Conan apareció en mi cabeza,
simplemente, hace pocos años, mientras me encontraba en una pequeña aldea
fronteriza de la parte baja del río Grande. No lo creé por medio de un proceso
consciente. Sencillamente emergió del olvido, maduro del todo, y me envió a dar
testimonio de la saga de sus aventuras.
Robert
E. Howard
En
la correspondencia mantenida con otros colegas de oficio, Howard manifestaba
que sus personajes e historias se presentaban de forma automática, casi sin
esfuerzo por su parte, obligándolo a permanecer largas horas delante de la
máquina de escribir. No solía mencionar los relatos inconclusos o aquellos que
no hubiera logrado vender a los pulp de
la época. Con el paso de los años, sus afirmaciones demostraron un exceso de
romanticismo y confianza en sí mismo. Entre los numerosos escritos encontrados
después de su muerte, se descubrió que el texano elaboraba minuciosamente las
sinopsis de sus historias y que, en líneas generales, siempre se mantuvo fiel a
las mismas durante el proceso creativo. Los cambios eran mínimos: nombres,
escenas, descripciones, modificaciones sugeridas por los editores para poder
vender el cuento… Todo ello, por supuesto, sin comprometer la integridad y la
calidad de su obra.
A
principios de 1932, gracias a la venta de los relatos El pueblo de la oscuridad y El
túmulo en el promontorio a Strange
Tales of Mistery of Horror, Howard se tomó unas pequeñas vacaciones en el
sur de Texas. Según la leyenda, apenas escribió durante aquellos días, en los
que vagabundeó a lo largo de la frontera y su única ocupación consistió en «el
consumo de tortillas, enchiladas y vino español». El autor se hallaba en un
bache creativo y necesitaba descanso, otro ambiente y nuevas experiencias para
refrescar las ideas. El poema Cimmeria
fue el primer paso que cambiaría su obra (y su destino) para siempre.
Howard
apuntó en una carta: «Escrito en Mission, Texas, febrero de 1932; sugerido por
la visión de las colinas que se alzan sobre Fredicksburg bajo la neblina de un
chaparrón invernal».
Recuerdo
Los bosques oscuros, que ocultaban
laderas de sombrías colinas;
el arco plomizo y perenne de las
nubes grisáceas;
los oscuros arroyos que fluían en
completo silencio,
y los vientos solitarios que
susurraban por los pasos.
Paisaje sobre paisaje, colinas
sobre colinas,
ladera tras ladera, tapizadas todas
de árboles tétricos,
se extiende nuestra severa tierra.
Tanto que, cuando un hombre
coronaba un picacho y miraba,
cubriéndose los ojos,
no veía sino paisaje sobre paisaje,
colina sobre colina
ladera tras ladera, encapuchadas
todas, como sus hermanas.
Era una tierra sombría que parecía
albergar
todos los vientos, las nubes y los
sueños que rehúyen la luz del sol,
de ramas desnudas que estremecían
los solitarios vientos,
presidida toda ella por las
lúgubres florestas,
que ni alcanzaba a iluminar ese
raro visitante, el sol
que cosía sombras menudas a las
figuras de los hombres; la llamaban
Cimmeria, Tierra de Oscuridad y
profunda Noche.
Fue hace tanto, y tan lejos
que he olvidado el nombre por el
que me llamaban.
El hacha y la lanza de punta de
piedra son como un sueño,
las cacerías y las guerras,
sombras. Recuerdo
solo la quietud de esta tierra
sombría;
las nubes que se apiñaban sobre las
colinas;
el crepúsculo de los bosques
interminables.
Cimmeria, tierra de la Oscuridad y
de la Noche.
Oh, alma mía, nacida entre colinas
oscuras,
entre nubes y vientos y fantasmas
que rehúyen la luz del sol.
¿Cuántas muertes necesitarás para
quebrar al fin
esta heredad que me envuelve en la
gris
mortaja de los fantasmas? Busco mi
corazón y encuentro a
Cimmeria, tierra de la Oscuridad y
de la Noche.
Howard,
al igual que Plutarco, admiraba a los antiguos celtas que habitaban en tierras
ásperas, rodeados por bosques impenetrables, montañas afiladas cubiertas de
nieve y la dureza elemental propia de la vida salvaje. Siempre se ha sospechado
que la descripción de Cimmeria fue inspirada por su lugar de nacimiento: Dark
Valley, condado de Palo Pinto, Texas. Entre la creación del poema y el
nacimiento del bárbaro apenas transcurrieron unos días de diferencia.
Conan
siempre se ha considerado una versión idealizada del autor: fiero, indómito, un
león en batalla, seductor, caballeroso, etc. Una corriente subterránea de
oscuridad envuelve al personaje —sombrío, rebelde, solitario, lleno de rabia y
en constante lucha contra el mundo— que, gracias a su inteligencia, fuerza de
voluntad, pericia con la espada y superioridad física, consigue abrirse paso
desde una humilde aldea hasta el trono de Aquilonia. Existe un trasfondo oculto
en la saga que pocos críticos han puntualizado: la necesidad imperiosa de
experimentar una vida plena de aventuras para encontrar el olvido de unos
orígenes tenebrosos, cuanto más sangrientas y brutales, mejor. Por otra parte,
tenemos a un joven escritor que anhela escapar de la existencia gris, aburrida
y monótona propia del entorno rural del medio oeste, alejado de los centros
culturales y artísticos en los que hubiera podido desarrollar todo su talento.
Trazar paralelismos es inevitable. Gracias al bárbaro, Howard se convirtió en
leyenda. Ambos —personaje y creador— terminaron alcanzando su objetivo.
Aunque el texano era un maestro escribiendo escenas de acción, la influencia de sus películas favoritas son notables en las historias del cimmerio: El jorobado de Notre Dame, Robin Hood, La marca del Zorro, El pirata negro, El ladrón de Bagdad, etc. Howard escribía a gran velocidad para ganarse la vida y no solía redactar más de dos borradores antes de dar por concluida la historia. Excepto con Conan, claro está, que se convertiría en su principal fuente de ingresos durante los siguientes años.
EL
COLOSO NEGRO
(WEIRD TALES, JUNIO DE 1933)
Cuando Yasmela corrió de nuevo las cortinas, un cimmerio cubierto de
acero bruñido apareció ante los nobles. Tenía la visera alzada y el semblante
oscurecido por las negras plumas de su casco, y de su figura emanaba un aire
sombrío e imponente que hasta el mismo Thespides no pudo menos que advertir, a
su pesar. Unas palabras de broma murieron en los labios de Amalric, que dijo
con voz pausada:
—¡Por Mitra, nunca creí que te
vería con armadura completa, Conan de Cimmeria, pero debo reconocer que no
quedas mal! ¡Por los huesos de mis dedos, que he visto a muchos reyes que
llevaban la armadura con bastante menos majestad que tú!
Conan se quedó callado. Una vaga
sombra cruzó por su mente, como una profecía. En los años venideros iba a
recordar las palabras de Amalric, cuando el sueño se convirtiera en realidad.
El coloso negro
fue el primer cuento del personaje que consiguió la portada de Weird Tales. Curiosamente, tal como
sucedería más adelante, Conan es relegado a un segundo plano a favor de las
sugerentes jóvenes en apuros que aparecían en las historias. El texano no le
costó demasiado llegar a la conclusión de que relatos como El dios del cuenco no le harían ganar dinero, por ello, en una época
de necesidad, recurrió a una fórmula que, aunque a la larga se convertiría en
rutinaria, le ayudaría a mantenerse a flote económicamente.
La
historia —al mejor estilo de Sax Rohmer— comienza con la inesperada
resurrección de un nigromante que, al volver a la tierra de los vivos, no duda
en reunir a los clanes del desierto para conquistar los territorios que le
pertenecieron siglos atrás. Desesperada por las monstruosas visiones que
visitan sus sueños, la reina Yasmela decide pedir ayuda al oráculo de Mitra
para vencer a su adversario. En el templo recibe la indicación de que nombre
comandante de sus ejércitos al primer hombre que encuentre por la calle. Como
era de esperar, tal responsabilidad recae sobre los hombros del bárbaro.
Este
se nos presenta como un individuo pendenciero, implacable, luchador, franco y
seguro de sí mismo. Sus superiores, aunque desconfían de sus habilidades como
comandante en jefe, no pueden dejar de admirar su arrojo y valentía en el campo
de batalla. Las últimas páginas del relato son memorables: después de la
cruenta lucha contra el ejército de Khotan, en la que perecen miles de
soldados, tanto amigos como enemigos, Conan aniquila al brujo con un certero
golpe de espada.
Nuevamente, al igual que sucedió en La reina de la Costa Negra, sexualidad y muerte van unidas de la
mano:
—¡Por los demonios de Crom, muchacha! —dijo Conan, con un gruñido—. ¡Suéltame! Hoy han muerto cincuenta mil hombres y todavía hay mucho que hacer...
—¡No! —repuso ella, jadeando y
aferrándose a él con todas sus fuerzas—. ¡No te dejaré marchar! ¡Soy tuya, por
el fuego, el acero y la sangre! ¡Y tú eres mío! ¡Allí pertenezco a otros...,
pero aquí tan sólo a ti! ¡No te irás!
El cimmerio vaciló al notar que su
espíritu era ya un volcán de encontradas pasiones. El fulgor sobrenatural aún
brillaba en la sombría habitación, alumbrando con una luz espectral el rostro
muerto de Thugra Khotan, que parecía sonreírles con una mueca siniestra.
Afuera, en el desierto, los hombres morían, aullaban y mataban como locos, y
los reinos se tambaleaban sobre sus cimientos. Pero todo aquello pareció
borrarse del alma de Conan mientras apretaba con fuerza entre sus brazos de
hierro el esbelto cuerpo marfileño que brillaba en la penumbra como una blanca
llama embrujada.
SOMBRAS
DE HIERRO A LA LUZ DE LA LUNA
(WEIRD TALES, ABRIL DE 1934)
La voz era tan imponente como la
figura que se adelantó tambaleante. Se trataba de un gigante desnudo hasta la
cintura, cuyo enorme vientre ceñía un amplio cinto que sujetaba unos holgados
pantalones de seda. Tenía la cabeza afeitada, con excepción de un mechón, y los
bigotes le caían a ambos lados de la boca. Calzaba babuchas shemitas de color
verde con la punta retorcida hacia arriba y empuñaba una larga espada de hoja recta.
Conan lo miró y sus ojos
centellearon.
—¡Sergius de Khrosha! —exclamó.
—¡Si, por Ishtar! —repuso el
gigante, con una intensa expresión de odio en sus negros ojos—. ¿Creíste que me
había olvidado? ¡No! ¡Sergius jamás olvida a un enemigo! ¡Voy a colgarte de los
pies y a desollarte vivo! ¡ A él, muchachos!
—Sí, puedes enviar a tus perros
contra mí, gordinflón —dijo Conan con desprecio—. Siempre has sido un cobarde,
cerdo kothio.
Publicado
en Weird Tales con el título de Sombras a la luz de la luna, nos
encontramos con un cuento que es una extensión del estilo del anterior:
doncellas ligeras de ropa, criaturas demoniacas, ruinas antiguas, luchas
sangrientas y un cimmerio caballeroso que, aunque extermine a sus oponentes de
la forma más sanguinaria posible, resulta irresistible para las jóvenes que
acoge bajo su protección.
El
relato empieza con una joven esclava huyendo de su amo a través de un pantano
situado en las cercanías del mar de Vilayet. Antes de que Shah Amurat pueda
apresarla, tropieza con un bárbaro loco de rabia al que ha vencido escasos días
antes. Ebrio por vengar a los kozakos caídos a las orillas del río Ibars, Conan
entra en combate contra su rival, lo aniquila despiadadamente y se lleva a la
chica consigo para que los hombres del muerto no acaben con ella cuando
encuentren el cuerpo de su señor. Durante su huída en una barca, arriban en una
isla sin nombre en la que son atacados por una misteriosa presencia oculta
entre la selva. Buscando refugio, pernoctan en unas ruinas decoradas con
temibles estatuas de hierro. Por primera vez aparecen piratas en el ciclo del
cimmerio: individuos duros, bravucones y rebanapescuezos que, a pesar de su
carencia de escrúpulos, conservan un extraño código de honor. La mejor parte de
la historia es la pesadilla que turba los sueños de la muchacha:
Olivia soñó, y en sus sueños
aparecía constante y obsesivamente un ser maligno, parecido a una serpiente
negra, que se deslizaba por unos jardines floridos. Sus sueños eran
fragmentarios y llenos de color, como exóticas piezas de un diseño inconexo y
desconocido, hasta que cristalizaron en una escena de horror y locura contra un
fondo de piedras y columnas ciclópeas. La muchacha vio en sueños un gran salón
cuyo techo, muy alto, estaba sostenido por columnas de piedra adosadas en filas
regulares a las recias paredes. Entre dichos pilares revoloteaban papagayos de
plumaje verde y escarlata. La sala estaba atestada de guerreros de piel negra y
rostro de halcón. Pero no eran hombres de raza negra. Tanto ellos como sus
ropas y sus armas le resultaban absolutamente desconocidos.
Se agrupaban en torno a alguien que
estaba atado a una de las columnas. Se trataba de un muchacho esbelto, de piel
blanca y rizos dorados. La belleza del joven no era en absoluto humana... era
como el sueño de un dios cincelado en mármol vivo.
Los guerreros negros se reían y se
burlaban de él en una lengua extraña. La figura esbelta y desnuda se retorcía
bajo aquellas crueles manos, mientras la sangre resbalaba por sus piernas de
marfil y salpicaba el pulido suelo. Los ecos de los gritos de la víctima se
oían por toda la sala. Entonces, el joven levantó la cabeza hacia el cielorraso
y pronunció un nombre con una voz estremecedora. Una daga que empuñaba una mano
de ébano interrumpió su grito y la dorada cabeza cayó sobre el pecho de marfil.
Como respuesta al desesperado
lamento, se oyó el retumbar de una especie de carruaje celeste, y delante de
los asesinos apareció una figura que daba la impresión de haberse materializado
a partir del aire. La forma era humana, pero ningún mortal había gozado jamás
de belleza tan sobrehumana. Existía un inconfundible parecido entre él y el
joven muerto, pero los rasgos de humanidad que suavizaban las facciones divinas
del joven no existían en las del desconocido, que resultaban sobrecogedoras en
su inexpresiva belleza.
Los negros retrocedieron ante la
aparición con ojos que eran como surcos de fuego. El desconocido levantó la
mano y habló, y las ondas de su voz resonaron a través de las silenciosas salas
con tonos profundos y cadenciosos. Como si estuvieran en trance, los guerreros
negros siguieron retrocediendo hasta quedar alineados a lo largo de las paredes
en filas regulares. Entonces, de los labios cincelados del desconocido surgió
una terrible invocación, que era una orden:
—Yagkoolan yok
tha, xuthalla!
Al escuchar aquel grito terrible,
las negras figuras se quedaron rígidas, como paralizadas. Sus miembros
adquirieron una extraña apariencia pétrea. El desconocido tocó el cuerpo inerte
del joven y las cadenas que lo sujetaban cayeron a sus pies. Levantó el cuerpo
en sus brazos y comenzó a alejarse, mientras su serena mirada recorría las
silenciosas filas de figuras de ébano. Señaló con la cabeza hacia la luna, que
brillaba a través de algunos boquetes del techo. Aquellas estatuas tensas y
expectantes, que habían sido hombres, comprendieron...
Sombras de hierro a la luz de la
luna,
al igual que los futuros cuentos Xuthal
del crepúsculo y El estanque del
negro, fueron escritos entre los meses de noviembre y diciembre de 1932.
Tal como he comentado, el texano había descubierto la fórmula que le
garantizaba que Fransworth Wright comprara las historias del bárbaro. Lo mejor
aún estaba por llegar.