría por formaciones como Roxy Music, Jefferson Airplane, Iggy Pop, T-Rex, Led Zeppelin y The Who. Bowie y The Smiths serían sus ídolos de cabecera durante décadas.

Nostálgico y emotivo a partes iguales, Anderson rememora paseos sin rumbo por las calles de Londres, los tiempos de universidad, noches de fiesta, apartamentos alquilados, ropas de segunda mano compradas en mercadillos, relaciones personales rotas, debacles amorosos y la muerte de seres queridos. Todo tipo de personajes marginales —drogadictos, hippies, okupas, parados, artistas y estudiantes fracasados— formarían el imaginario de sus composiciones más celebradas. Inevitablemente, las circunstancias, el entorno y lo personal, sirven de lienzo para la creación artística.

Los primeros pasos de la banda fueron erráticos: canciones flojas, pubs vacíos, público indiferente. Solo quedaba la opción de trabajar duro. Instrumentos baratos, locales de ensayo de mala muerte que hedían a sudor, fracaso y colillas. Temas como Wonderful Sometimes, Be My God, Art, Going Blonde, Natural Born Servant, She’s a Layabout o Just a Girl, se encontrarían por debajo de los estandartes de las canciones que los lanzarían a la fama. Excepto esta última, jamás han sido editadas de forma oficial. Joven e ingenuo, sin conocimientos musicales y escaso de ambición, el cantante reconoce que el guitarrista Bernard Butler tenía más talento que el resto del grupo y que, gracias a su constancia, los impulsó a mejorar. Por suerte las joyas de las se enorgullece sin reparos no tardarían en ver la luz: Metal Mickey, So Young, My Insatiable One o Animal Nitrate.

Rupturas sentimentales (Pantomime Horse, To the Birds, He’s Dead) amores pasajeros (The Drowners), amas de casas deprimidas adictas al Valium (Slepping Pills, The Two Of Us), amigos de infancia hundidos en la depresión (Breakdown, Simon), setas alucinógenas (Where the Pigs Don’t Fly), el fallecimiento de su madre víctima de cáncer (The Next Life), la magia y miseria de Londres (She, This Time, By the Sea), violencia juvenil (Killing of a Flashboy), vecinos aniquilados por el VIH (The Living Dead) y el suicidio de familiares (She's Not Dead). En cierta forma, Anderson se muestra arrepentido por utilizar las desdichas e intimidades de terceras personas para componer sus canciones. ¿Acaso importa la fuente cuando el tema es inolvidable?

Anderson se abstiene en hablar de forma negativa de antiguos miembros de Suede: Bernard Butler o su novia por aquel entonces, Justine Frischmann —futura líder de Elastica—, para no alimentar los tabloides. De hecho, ni siquiera menciona el nombre de Damon Albarn —vocalista de Blur— que, movido por los celos, la competitividad y el elevado número de ventas que despacharon con el homónimo Suede (Nude Records, 1993), no dudó en proporcionar carnaza a los medios con declaraciones polémicas: «La heroína es una mierda y sé que Brett Anderson toma heroína, así que él también es una mierda». La imagen que la prensa amarillista forjó sobre Frischmann —niña pija arribista que empezó a salir con Albarn porque este tenía más éxito comercial y podía ayudarla a impulsar su propia carrera— perdura en la actualidad. Respecto a Butler, diferencias creativas lo obligó a abandonar la banda durante la tormentosa grabación de Dog Man Star (Nude Records, 1994); elepé que con el paso de los años ganó la condición de clásico y obra maestra de Suede. El cantante y Butler volverían a trabajar juntos una década después en el proyecto The Tears. El presente es lo único que importa; no es necesario abrir viejas heridas.

La imagen decadente, hedonista, sofisticada y glamurosa de la formación fue un invento de la prensa. Marginales desde el primer momento, fogueados por años de rechazos por parte de las compañías discográficas, promotores de conciertos y dueños de locales, poco tenían que ver con la Inglaterra patriótica y futbolera, de cerveza en vasos de plástico, camaradería, Union Jack, masculinidad y ordinariez. Cuando el sonido revisionista del Britpop se encontraba en su máximo apogeo con Oasis (The Beatles), Blur (The Kinks), Pulp (David Bowie) o Radiohead (Pink Floyd), pocos reconocieron que Suede fueron precursores de aquel movimiento cuya influencia perdura en la actualidad en Coldplay, Keane, The Libertines, Snow Patrol, The Strokes, Kaiser Chiefs, Arctic Monkeys, The Killers, Bloc Party, The Hives o Kasabian.

Todo termina cuando la famosa cabecera del Melody Maker (25/04/1992) los puso en el punto de mira de la industria declarando que eran «La mejor nueva banda de Gran Bretaña». Aún no había salido a la venta su primer single. Las expectativas se dispararon. El grupo ha firmado con Nude Records y el futuro resulta prometedor: ambigüedad sexual, controversia, glam, premios, histeria colectiva, papparazis, Suedemanía. Brett Anderson ha confirmado la segunda parte de sus memorias para otoño del próximo año: Tardes de persianas bajadas (Editorial Contra, 2019). La historia solo acaba de empezar.