jueves, abril 28, 2016

“LA GRAN CAZA DEL TIBURÓN” DE HUNTER S. THOMPSON


¡No! Pensé. ¡Esto es imposible! Tenía que ser demencia paranoide. ¡Mi miedo a que engancharan en el último momento se había hecho tan intenso que oía voces imaginarias! El sol que se filtraba por el ventanal había hecho hervir el ácido en mi cerebro; una inmensa burbuja de drogas había roto una débil vena en mi lóbulo frontal.

Hunter S. Thompson

Precedido por una nota introductoria del autor —en la que, con su característico sarcasmo, contempla la posibilidad de abrir el balcón de las oficinas en las que se encuentra trabajando para arrojarse al vacío—, La gran caza del tiburón reúne una serie de artículos publicados durante los años 60/70 en medios como Playboy Magazine, Rolling Stone, Scanlan’s Monthly, National Observer y PaeganDe unos sobrios inicios nada provocadores, conforme pasan los años, su estilo se depura hasta alcanzar la prosa burlesca, brutal y alucinatoria en la que el propio Thompson es el protagonista absoluto de la trama. El “Nuevo Periodismo” o “Periodismo Gonzo” había llegado para conseguir hacerse un hueco en la historia de la literatura moderna.

Aunque el autor vivió toda su vida en una cabaña situada en las montañas de Colorado, fue un verdadero trotamundos que no tenía el menor inconveniente en viajar a lo largo y ancho de Estados Unidos para conseguir un buen artículo. Un instinto infalible lo hacía elegir las noticias más descabelladas, personajes extravagantes y eventos sociales o políticos que ningún compañero de profesión se atrevería a cubrir por miedo a terminar en la cuneta completamente arruinado. Si durante el proceso quedaban por pagar facturas de hoteles, coches de alquiler destrozados, dietas exageradas de bebidas alcohólicas y deudas a los camellos de rigor, simplemente se trataban de gajes del oficio. La mejor alternativa era hacer las maletas cuanto antes y desaparecer por la salida de emergencia con discreción.  

Huelga decir que las “pequeñas” excentricidades de Thompson —su caótico modo de actuar, los daños y perjuicios causados por una serie de juergas infernales, la tardanza en entregar los artículos prometidos, la propensión a hinchar cualquier cuenta de gastos que pusieran a su alcance— no agradaban a los directores de los periódicos para los que trabajaba de forma independiente. De hecho, Rolling Stone —que alcanzó parte de su éxito gracias a los reportajes del autor— no dudó en ponerlo de patitas en la calle por los incidentes mencionados. En la actualidad se enorgullecen de su trabajo y lo aclaman como un visionario que cambió las reglas del mundo periodístico. Ironías de la vida, sin duda alguna.

“La gran caza del tiburón” es una de las mejores historias escritas por Thompson. Contratado por Playboy para cubrir un famoso torneo de pesca situado en Yucatán entre grandes deportistas, multimillonarios y lujosos yates, el trabajo no es más que una excusa para noches de excesos, cocaína a mansalva y, cuando todo se ha ido por el retrete, huir del país con una ingestión de ácido que convierte el viaje en una pesadilla surrealista de tintes dantescos. No era cuestión de desperdiciar las drogas que tanto capital habían costado; la mejor opción era meterse la mayor cantidad posible entre pecho y espalda y apechugar con las consecuencias. 

“Algo está fraguándose en Aztlan” trata sobre el asesinato del reportero Rubén Salazar a manos del departamento de policía de Los Ángeles. Debido a la gravedad del asunto, el autor se muestra comedido durante toda la narración en la que desgrana los conflictos raciales de la época, el abuso de poder por parte de las autoridades y la corrupción policíaca que hace lo imposible por ocultar la orden de eliminar a sangre fría a un periodista conflictivo que les daba grandes quebraderos de cabeza.

“En las tentaciones de Jean-Claude Killy” Thompson pulveriza sin piedad al otrora astro del mundo de esquí que, después de abandonar el mundo deportivo cuando se encontraba en la cima, se dedica a amasar una obscena fortuna gracias a su fama como figura pública, piloto de carreras y empresario. Un hombrecillo ridículo, pagado de sí mismo, arrogante y obsesionado con el dinero hasta límites insoportables. Nuevamente, el artículo fue rechazado hasta que el autor logró venderlo a otra revista. Algunos directores tenían los estómagos demasiado sensibles ante tanta crudeza, mala leche y descaro.

Aparte de Killy, otras figuras famosas como Hemingway (el autor investiga los motivos que lo llevaron a vivir sus últimos días en un pueblo remoto apartado de la civilización) o Marlon Brando (su frustrado intento de apoyar a los indios norteamericanos en una manifestación) también tienen cabida en la obra. Y, por último, “Poder freak en las Rocosas” es otra joya que narra las vivencias de Thompson cuando decide presentar su candidatura para sheriff en Woody Creek. Su pintoresco programa se mostraba a favor de la legalización de las drogas, impedir la caza a aquellos que no habitaran en el lugar y prohibir a las grandes constructoras destrozar el medio ambiente, entre otras lindezas. Cabe destacar la lucha en las urnas, el horror de las autoridades y la mala publicidad de otros candidatos que poco menos lo consideraban un lunático. Toda la cultura marginal de la zona (moteros, hippies, jóvenes desarraigados, etc) decidió darle su voto y, aunque sea difícil de creer, perdió por muy pocos puntos ante sus adversarios.

Como colofón para los no iniciados:

Se controlará la venta de drogas. Lo primero que haré como sheriff será instalar en el patio del juzgado, un tablado de castigo con una serie de palos de diverso tamaño, para castigar adecuada y públicamente a los traficantes inmorales.

Nadie podrá acusar a Hunter S. Thompson de pecar de poca originalidad.




martes, abril 05, 2016

"EL PUENTE DE BROOKLYN", DE HENRY MILLER


Todo hombre, cuando se ha ganado la legítima muerte que precede a la madurez, regresa a la infancia en busca de inspiración y alimento. Entonces es cuando su siesta queda alterada por sueños proféticos y perturbadores; recurre al sueño para estar más vívidamente despierto.

Henry Miller

Inédito en España hasta el 2015, El puente de Brooklyn y otros relatos reúne una serie de historias escritas en diferentes periodos de la vida de Henry Miller. Cada una es un universo en sí misma, divididas entre la fina línea que separa la realidad y la ficción, que desgranan todo tipo de reflexiones personales desde la decadencia del planeta, la hipocresía de las apariencias, el caos producido por la Segunda Guerra Mundial, la muerte del afecto y la convicción de redimir al ser humano de su egoísmo, mezquindad e imperfecciones.

Pese actuar como un cínico rebelde, siempre en busca de la manera de cubrir sus necesidades (comida, bebida, alojamiento, sexo) con el mínimo esfuerzo, Miller era un individuo increíblemente observador que analizaba su entorno y el comportamiento de sus semejantes hasta el mínimo detalle. Aunque no la respetara como concepto, la influencia de la sociedad fue crucial a la hora de crear su obra. Una de sus características más pronunciadas —aparte de la sátira, humor negro y crítica habituales— es el exacerbado individualismo que lo obligó a dar la espalda al modelo de vida americano sustentado en el trabajo, la familia, la patria y la religión. Ello conllevó a una precaria existencia en la que no le quedó otro remedio que subsistir de modo parasitario de amistades, conocidos y amantes. Huelga decir que ello jamás le importó en absoluto —tal como narra en “Fricandó astrológico”, hilarante historia en la que se burla de unos millonarios pueriles, místicos, absurdos y obsesionados con los signos del zodiaco— a la hora de desplumar a todos aquellos pobres incautos.

Ambientado durante su estancia en Francia, puede que “Via Dieppe-New Haven” sea el mejor relato de la presente antología. Nos encontramos con Miller inmerso en una odisea homérica, dispuesto a alcanzar Inglaterra para pasar una pequeña temporada de vacaciones navideñas. Aparte de sus perpetuos problemas económicos y el hastío ante la carencia de novedades, cabe destacar la tormentosa relación sentimental que mantenía con su segunda esposa, June Miller, cuya presencia fue innegable durante toda su carrera literaria. Tal como suele suceder en estos casos, los agentes de seguridad e inmigración se empeñarán en arruinar sus planes con una serie de normas, medidas y acciones burocráticas tan férreas como despreciables.

En “El excombatiente alcohólico y con el cráneo con forma de tabla de lavar” nos encontramos con una situación de lo más corriente —tropezar con un desconocido por la calle ansioso de compañía— que deriva en un análisis sobre la condición humana, la verdad, la mentira y la ilusión, los efectos negativos del alcohol, la carencia de libertad del mundo moderno, el derecho a tomar decisiones erróneas y la fantasía que implica crear un sueño que sirva como tapadera para atenuar el dolor de una vida condenada al fracaso.

“El puente de Brooklyn” es una metáfora sobre soltar amarras, destruir a la persona creada durante la infancia y la juventud a favor del hombre inmerso en la búsqueda espiritual inaccesible que implica la madurez: la paz interior después de un largo periodo de culpa, sufrimiento y, por último, redención. La mirada corrosiva del autor, en vez de centrarse en el exterior, deriva hacia su propia alma, analizando los actos que lo han conducido hasta aquel punto de su existencia.

Otro brillante relato es “Madeimoselle Claude” en el que imperan los cafés parisinos, las calles miserables, los hoteles de mala muerte, la poco gratificante labor de las prostitutas, los chulos que explotan a sus protegidas, las enfermedades venéreas tratadas con parafina y el “amor” comprado por dinero. Mundo que conocía a la perfección de primera mano. Pobre como una rata, partidario de ser mantenido por cualquiera con tal de comer con asiduidad, Miller fantasea con la idea de entregarse al sexo opuesto sin ninguna clase de diatribas. Puestas de sol, manjares, paseos al atardecer, vinos caros y residencias de lujo. La desinteresada muestra de humanidad de un sueño improbable de cumplir.

Por último, “El puerto de Paros” parece un fragmento perdido de El coloso de Marusi en el que el autor hace hincapié en la belleza de Grecia, la afabilidad de sus gentes, las maravillas naturales que contempla con asombro y la tranquilidad que le aporta haberse encontrado a sí mismo después de largos años de vagabundeo, contradicciones y la necesidad de aislarse del sistema que ha intentado convertirlo en un esclavo por todos los medios.

Distante, analítico, obsceno, profundo, sarcástico y provocador, Miller nunca llega a involucrarse a nivel emocional con aquellos que encuentra por el camino por la sencilla razón que sus iguales son demasiado necios como para salvarse de sí mismos. La experiencia de toda una vida le ha demostrado un hecho irrefutable: no merece la pena sacrificarse por cambiar lo imposible.