REPLICANTE.
N. Ver también ROBOT (antiguo): ANDROIDE (obsoleto): NEXUS (genérico): Humano
sintético con habilidades parafísicas y cultura carnal. También: Rep, Pellejudo
(argot); Utilización en otros mundos: Combate y exploración espacial de alto
riesgo. Prohibida su utilización en el mundo madre. Datos y especificaciones:
información clasificada.
New American Dictionary.
1
El hedor de la carne quemada
llenaba el pequeño vertedero. Dos obreros uniformados con monos naranjas apilaban
a los androides, formando una montaña de cadáveres que esperaban su turno de incineración.
El primero se dirigió al segundo:
—Peter... ¿Qué hora es?
Su compañero comprobó su Zodiac.
—Las dos menos cuarto.
Eddie lanzó un suspiro.
—Aún quedan dos horas.
Peter soltó una risa seca.
—¡Supéralo!
Cansados, volvieron al trabajo
con expresiones consternadas. Ambos cogieron a un replicante, uno por los
brazos y otro por las piernas, colocándolo sobre la rampa que descendía hasta
los hornos de fundición. El calor era espantoso: sudaban bajo las ropas
ignífugas; suerte que faltaba poco para ser relevados. Peter señaló el cuerpo inerte
que se deslizaba boca abajo hacia las llamas.
—¿Habías visto a uno como ese?
Eddie se subió las gafas a la
altura de la frente.
—No.
Peter sonrió, triunfante.
—Nexus-6.
Eddie enarcó las pobladas cejas.
—¿Cómo te has enterado?
Peter hizo un gesto de
superioridad.
—Tengo mis contactos.
El androide entró en la caldera.
Su piel ardió, consumiéndose, mostrando los huesos blanqueados por las altas
temperaturas. Sus restos se convirtieron en cenizas y desaparecieron sin dejar
rastro. El sistema anunció con voz metálica: Replicante Nº 156 eliminado.
Eddie sufrió un escalofrío.
—¿Por qué los retirarán del
mercado?
Peter se secó el sudor de la
frente con una gamuza sucia.
—Son modelos obsoletos
—explicó—. A los cuatro años se les acaban las pilas.
Eddie gruñó:
—Las Casas Madres no quieren
perder pasta, ¿verdad?
Peter arrojó el trapo sobre un
cadáver.
—Claro que no —dijo con
cinismo—. Los crean con fecha de terminación para que compres uno nuevo cada
cierto tiempo. Los negocios son los negocios.
Eddie sacudió la cabeza.
—Tengo sed —comentó—. ¿Quieres
una Coca-Cola?
Peter se quitó los guantes.
—Te acompaño.
2
Cuando los obreros
desaparecieron, los cadáveres se agitaron y una replicante surgió entre ellos
con los labios apretados. Metódica, Takako comprobó su entorno; el crematorio
estaba vacío. Después, auxilió a sus compañeros: tres androides emergieron
entre los muertos. La Nexus-6 susurró en voz baja:
—Disch, vigila la entrada.
El gigante se acercó a las dobles
puertas metálicas que conectaban el vertedero con el hangar principal. Su
cuerpo de dos metros de altura parecía esculpido en un bloque de acero. Vance
se aproximó a su compañera.
—¿Qué hacemos con los obreros?
Takako fue pragmática:
—Matarlos.
El androide esbozó una mueca.
—¿Es necesario?
—Si los dejamos vivos darán la
señal de alarma. Tendremos a la policía detrás de nosotros. —Señaló los
cadáveres con la cabeza—. ¿Quieres terminar como esos pobres bastardos?
Vance suspiró, la visión de los
muertos le agitó el vientre; no deseaba aquel destino.
—Supongo que tienes razón.
La Nexus-6 le apretó el hombro
para darle ánimos.
—Confía en mí.
Bear inspeccionaba una consola,
buscando la forma de escapar, pendiente de las imágenes tomadas por las cámaras
de seguridad. La replicante inquirió:
—¿Tenemos alguna posibilidad?
El androide asintió.
—Sí.
Takako inspeccionó las
pantallas.
—¿Podrás conseguir un vehículo
que nos lleve al espaciopuerto?
Bear afirmó:
—Yo conduzco cualquier cosa que
tenga gas.
La Nexus-6 esbozó una sonrisa
cálida.
—Eres el mejor, Bear.
Disch murmuró con urgencia:
—Tenemos compañía.
El grupo se ocultó. Peter
atravesó las puertas acompañado por Eddie. Ambos charlaban, relajados,
ignorando el peligro que corrían. Peter preguntó a su compañero:
—¿Qué harás esta tarde?
Eddie respondió:
—Saldré con mi mujer y los críos
a...
Aquellas fueron sus últimas palabras.
Disch lo embistió por la espalda, le agarró la cabeza y le quebró las vértebras
cervicales; su cuello crujió siniestramente al romperse. Horrorizado, Peter
intentó huir, pero fue demasiado tarde, el replicante saltó sobre su cuerpo,
estrangulándolo. Takako observó los asesinatos, impávida.
—Arrojadlos al fuego —ordenó—.
Es lo único que merecen.
3
Bear aparcó el todoterreno. Los
replicantes abandonaron el vehículo bajo una cúpula deteriorada y recorrieron
el muro exterior del espaciopuerto. Hipnotizada, Takako contempló Marte: el
planeta rojo llenó su campo visual. La androide levantó la cabeza: las
estrellas destellaban, lejanas, imbuidas en un misterio imposible de definir.
Un temblor sacudió su anatomía. Era la primera vez que vislumbraba la galaxia;
nunca hubiera imaginado que fuera tan hermosa. Vance le apretó la mano.
—Espectacular, ¿verdad?
La Nexus-6 musitó, impresionada,
con los ojos vidriosos:
—Así es.
Bear interrumpió el momento.
—¿Estás segura que puedes
pilotar una jodida nave?
El replicante iba a lo práctico;
su inteligencia Nivel-C no daba para más.
—¡Por supuesto!
Con precisión, sortearon la
valla electrificada y pasaron dentro del recinto. Disch hizo una señal. El
grupo se inclinó detrás de un condensador eléctrico mientras una patrulla de
seguridad poderosamente armada descendía hacia los depósitos. Los androides no
necesitaron hablar, sabían lo que tenían que hacer; habían sido diseñados para
el combate extremo por los ingenieros genéticos de la Corporación Tyrell. Como
una sola persona, formaron un triángulo ofensivo, atacando a sus víctimas. Bear
aplastó el cráneo del primer guardia; el hombre exhaló un gemido de dolor y murió
instantáneamente. Vance se ocupó del de la derecha, reduciéndolo en cuestión de
segundos, hundiéndole la yugular con el canto de la mano. Disch terminó con el
tercero, reventándole los ojos; las orbitas del guardia quedaron cubiertas de
sangre. Takako se encargó del último, tumbándolo de una patada; su columna
vertebral se partió al tocar el suelo. Habían transcurrido diez segundos
exactos, nadie había notado la presencia de los androides fugitivos; podían
considerarse a salvo. Tomaron las armas y ocultaron los cadáveres, preparados
para continuar adelante. Bear fue despectivo:
—¡Humanos! —masculló—. ¡No sirven para
nada!
Todos le dieron la razón en
silencio, eran conscientes de su superioridad; nadie volvería a manipularlos.
Vance señaló a su izquierda:
—Una lanzadera espacial.
La nave se recortaba entre las
luces cenitales de los hangares. Takako volvió a asumir el mando de la tropa.
—Tenemos que llegar hasta ella.
Inclinados, cruzaron la pista de
aterrizaje, evitando las cámaras de vigilancia. Un soldado se interpuso en el
camino de los androides.
—¡Alto!
Disch levantó la escopeta,
las postas trituraron el estómago del hombre, diseminando sus entrañas contra
el fuselaje de la lanzadera. Otro agente apareció en lo alto de la escalera.
—¡Replicantes! —chilló—. ¡Alerta
Roja!
Vance abrió fuego. Las balas de
mercurio lo convirtieron en un colador; su cuerpo rodó escalones abajo dando
tumbos. La Nexus-6 aulló:
—¡Bear, cierra la compuerta!
El androide pulsó un interruptor
del tablero de mandos; la puerta descendió acompañada por una vaharada de
nitrógeno líquido.
4
Disch franqueó el pasillo
tubular con el dedo en el gatillo del arma sin perder de vista los recodos
traicioneros. Un soldado apareció de improviso. La andanada estuvo a punto de
volarle la cabeza; la pared situada a su espalda quedó cubierta de agujeros. El
Nexus-6 contraatacó. El agente dio una pirueta; tenía la mandíbula destrozada.
Takako miró al resto del grupo.
—Nos veremos en la cabina de
vuelo. Matad a cualquiera que se interponga en vuestro camino. ¿Entendido?
Vance protestó:
—¿Civiles también?
El tono de la replicante no dio
lugar a dudas:
—Naturalmente.
Takako siguió a Disch, con una Glock en la diestra, cubriendo su retaguardia. Una azafata apareció delante
de su camino. Un balazo le perforó el cráneo; los sesos salieron despedidos en
todas las direcciones. Una descarga se escuchó en el otro extremo de la nave: sus
compañeros se habían encontrado con nuevos enemigos. Otro estertor llegó a sus
oídos. Los androides habían salido victoriosos de la escaramuza. Disch preguntó:
—¿Has visto los emblemas de los soldados?
La Nexus-6 se encogió de hombros:
—¿Acaso importa?
Disch se mostró preocupado.
—Pertenecen a la Tyrell Corporation.
Takako respingó:
—¡Joder!
El replicante continuó:
—Si llegamos a la Tierra, los perseguirán las unidades Blade Runners. Estamos metidos en la mierda hasta las orejas.
La androide procuró
tranquilizarlo.
—Todo saldrá bien.
Disch sonrió.
—¡Eso espero!
Takako aparentó más seguridad de
la que en realidad sentía. Sabía que su plan estaba condenado al fracaso, tarde
o temprano terminarían cazándolos, pero prefería morir como una mujer libre,
que tiranizada por los militares que los habían comprado. Descendieron un
pasadizo circundado por paredes inclinadas; faltaba poco para llegar a su
objetivo. En el caso de permanecer en Deimos, terminarían por descubrirlos y
ejecutarlos. Disch percibió un ruido. De una poderosa patada, derribó la puerta
de un camarote, arrancándola de los goznes. Un oriental con aspecto de
informático berreó:
—¡No dispare!
Sus pulmones quedaron esparcidos
en el interior de la lujosa estancia. La Nexus-6 cambió
el tambor de la pistola y continuó detrás de Disch. Una ruidosa ráfaga crepitó
delante de los androides. Un agente se derrumbó abatido por la espalda soltando
sangre por la boca. Una granada de trinitrotolueno escapó de su mano inerte.
Vance pasó encima del cadáver.
—¡Por los pelos!
Bear pateó al muerto.
—Hemos tenido suerte —gruñó—. La
granada nos hubiera matado a todos.
Takako fue práctica:
—¿Cuántos quedan?
Vance confirmó las estadísticas.
—Ninguno —dijo—. La cabina está
libre.
La matanza no le dio ni frío ni
calor. Habían conseguido su objetivo. Era lo único que le importaba.
—Perfecto.
5
Los androides
tomaron asiento sobre las butacas forradas con poliuretano. Disch rezongó:
—Ha llegado el comité de
bienvenida.
Un batallón de
soldados disparó contra la nave. Las balas rebotaron sobre el blindaje, picoteando
el cristal de la cabina. La Nexus-6 accionó los controles, agarró los mandos de
la lanzadera y apretó el conmutador de ascenso.
—¡Demasiado
tarde, estúpidos!
Movió una palanca.
Las ametralladoras de proa giraron, enfocaron a sus contrincantes y lanzaron
una ráfaga de trazadoras de nitrógeno. El casco de la lanzadera tembló. Los
agentes fueron borrados del mapa. Takako abrió el techo del almacén. Los motores
gemelos quemaron la plataforma. La nave ascendió hacia las galerías plagadas de
enemigos. La fuerza centrífuga los aplastó contra los sillones. La replicante
activó el escudo de protección al máximo. Una docena de proyectiles pesados chocó
contra el campo iónico. Bear revisó los paneles indicadores.
—Contamos
con tres ametralladoras. No es mucho para enfrentarnos a ellos.
Takako fue mordaz:
—Haré lo que pueda.
Vance indicó:
La Nexus-6 conectó
el radar bidimensional. Un rectángulo azulado surgió encima de los mandos.
Ningún caza los esperaba en el exterior. La nave se inclino hacia un lado, efectuó
un elegante giro y abandonó el espaciopuerto, internándose en el cosmos.
Lentamente, la superficie quebrada de la luna, con sus cráteres llenos de
carbono, regolito y hielo quedaron atrás, desvaneciéndose en el abismo estelar.
Takako conectó la Inteligencia Artificial. Luego relajó los músculos de su
espalda. Vance le dio un beso en la nuca.
—Tu plan ha dado resultado.
La Nexus-6 no respondió, preocupada,
le inquietaba el futuro que les aguardaba; en La Tierra no tendrían un segundo
de respiro.
Ya
veremos lo que pasa,
pensó. Quizá logremos sobrevivir en Los
Ángeles.